Juan B. Juárez:


Mañana, en el Centro Cultural Universitario ?antiguo Paraninfo? (2a. avenida 12-40 zona 1), a las 18:30 horas, se presentará el documental «Juan B. Juárez: entre la sensibilidad, la observación y las palabras. Un punto de vista del actual estado de las Artes Plásticas en Guatemala». La entrada es libre.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

El protagonista del documental es la crí­tica que Juan B. Juárez ha realizado durante 25 años al arte guatemalteco.

El documental fue dirigido y producido por Mayro de León, y se ha catalogado como «controversial y confrontativo», pues existen diferentes puntos de vista, en donde se oponen o se acuerda por los puntos de vista del crí­tico Juan B. Juárez.

Debido a ello, el protagonista ofreció una entrevista a Juan B. Juárez, en donde expresó su punto de vista sobre el arte guatemalteco, al mismo tiempo que comentaba el estreno del documental.

¿Cuénteme sobre este documental?

Yo, como todo el mundo, hago lo que tengo que hacer todos los dí­as. En mi caso, mi trabajo es ver los cuadros y platicar con los artistas y eventualmente escribir. Después de 25 años de hacer el trabajo todos los dí­as, viene Mayro de León, y me dijo que él querí­a hacer un documental de mi trabajo. Con escepticismo acepté el compromiso. Lo positivo es que eso me hizo repensar todo ese trabajo, y me encontré que habí­a documentado el arte guatemalteco durante 25 años, y, de cierta manera, habí­a contribuido a su historia.

A partir de esa reflexión, respondí­ un cuestionario que me hizo el productor, con un texto voluminoso, a partir del cual él hizo un guión de 34 minutos, incluyendo entrevistas con artistas de mi generación y (pintores) jóvenes, quienes complementan y contrastan mis puntos de vista, pues no todo son flores, ya que hay algunas crí­ticas en contra de mi trabajo, un poco severas y justas. También hay opiniones de otros crí­ticos como Silvia Herrera ?muy competente?, y de Guillermo Monsanto ?que también tiene mucha presencia?, y que completan la visión de mi trabajo, descubriéndole aristas que ni yo mismo conocí­a. Pues esa es la historia del documental.

De alguna manera, el documental rompe con las reglas del género, pero como se trata de un crí­tico, se documenta a éste haciendo su trabajo; de ahí­ que sea una visión sobre el arte guatemalteco, talvez un poco confrontativa.

También es una reflexión sobre mi trabajo, y las contradicciones que uno se encuentra a cada momento con eso: las distorsiones que el mercado implica e impone a cada uno de los artistas; la facilidad con que los artistas ceden a esas presiones; lo nebuloso que puede ser pensar en un arte nacional, en una identidad. Pues, difí­cil, complicado y muy difí­cil de articular con palabras. El mérito de Mayro, como productor y director, es ?creo yo? que con muy buen juicio supo trasladar estas inquietudes a un lenguaje cinematográfico, del cual salió este documento que, técnicamente, es muy digno y se puede presentar en cualquier escenario.

El documental se presenta como controversial y confrontativo. ¿Por qué se le dio este carácter? ¿Talvez porque hay opiniones encontradas?

Al tocar el punto del arte y del mercado, por ejemplo, vemos que éste surgió un poco impulsado por las subastas de beneficencia. í‰stas cumplieron una función, de dignificar un poco la profesión artí­stica, permitiendo que algunos vivieran de su trabajo, pero también como un medio de censura. La gente compra lo que le gusta, y los artistas empezaron a ser complacientes, y esta distorsión se marcó con el auge del mercado.

Actualmente, eso ha llevado a la pintura a ciertos niveles de complacencia, un poco ya molestos, al extremo de que también hay una reacción saludable de artistas que se dicen no comerciales, y que hacen una obra más fiel a sí­ mismos, más consecuentes a su realidad, y también una reacción de los jóvenes que no quieren «hacer pisto con sus cosas». Incluso se revelan contra esa actitud del arte como medio económico, que es más bien efí­mero, que no es para vender, sino para escandalizar un poco, y esto es lo que se refleja en el documental.

Usted se ha caracterizado por señalar lo negativo del arte, comerciar y valorar el arte por el arte; eso, creo yo, que se lo reconoce todo el mundo…

¡Cómo no! Hubo un momento en que me perdí­ un poco con el emerger de estos nuevos artistas, que no dejaron de desconcertarme en su momento, y quiere decir que si lograron desconcertarme, es porque eran buenos. Asimilar su trabajo fue otra preocupación y otro esfuerzo por colocarlos en esos hilos que va tejiendo el arte.

Usted menciona a Silvia Herrera y a Guillermo Monsanto, y a usted mismo, como crí­ticos que constantemente están opinando sobre arte. Pero, en general, hay pocos crí­ticos, y más que eso hay poco espacio para comentar el arte nacional.

Exacto. De esa cuenta empieza el valor del documental, y como que esa es la invitación para que compartamos más a la producción nacional. Es un defecto general del medio, creo yo, pues los periódicos publican las inauguraciones y no…

¿No profundizan?

Y no hacen comentarios, y entonces todo se queda como un acontecimiento fugaz, sin consecuencias.

¿Más como una noticia para las páginas de sociales?

Sí­. El objeto de la producción artí­stica no es sólo producir un deleite estético, sino provocar una reflexión; es decir, volverse tema de una conversación que profundice, que es lo que no sucede, y que es lo que este documental es un esfuerzo por ampliar la plática.

Esta crí­tica y diálogo sobre arte deberí­a guiar a los artistas para ver si va bien o mal, a pesar de que las crí­ticas negativas pueden molestar a los artistas, ¿verdad?

¡Cómo no! Llegamos en ese sentido lo que se publica en los periódicos y los catálogos sobre arte, en presentar sólo una pequeña parte de lo que se ha hecho. En mi caso, no es una entrevista formal la que hago con los artistas.

De alguna manera son amigos, comparto muchas cosas con ellos, de alguna manera conozco su obra desde hace mucho tiempo, sus inquietudes personales, sus angustias existenciales, que quizá en ese juego de verlos a ellos, y a sus obras lo que logro captar con nitidez. Los muy jóvenes que van bien, pero ?qué sé yo? les da mucho ánimo.

Y ése es un punto muy interesante. Se supone al crí­tico como un dómine, como una autoridad que lo sabe todo, y que llega a aconsejar a juzgar desde una altura. En mi caso, sucede al revés; yo soy el que no sé nada, y trato de comprender qué es lo que están haciendo los artistas, no ha juzgar desde categorí­as que yo haya aprendido en la universidad, sino algo más vivo.

Ese papel de crí­tico como dómine, pues no lo hago yo. Sí­ se hace ?no yo, por supuesto? con ocasiones de las grandes exposiciones colectivas, que se contrata a uno o varios curadores, que seleccionan y excluyen, sólo que no hacen públicos sus razonamientos de por qué incluir o no incluir. Los artistas sienten la dureza del rechazo, sin obtener explicaciones. Los criterios de los curadores, pues ¡no son tan misteriosos! Las grandes exposiciones (subastas de arte) tienen el propósito claro de vender. Entonces, el espacio limitado se vuelve muy valioso, en función de lo que se pueda vender.

¿Cómo está la situación de la pintura en Guatemala?

Como le decí­a, esos son temas muy nebulosos; son centrales. Por ejemplo, si quisiéramos hacer una historia de la literatura guatemalteca, lo vemos como desprenderse de la literatura española, la europea, y que lo local va teniendo más presencia en los textos, en las imágenes, y ha sido como una toma de conciencia.

En pintura, los paisajistas hací­an paisajes de Europa; pero los primeros paisajistas descubrieron que la realidad nacional y local podí­a ser motivo de contemplación estética, y eso es un inicio. Que confundieron las cosas ?porque era otra sociedad y otro tiempo?, y quienes consumí­an arte era la clase absolutamente acomodada, que podí­an disfrutar un paisaje, que eran los dueños de la tierra y miraban al indí­gena como parte de sus terrenos.

De ahí­, esa idealización bucólica, pero falsa. Hubo una aparición de lo indí­gena, y como nada es estático, pues ahora los propios indí­genas tienen una presencia cada vez más fuerte dentro del movimiento indí­gena nacional. Así­ como la identidad nacional ?nebulosa o como sea, por construirse como proyecto?, va a ser el hilo de la construcción de ese arte nacional, que todaví­a es indeciso, que todaví­a desaparece por las influencias externas, que no son malas; al contrario, se debe tener la apertura para aprovecharlas, para enriquecerse con ellas, en fin. Eso le da complejidad a juicios terminantes sobre esa cuestión.

Usted ha mencionado a dos tipos de exposiciones: una que gusta vender y otra más í­ntima, un poco más fiel a lo que quiere el artista. Pero, por ejemplo, en las grandes exposiciones, aunque se quiera vender, el efecto ha sido contrario, como que las obras ganadoras buscan ser no comerciales, sino más artí­sticas.

No sé a qué atribuirle esto. Hay dos agentes que evolucionan a diferente velocidad: el artista y el comprador o consumidor. Cuando hay una sincronización en la evolución, se dan esas etapas de auge del mercado.

Si el comprador evoluciona más, y de hecho hay una evolución en ese lado; el comprador de ahora no es el finquero de hace años; ahora son industriales, más viajados, con más cultura, y que saben más o menos qué es lo que quieren, y saben más o menos dónde está «el rollo»; hay mucho experimento, el concepto tradicional de arte se quiebra, hay cosas que uno se rasca y dice «esta babosada ¿es o no es?»

Es un poco contradictorio, porque las obras que ganan en Juannio, por ejemplo, no venden; llaman más la atención las obras que no están participando, como los cuadros de González Goyri o de Quiroa…

También, ¡qué sé yo!, una obra de 100 mil quetzales es una inversión. Lo que se busca es un valor. Comprar un González Goyri es un signo de prestigio social, y hay que tenerlo, pues no hay una colección que valga la pena sin que se tenga un González Goyri.

Para no salirnos del tema, que es el documental, ¿contribuirá el documental para construir el arte nacional, que, como dice usted, es un poco nebuloso aún?

Lo que yo espero de este documental es que dé lugar a discusiones, de tipo académico primero; que se acerquen universidades y colegios, y que contribuya a una cultura de diálogo en general y de crí­tica de arte en lo particular. El propósito, en sí­, es que sea utilizado.