«Defender la alegría» es el llamado que hacen jóvenes de izquierda a los electores, convencidos de que es posible revertir en las urnas la percepción que tienen muchos uruguayos de sí mismos como un pueblo melancólico y en continua añoranza de su edad de oro.
El llamado a «defender la alegría» surgió de un grupo de jóvenes militantes del Frente Amplio, la coalición de izquierda que el domingo se juega la continuidad en el gobierno y que aprobó -y financió- esta iniciativa.
Las octavillas y calcomanías troqueladas con forma de sol, que dicen «Defendé la alegría» con una fresca tipografía, casi ocultan su carácter partidario y se dirigen al uruguayo más que al elector: es la intención de Raúl Speroni, uno de los creadores de esta campaña que busca revertir una suerte de desazón nacional.
Seis de cada 10 personas consideran que los uruguayos son tristes, según un estudio de la encuestadora Interconsult de 2006.
Estas cifras son «una realidad, hay que tomarla e intentar revertirla», anhela Speroni, que tiene 22 años, estudia ingeniería y milita en el FA desde antes de que tuviera edad para votar.
El llamado a defender la alegría «se dirige al joven promedio, al que le enseñaron que la política es gris, de traje y corbata», dice este militante recién salido de la adolescencia, que acude con bermudas y chancletas a un ruinoso local del partido en el centro de Montevideo.
«Lo que queremos es que la gente tenga la oportunidad de ser un poco más feliz», lo cual, según Speroni, ocurrirá si la «defensa de la alegría» se materializa en forma de votos por el ex guerrillero José «Pepe» Mujica, quien para la segunda vuelta aventaja a su rival del Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle, con un margen de entre ocho y seis puntos en intención de voto.
«Defender la alegría como una trinchera / defenderla del escándalo y la rutina» son los primeros versos del poema del fallecido escritor Mario Benedetti que inspiró el eslogan. Benedetti es uno de los autores más destacados de las letras uruguayas, junto a Juan Carlos Onetti y Horacio Quiroga, dos grandes expositores de lo sombrío en la literatura local.
«Yo me considero una persona alegre, pero remo y remo en un mar de tristeza», dice Leticia, de 44 años, desde una región que fue cuna del tango. Le hace eco un joven empleado de una gasolinera: «Somos unos amargos, está siempre todo mal aquí».
«La gente se juzga en general como melancólica, pero hay razones estructurales: no hay muchos jóvenes, las familias están divididas por la emigración, hay pocos hijos…», enumera el antropólogo social Marcelo Rossal, de la Universidad de la República, evocando las lúgubres cifras de suicidio en el país.
La tasa de suicidios en Uruguay era de 16 cada 100.000 habitantes en 2004, según el Ministerio del Interior, mientras la Organización Mundial de la Salud calcula un promedio mundial de 14,5 suicidios por cada 100.000 habitantes.
En este taciturno estado de ánimo se asienta el mito de la edad de oro: una época, en la primera mitad del siglo pasado, en que Uruguay era un modelo de progreso, ganaba mundiales de fútbol y aprobaba una temprana ley del divorcio y una legislación laboral de avanzada.
«Â¿El Uruguay feliz cuál es?», se pregunta Rossal. «El Uruguay de hace 50 años para atrás. ¿Cómo la gente no va a tener idea de que lo bueno quedó atrás si después de los años 1950 comenzó el deterioro?», dice Rossal destacando la nostalgia por un país que mereció el mote de «Suiza de América».
En este contexto, el llamado de los jóvenes a defender la alegría, según ellos esbozada durante el saliente gobierno del FA, aún cuando es una propuesta subjetiva, interpela a los uruguayos con un particular golpe de efecto.