Jóvenes haitianos prefieren «la luna» y no el campo


La destrucción y devastación de Puerto Prí­ncipe genera desesperación en la juventud haitiana. AFP PHOTO / JEAN-PHILIPPE Ksiazek

«Prefiero irme a la luna que vivir en el campo», dice Willy Dunbar, un estudiante de medicina de 25 años que tras el sismo confí­a la «construcción» de Haití­ a la comunidad internacional, en un mundo que tiene historia en simplificar a la sociedad de esta nación caribeña.


Un hombre se baña en la calle de Puerto Prí­ncipe. AFP PHOTO / FRED DUFOUR

«No creo en ningún plan de descentralización del Gobierno, pero sí­ tengo muchas esperanzas en la ayuda de la comunidad internacional, no para reconstruir, sino para construir, porque este paí­s no estaba construido antes del 12 de enero», dijo Dunbar, quien mientras retoma sus clases de medicina es voluntario en un campamento de médicos eslovacos en lo que quedó del campus de la Universidad Quisqueyana.

Dos dí­as después de que Francia y diferentes ONG abrieran un campamento para los refugiados del terremoto del 12 de enero, en Hinche, a 100 km de Puerto Prí­ncipe, con el propósito de aliviar la sobrepoblación en la capital -como dijo la primera dama Elizabeth Préval-, los más jóvenes arrugan la cara ante la idea de abandonar su vida citadina.

«El gobierno sabe que afuera no hay mucho qué hacer, los médicos, los estudiantes de hoy se necesitan sólo en Puerto Prí­ncipe», agregó Dunbar.

No muy lejos del lugar donde Willy Dunbar toma la presión a las madres y revisa a los niños, Louis Catelly, de 20 años, espeta: «Si se trata de irse de Puerto Prí­ncipe, pues que me den mi visa a Estados Unidos», dijo mientras hace fila en un terminal de Asco-Aviation, una de las zonas más mí­seras dentro de la pobreza haitiana, para visitar a sus padres en Saint Marc, al norte de la capital.

Catelly lleva la última semana haciendo trámites de inmigración para obtener un pasaporte «y hacer cualquier cosa para poder vivir».

«Tras el terremoto mis padres se fueron con familia en Saint Marc, pero no hay nada para mí­ allá», dijo.

El escepticismo reina entre los haitianos sobre la capacidad de su Gobierno de solucionar los problemas de infraestructura, que reclama la nación con un millón de personas sin hogar desde que hace dos semanas vivieran el peor sismo en cerca de dos siglos en Haití­.

La población percibe con indiferencia iniciativas como la francesa que instaló el campamento de Hinche para refugiados, a 100 km de la capital.

«Ahí­ va a ir quien quiera irse. Hubo una invitación para que la gente que quiera vaya a Hinche», dijo a la AFP el brasileño Ricardo Seitenfus, enviado especial de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Haití­.

Seitenfus, quien desde 1993 participa de misiones especiales de la OEA y la ONU en Haití­, aclaró que aunque el gobierno haitiano aún no tiene claro los planes de reconstrucción, las máximas autoridades han recalcado que no van a desplazar a la población.

«En todo este tema la comunidad internacional tendrí­a que aprovechar: hay un problema con Haití­ pero también hay un gran problema con nosotros», la comunidad internacional, apuntó.

«Hemos simplificado históricamente los problema de Haití­», dijo Seitenfus, quien trabajará ahora como adjunto de la OEA con el chileno Juan Pedro Sepúlveda.

En Haití­ «el 90% de los problemas son socioeconómicos y existe la tremenda dicotomí­a de que el 90% del gasto de la comunidad internacional en Haití­ se va a la seguridad».

«Es absurdo que se tenga una fuerza de paz en un paí­s donde no hay guerra», dijo al describir a la sociedad haitiana de «espiritual, con fuertes bases en organizaciones sociales y de una sofisticación compleja de comprender en el extranjero».

Seitenfus sostiene que el terremoto dejó al desnudo los verdaderos problemas de Haití­ y que una vez tengan claros los planes del Gobierno, «la idea oficial de la OEA es que se reconstruya con otras bases urbaní­sticas, con un plan director, con reglas. Jamás con medidas contra la voluntad del pueblo».

«Si me ofrecen un trabajo para comer y un techo, yo no dejarí­a Puerto Prí­ncipe por nada del mundo, aquí­ nací­ y me gusta», dijo el joven Jean Phenelen, que a sus 22 años se ganaba la vida como electricista.

«Hoy no sé qué hacer», dijo caminando por Les Salines, donde cualquier cachivache o fruto se vende a cambio de lo que sea para comprar un bocado.