Joven literatura guatemalteca de 1909


José Rodrí­guez Cerna hizo un estudio de la joven literatura guatemalteca de 1909, y dejó una lista con algunos comentarios personales, publicada en El Heraldo (1 enero 1910) No. 2 Valenzuela, Hemeroteca Nacional.

Catalina Barrios

Rodrí­guez Cerna menciona a Enrique Hidalgo quien ni tení­a mucha producción todaví­a. Luego sigue con Rafael Arévalo Martí­nez, consagrado exclusivamente al arte. Más que a la vida pertenecí­a a la literatura especialmente a la poesí­a. Rodrí­guez comenta que a Arévalo le hací­a falta un baño frí­o de la realidad. Sin embargo, sus versos eran de una ternura exquisita, de gran delicadeza de perfume que se exhala o de virgen que se muere. En ese tiempo la factura de Arévalo Martí­nez fácilmente caí­a en anfibologí­as (voces con más de una interpretación o con doble sentido). Tení­a además algunos descuidos de forma. Se esperaba que llegara a dominar su técnica. Federico Hernández de León era autor de versos sonoros como redoblar de tambores. Haroldo aunque trivial llegaba al dominio de la forma. Adrián Recinos, de sólida y extensa cultura, leí­a mucho y con provecho. Su disciplina mental se reflejaba en el estilo reposado, sereno y jugoso. Joaquí­n Garcí­a Salas tenia poca producción para hacer un análisis, aunque en él se intuí­a un aire nuevo. Gustavo A. Ruiz llegaba a la tautologí­a (repetición del mismo pensamiento expresado de distintas maneras). Pretendí­a la suprema originalidad en el verso. Virgilio Rodrí­guez Beteta se preocupaba por los problemas patrios, tení­a poco interés en el arte puro, su prosa estaba llena de vigor y de sabidurí­a y reclamaba las resonancias de la tribuna. Ramón Ortega, labraba con paciencia su poesí­a, enamorado del arte por el arte. Carlos H. Martí­nez, con la monomaní­a de lo japonés. Carlos Wyld Ospina tení­a poco para juzgar por ser el más joven de esta generación. Labrada en el mármol de sus sueños. Estos son los autores que eligió Rodrí­guez Cerna, más tarde llamados de la «Generación del 10». Todos pertenecen a los primeros años del siglo XX, en Guatemala. Se auguraba buena cosecha. Se esperaba que no se malograran todas las esperanzas puestas en ellos y que lograran la cumbre, como la alcanzaron casi todos estos representantes de la juventud pensadora guatemalteca. Ninguno tení­a todaví­a libros publicados.