Eduardo Blandón
Una de las creencias quizá más generalizada en la mentalidad del vulgo consiste en afirmar que la conquista americana fue relativamente fácil para los invasores españoles que emprendieron su trabajo colonizador a partir del siglo XV. Se piensa que los habitantes del nuevo mundo eran unos mansos y mensos dispuestos siempre a dejar que los blancos se salieran con la suya. ¿Es cierta semejante cosa? Oliva de Coll se encargará de negarlo a lo largo del libro que ahora se presenta.
La historia, sostiene desde el principio, habitualmente es escrita por los vencedores y, por eso, a menudo quienes la cuentan la falsean, la niegan y la imaginan. Es eso lo que hicieron los cronistas españoles al momento de narrar lo acaecido en tierras americanas, fantasearon y contaron historias que nada tenía que ver con los hechos reales. Por eso, son ellos los frecuentemente valientes, los héroes, las víctimas y «Rambos» capaces de salir airosos en batallas espectaculares.
Si uno cree las narraciones de los hispanos no queda sino la certidumbre de que ellos eran valientes, aguerridos, ingeniosos, audaces, inteligentes, estrategas y caballeros andantes donde la hidalguía privaba contra la maldad. Los indios constituían la antítesis: tontos, depravados, malos, impíos, idólatras, haraganes y dados a los vicios. Por tales razones, no era difícil concluir que la conquista era una empresa querida por Dios para el bien de estos pueblos bárbaros.
Josefina Oliva de Coll quiere desmitificar lo que quizá muchos dan por sentado al leer la historia con ingenuidad. No es cierto que los indios fueran ni lejanamente eso de lo que se les acusa. Por el contrario, la historia leída con atención y con criterio muestra que los indígenas resistieron de muchas maneras y, si en algunos momentos se mostraron pacíficos, no fue por dejadez o complacencia, sino como muestra de decisión inteligente.
El texto indica que aun y cuando al inicio los indígenas se mostraron cordiales con el hombre blanco su actitud fue cambiando en virtud de los abusos de aventureros que no tuvieron piedad ni consideración alguna con los habitantes del nuevo mundo. La inconformidad creció cuando en muchos lugares los obligaron a vivir esclavizados, les robaron sus tierras y abusaron de sus mujeres. Es inverosímil, por consiguiente, creer que un pueblo se sometiera tanto cuando tenían condiciones infrahumanas y se les humillaba peor que a animales.
No es cierto que bajaran la cerviz o simplemente imploraran a sus dioses. Hubo indígenas, según la autora, que emprendieron la lucha armada y dieron muestra de inteligencia militar superior que no sólo sorprendieron a los españoles, sino que los hicieron considerar su presunta invencibilidad. Las circunstancias hicieron de muchos líderes de las comunidades auténticos guerrilleros que con frecuencia no sólo combatieron en las montañas, sino también en el corazón de las propias ciudades.
Evidentemente no todos salieron airosos en el combate. Hubo muchos que cayeron en el fragor de la guerra y otros que murieron relativamente tranquilos en sus hogares. Algunos fueron aprehendidos y torturados, ahorcados o quemados, pero otros fueron absolutamente respetados y hasta admirados no sólo por su talento guerrillero, sino por el carácter y liderazgo que demostraron.
El libro, entonces, abre a una nueva perspectiva de la historia y permite desmitificar una realidad rica en invenciones novelescas. Lo de Oliva de Coll es la iconoclastia, la destrucción de ídolos históricos y la recuperación de acontecimientos ocultos para intentar iluminar lo que fue. Aquí hay deseos de justicia ante un poder que aplastó no sólo militarmente a las poblaciones del pasado, sino histórica e ideológicamente.
La obra se divide en diez capítulos: I. El encuentro; II. La primera oposición en las islas; III. Por la tierra que llamaron firme; IV. La nueva España; V. Florida, la inconquistable; VI. Venezuela; VII. Colombia: Nueva Granada; VIII. Tahuantinsuyo; IX. Por tierras del Plata; y, X. Chile, tierra indómita. En cada apartado, que no suele ser demasiado largo, la intelectual presenta los principales brotes de resistencia y la lucha que presentaron los más notables líderes guerrilleros en oposición al sistema que los oprimía.
El texto, que fue escrito en 1974 y editado por Siglo XXI, es presentado con un lenguaje accesible al lector promedio y, aunque cuenta una referencia bibliográfica discretamente amplia al final, no está plagado de citas a lo largo de su desarrollo. Esto favorece una lectura fluida sin las distracciones propias de comentarios al margen ni los ya expuestos aparatos bibliográficos. Por otra parte, el lector encontrará inserto entre las páginas varios mapas que, para los más exigentes, pueden ser útiles al momento de ubicar geográficamente las ciudades de las que se escribe.
Una de las descripciones que personalmente llamaron mi atención en el libro lo constituyó la resistencia cubana. Oliva de Coll dice que la lucha de ese pueblo contra los españoles fue paradigmática y valiente. Los cubanos mostraron una actitud frente a la conquista que sorprendió a los invasores al momento no sólo de hacer la guerra, sino también al preferir también el suicidio a una vida de esclavos. Inca Garcilaso cita lo siguiente: «Estaba aquella tierra próspera y rica y muy poblada de indios, los cuales, poco después, dieron en ahorcarse casi todos… se ahorcaron de tal manera y con tanta prisa que hubo día de amanecer cincuenta casas juntas de indios ahorcados con sus mujeres y hijos de un mismo pueblo que apenas quedó en él hombre viviente, que era la mayor lástima del mundo verlos colgados de los árboles como pájaros zorzales cuando les arman lazos».
Igualmente, la escritora cita a «Guamá» como el iniciador de la guerra de guerrillas en Cuba. Es él, dice, quien implanta en los montes «el único sistema posible de lucha contra la superioridad de armamentos de los españoles: la sorpresa y la guerrilla». Desafortunadamente, el líder guerrillero es aprehendido por las fuerzas españolas y muerto de un tiro. Destino semejante le ocurrirá al otro héroe cubano, «Hatuey», con la diferencia que muere en la hoguera. Oliva de Coll cita a Bartolomé de las Casas que narra esas circunstancias:
«Ya preparada la hoguera, a punto de ser prendido el fuego, un sacerdote trata de convertir al cacique y de bautizarlo. Hatuey le pregunta por qué quiere hacerlo cristiano, por qué quiere que sea igual a los españoles que son malos. El sacerdote le explica que si se bautiza podrá ir al cielo. Tornó a preguntar -el cacique- si iban al cielo cristianos; dijo el padre que sí iban los que eran buenos. Entonces el cacique Hatuey se negó rotundamente a ser bautizado para no encontrárselos. Esto aconteció al tiempo que lo querían quemar y así luego pusieron fuego a la leña y lo quemaron».
En resumen, hay muchas historias curiosas que es necesario revisar y reescribir. Es urgente, como diría también Bartolomé de las Casas, acceder a «la pura y verdadera realidad de la verdad».