Eduardo Blandón
No es la primera vez que Saramago nos sorprende con una obra basada en textos bíblicos. El Evangelio Según Jesucristo fue su primer trabajo en esta línea y hay que decir que no lo hizo mal. En esa ocasión el novelista nos ofreció un trabajo más extenso y refinado que éste de Caín. Se lució y probablemente se dio cuenta de lo exquisito que constituye escribir a partir de obras que muchos consideran sagradas.

Lo de Saramago es el escándalo y la lectura profana de textos que para muchos son fundamentales en la comprensión de la propia vida. Por ello, no extraña que una lectura literal cause escozor y ánimos inquisitoriales en almas pletóricas de candidez y celo por la palabra de Dios. El portugués en todo caso no parece importarle la hipersensibilidad religiosa y se explaya a su gusto y antojo.
El placer de Saramago parece incontenible frente a lo sacro y con Caín es desbordante. Aquí, Eva es disoluta, Adán bastante torpe y ordinario, Caín es filósofo y Noé homosexual. Es una novela escrita con soltura, una especie de fuente del que brota agua refrescante, digna de saciar hasta al más aburrido de los lectores. De hecho, esa cualidad permite una lectura apasionante que no permite treguas ni tentaciones de abandono.
¿Cómo claudicar frente a unos protagonistas rebeldes y contestatarios que permiten la reflexión? Los personajes de Saramago lejos de seguir el prototipo bíblico de hombres humildes y obedientes, son seres racionales a los que Dios tendrá que convencer si quiere respeto y adoración. Y no será fácil, el Creador en la obra del hereje tendrá que discurrir, ofrecer argumentos, razonar y mostrar coherencia moral.
Y eso es lo que le falta al Dios de Saramago: coherencia moral e inteligencia. Dios es un tarado al que a falta de argumentos acude a la lógica del déspota, se impone y tiraniza. La divinidad está lejos de ser justo, más bien priva en él la arbitrariedad y el capricho. El Creador es la decepción más grande a la que el hombre ha tenido acceso desde el origen del mundo.
Caín es la descripción meticulosa y pormenorizada de un dios vergonzoso y criminal. Su personaje principal, por ejemplo, no le perdona a Dios que haya hecho llover fuego en Sodoma y Gomorra so pretexto de no encontrar ningún justo: «Â¿y los niños?», pregunta Caín. Y concluye: un dios que se ensaña contra los inocentes es lo más criminal y digno de vergí¼enza que pueda concebirse.
Dios es innombrable no por la altura de sus atributos sino por la historia de sangre en la historia humana. Caín lo evidencia y lo retrata cual es: un sujeto perverso que disfruta la violencia y se solaza en el mal. Incluso, dice Saramago, hizo detener el sol para que sus adoradores pasaran por las armas a los gentiles, los increyentes, los que no estaban de parte del dios guerrero.
«Caín no podía creer lo que estaba viendo con sus ojos. No bastaban Sodoma y Gomorra arrasadas por el fuego, aquí, en la falda del monte Sinaí, quedó patente la prueba irrefutable de la profunda maldad del Señor, tres mil hombres muertos sólo porque le irritaba la invención de un supuesto rival en figura de becerro, Yo no hice nada más que matar a un hermano y el Señor me castigó, quiero ver quién va a castigar ahora al Señor por estas muertes, y luego continuó, Lucifer sabía bien lo que hacía cuando se rebeló contra Dios, hay quien dice que lo hizo por envidia y no es cierto, es que él conocía la maligna naturaleza del sujeto».
¿Es posible adorar a un dios que pide cosas descabelladas? Se pregunta Caín. Es eso exactamente lo que pide a Abraham con respecto a su hijo. Sólo un demente puede pedir el sacrificio de su hijo como prueba de fe, sugiere el texto. Y la obediencia de Abraham desdice mucho de él: lejos de ser considerado como «Padre de la fe» debería ser considerado como prototipo de sujeto imbécil y cobarde, incapaz de defender a su hijo a toda costa. «Lo lógico, lo natural, lo simplemente humano hubiera sido que Abraham mandara al señor a la mierda, pero no fue así. A la mañana siguiente, el desnaturalizado padre se levantó temprano para poner los arreos en el burro, preparó la leña para el fuego del sacrificio y se puso en camino hacia el lugar que el señor le había indicado, llevando consigo dos criados y a su hijo Isaac. Al tercer día de viaje, Abraham vio de lejos el sitio señalado. Les dijo entonces a los criados, Quedaos aquí con el burro que yo voy hasta más arriba con el niño para adorar al señor y después regresaremos hasta donde estáis. Es decir, además de ser tan hijo de puta como el señor, Abraham era un refinado mentiroso, dispuesto a engañar a cualquiera con su lengua bífida…».
Estas solicitudes divinas que sorprenden a Caín, quedan manifiestas también cuando se refiere al buen Job. ¿Qué Dios apuesta con el diablo en perjuicio de los hombres? ¿Somos juguetes en manos del Creador? ¿Lo nuestro es servir de pasatiempo a un aburrido padre eterno? El personaje no deja de escandalizarse frente a la superchería de un dios entronizado por su aparente bondad.
«El Señor no oye, el Señor es sordo, por todas partes se le alzan súplicas, son los pobres, los infelices, los desgraciados, todos implorándole el remedio que el mundo les niega, y el Señor les da la espalda, comenzó haciendo una alianza con los hebreos y ahora hace un pacto con el diablo, para esto no merece la pena que haya dios».
Cansado de la crueldad del cielo y de su artífice, al final de la obra Caín decide ahora sí ser malo. Su decepción lo lleva casi al suicidio y a evitar que los demás hombres participen de la injusticia planetaria. Acompaña a Noé en la construcción de la barca y asesina a todos excepto al que dirige la nave que se suicida tirándose al mar. Al final viene la última conversación entre Dios y Caín: «Dónde están Noé y los suyos, preguntó el señor, Por ahí, muertos, respondió Caín, Muertos, cómo muertos, por qué, menos Noé, que se ahogó por su libre voluntad, a los otros los he matado yo, cómo te atreves, asesino, a contrariar mi proyecto, así me agradeces el haberte salvado la vida cuando mataste a Abel, preguntó el Señor, El día en que alguien te colocara ante tu verdadero rostro tenía que llegar, Entonces la nueva humanidad que yo había anunciado, Hubo una, no habrá otra y nadie la echará de menos, Caín eres, el malvado, el infame asesino de su propio hermano, No tan malvado e infame como tú, acuérdate de los niños de Sodoma. Hubo un gran silencio. Después Caín dijo, Ahora ya puedes matarme, No puedo, la palabra de dios no tiene vuelta atrás, morirás de muerte natural en la tierra abandonado y las aves de rapiña vendrán y te devorarán la carne, Sí, después de que tú me hayas devorado primero el espíritu. La respuesta de dios no llegó a ser oída, también se perdió lo que dijo Caín, lo lógico es que hayan argumentado el uno contra el otro una vez y muchas más, aunque la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo están todavía».