José Ortega y Gasset: ¿Qué es filosofí­a?


Eduardo Blandón

No sé con certeza si la pregunta sobre la naturaleza de la filosofí­a es sincera o fingida, pero el esfuerzo por responder tal inquietud parece ser una constante entre los filósofos. Heidegger y Lyotard, por ejemplo, son sólo dos nombres de esa larga lista de filósofos que, como ahora Ortega, dedicaron tiempo a compartir con sus seguidores la comprensión propia de la filosofí­a.


Como todos los textos del autor español, este libro es sabroso, gusta al paladar y puede disfrutarse tanto en dí­as lluviosos como en tardes de calor. Raro, tratándose de un filósofo, pero real en virtud de una pluma más conectada a lo literario que a lo estrictamente especulativo-abstracto. Con todo, el libro tampoco es eso que algunos puedan calificar de miel sobre hojuelas, páginas lights, pensamientos sosos o filosofí­a soft. Ortega hace filosofí­a y eso se sabe desde las primeras lí­neas.

Ligado a las cualidades literarias del autor debe reconocérsele sus méritos pedagógicos. Ortega es un maestro en el sentido pleno de la palabra. Es un especialista en tomar de la mano al lector para guiarlo de manera ordenada, sistemática y luego proceder, como dicen los expertos: didácticamente. Estas virtudes contribuyen a que no sea un escritor con intenciones arrogantes, quiere hacerse entender y para esto echa mano de un vocabulario «ad hoc» a su público, a veces cita en latí­n, indaga en las raí­ces griegas y hasta rebusca en el alemán y el francés, pero todo con la intención de encontrar la verdad, su pasión principal.

Por si lo anterior fuera poco, Ortega es un especialista del método fenomenológico. Parte de la experiencia vital, sus circunstancias, para hallar lo que está más allá del simple fenómeno percibido por los sentidos. De aquí­ que cumpla, quizá hasta sin querer, con ese principio didáctico que manda partir de los hechos para luego abstraer y encontrar los principios de la realidad.

Respecto al libro, entrando en materia, quien mejor puede presentarlo es su propio autor. En su introducción dice lo siguiente: «En febrero de 1929 comencé un curso en la Universidad de Madrid titulado ¿Qué es filosofí­a? El cierre de la Universidad por causas polí­ticas y mi dimisión consiguiente me obligaron a continuarlo en la profanidad de un teatro. Como tal vez algunos lectores argentinos pudieran interesarse en los temas de aquel curso, hago el ensayo de publicar en La Nación sus primeras lecciones. En ellas reproduzco algunas cosas de mis conferencias en Amigos del Arte y en la Facultad de Filosofí­a y Letras de Buenos Aires».

Al ser el texto pensado para un curso, sus páginas se dirigen a estudiantes. De hecho, por esta razón, el libro es coloquial, hace observaciones, repite y planea las clases subsiguientes diciendo: «de esto hablaremos en las próximas lecciones». Esto afecta el í­ndice de la obra que se estructura en lecciones, desde la primera hasta la undécima. Cada una de éstas encuentra su unidad en el propósito central de Ortega: responder a la pregunta de la naturaleza de la filosofí­a.

Detengámonos en el capí­tulo primero. Aquí­ explica que el ser humano por estructura fundamental es filósofo. El hombre dejado a su libre albedrí­o, corrobora con esa especie de instinto, que es un indagador nato, es filósofo y no podrí­a ser otra cosa. Eso sí­, si buscar la verdad es una tendencia natural en la especie, lo es aún más en quien ejerce el oficio de la filosofí­a.

El verdadero filósofo para Ortega es aquel que dedica su tiempo a la pasión filosófica. Pero no la realiza de cualquier forma, dejándose llevar por corazonadas o simples emociones, sino de una manera racional y calculada, con un método explí­cito que apunte a la edificación de un sistema de respuesta de la realidad.

«Pienso que el filósofo tiene que extremar para sí­ propio el rigor metódico cuando investiga y persigue sus verdades, pero que al emitirlas y enunciarlas debe huir del cí­nico uso con que algunos hombres de ciencia se complacen, como Hércules de feria, en ostentar ante el público los bí­ceps de su tecnicismo».

Ortega reconoce que el ejercicio intelectual del filósofo está inevitablemente inserta en la realidad histórica que le toca vivir, por tanto, nada de lo que dice es ajeno a las circunstancias propias del pensador. La mirada escrutadora es siempre selectiva, se ve lo que se quiere ver. Somos afectados por la temporalidad.

¿De qué habla el filósofo? ¿De las cosas? Pero, ¿es que acaso existen las cosas? En este capí­tulo inicia su labor crí­tica contra del idealismo que le parece, a todas luces, un error fácilmente superable. El idealismo no reconoce el mundo externo, por consiguiente hay que demostrarlo. En realidad, las cosas no son producto de mi invención, ellas me preceden y «existen» independientemente de mí­.

«Topamos aquí­, por vez primera, con una distinción radical que diferencia nuestra filosofí­a de la que ha predominado durante siglos. Consiste esa distinción en hacerse cargo de algo muy elemental, a saber: que entre el sujeto que ve, imagina o piensa algo y lo visto, imaginado por él no hay semejanza directa; al contrario, hay una diferencia genérica. Cuando pienso en el Himalaya, yo que pienso y mi acto de pensar no se parecen al Himalaya; él es una montaña que ocupa un enorme espacio, mi pensar no tiene montaña ni ocupa el más mí­nimo espacio. Pero lo propio acontece si, en vez de pensar en el Himalaya, pienso en el número dieciocho. En mi yo, en mi conciencia, en mi espí­ritu, en mi subjetividad, o como ustedes quieran denominarlo, no encontraré nada que sea un dieciocho. Para colmo, podemos decir: que el acto en que pienso 18 unidades es él uno y único. ¡Dí­ganme ustedes si se parece! Se trata, pues, de entidades heterogéneas».

La historia del pensamiento según Ortega es ascendente. La filosofí­a, con el tiempo, ha penetrado más profundamente la realidad permitiéndole una perspectiva mejor que la del pasado. Esto no quiere decir, sin embargo, que la filosofí­a no haya tenido épocas de crisis (él mismo califica los años desde 1840 a 1900 como «una temporada antifilosófica»). ¿Cómo se produjo aquella reducción, aquel angostamiento del cuerpo filosófico? Ortega responde así­: «la serie suficiente de las causas que explican semejante hecho nos ocupará el próximo dí­a».

Ojalá que estas consideraciones del filósofo español sean suficientemente seductoras y que, lejos del temor a lo especulativo, se anime el lector a incursionar en la filosofí­a, de la mano de un pensador accesible y didáctico como Ortega y Gasset. Puede adquirir el libro en Librerí­a Loyola.