José Martí­ en Guatemala


Del 16 al 18 de mayo se realizó en La Habana el III Coloquio Internacional «José Martí­ y las Letras Hispánicas». Este es el contenido del discurso de inauguración del encuentro, que estuvo a cargo de Marco Vinicio Mejí­a, colaborador de «La Hora».

Marco Vinicio Mejí­a

La Reforma Liberal iniciada en Guatemala en 1871, decretó el 6 de abril de 1875, su reconocimiento de la República de Cuba como «libre, soberana e independiente». La aceptación diplomática propició la llegada de cubanos eminentes a nuestro paí­s, como el educador isleño José Marí­a Izaguirre, fundador de la Escuela Normal, el 19 de febrero de 1875. En ese centro educativo trabajó el también cubano Juan Garcí­a Purón. Después, arribó el poeta José Joaquí­n Palma, autor del poema del Himno Nacional de Guatemala, y el pedagogo Hildebrando Martí­, iniciador del Instituto Nacional Central para Varones, el 4 de agosto de 1875.

En 1877, se les unió José Martí­. Una de las razones del prócer para viajar a Guatemala fue la simpatí­a que en él despertó el reconocimiento de la República de Cuba en Armas por parte del gobierno guatemalteco. A esto se sumó el amparo que momentos en que el cubano ilustre no pudo continuar su estadí­a en México.

La plenitud del paisaje y las dimensiones del panorama humano encontrados por José Martí­ a su arribo a Guatemala quedaron plasmadas en uno de sus diarios de viaje al describir la latitud que se abrí­a ante sí­:

«Guatemala es una de esas regiones, ?hechas como para aplacar la ardiente sed de los hijos de los paí­ses viejos, ?y para comprobar la perpetua frescura y la generosidad maternal de la Naturaleza. Nos hemos convencido de ello tras vivir en sus tranquilas ciudades, después de cruzar sus verdes valles, y ver la cima amarilla de sus volcanes reflejarse en el agua serena de sus grandes lagos.» (O.C., Tomo 19: 75).

Eran los tiempos en que la marejada liberal sacudí­a Centro América. El gobierno en Guatemala estaba a cargo de una nueva generación caracterizada por el pragmatismo y los ideales positivistas. En 1871 habí­a triunfado el liberalismo acaudillado por Justo Rufino Barrios, un acaudalado plantador de café cuyas haciendas se encontraban cercanas a la frontera con México.

Barrios gobernó como dictador entre 1873 y 1885. Impulsó una reforma agraria acelerada y radical que expropió los bienes eclesiásticos en 1873; suprimió el censo enfitéutico en 1877, el cual otorgaba derechos perpetuos de arrendamiento, y vendió y distribuyó los baldí­os que, entre 1871 y 1883, alcanzaron 387,775 hectáreas. Con esas medidas se conformó un mercado privado de tierras en la región más apta para el cultivo del café.

En el año del arribo de Martí­ a Guatemala (1877), entró en vigor el Reglamento de Jornaleros que resucitó el mandamiento colonial. Las comunidades indí­genas fueron forzadas a proporcionar trabajadores temporales y se regularon las «habilitaciones» o anticipos de dinero que obligaban compulsivamente a los laborantes indí­genas con los hacendados. El régimen se complementó con las leyes represoras de la vagancia y con un sistema de control polí­tico local.

La reforma liberal guatemalteca se amparó en el lema «Paz, educación y prosperidad material» para impulsar «un furioso anticlericalismo y el fomento de las obras y servicios públicos exigidos por la gran expansión del café.» Se dio prioridad a la infraestructura productiva al construirse caminos y puertos, y se inició el tendido del ferrocarril hacia el Atlántico que fue inaugurado hasta 1908. Esa era la ruta ideal para exportar el café en ausencia del canal de Panamá que inició operaciones en 1914. (Pérez Brignoli, 1989: 95-96).

La eliminación de todos los fueros y canonjí­as de la Iglesia católica provocó, entre otras consecuencias, que el control de la educación pública lo ejerciera el Estado. La educación en Guatemala desempeñó un papel cardinal durante un periodo en el cual Martí­ se convirtió en el docente idóneo para ese ambiente reformador.

Martí­ empezó a conformar su concepción sobre la identidad americana en Guatemala, donde se propuso llevar tal fenómeno a su expresión más alta. Además de la conciencia de los gobernantes se encuentra el papel de los maestros. La impronta de ambos la llevarí­a en sí­ mismo. En el primer libro de su extensa bibliografí­a, titulado Guatemala, testimonió la oportunidad que tuvo ante sí­ en este paí­s:

«Yo llegué meses hace, a un pueblo hermoso: llegué pobre, desconocido, fiero y triste. Sin perturbar mi decoro, sin doblegar mi fiereza el pueblo aquél, sincero y generoso, ha dado abrigo al peregrino humilde. Lo hizo maestro, que es hacerlo creador. Me ha tendido la mano y yo la estrecho.

Guatemala es una tierra hospitalaria, rica y franca: he de decirlo.

Me da trabajo ?que es fortaleza,? casa para mi esposa, cuna para mis hijos, campo vasto a mi inmensa impaciencia americana.» («Guatemala», 2000: 17).

Martí­ hizo un balance del gobierno de Barrios, cuyas luces y sombras no pueden distinguirse si es contemplado con apasionamiento:

«Barrios es un hombre astuto y fuerte, que desprecia a los hombres y los hace fustigar; que gobierna por el terror ?pero que comprende que debe disimular esas maldades con las exigencias de una revolución popular contra el antiguo régimen oligárquico, ?que siente realmente el odio a las clases elevadas y el amor a los pobres, ?que ha sembrado en el paí­s las escuelas a granel y permitido, ?a cambio de que lo consientan en el poder que tanto ama, inspirado de lejos por los jesuitas refugiados en Nicaragua, ?y el partido liberal, cuyo verdadero jefe, un anciano ilustre, M. Garcí­a Granados, acaba de morir. Ese hombre, para afirmarse en el poder, para ser agradable al amo, para servir su orgullosa vanidad de hijo de Guatemala, al mismo tiempo que por una lucha moderada, estableció poco a poco sin quererlo, la fundación de un verdadero régimen liberal, ?ha ligado en provecho suyo a los otros y a la concertación del cual han puesto su fortuna y su vida ?el desarrollo de la industria agrí­cola, la creación de caminos, el crecimiento rápido y admirable de la riqueza pública.

Ha sabido hacerse servir por los aristócratas a quienes ha fustigado y abandonado a aquellos de sus amigos que no quisieron la ayuda hasta el final. í‰l es una especie de mito para las gentes del pueblo que lo tienen por un ser terrible y bueno, y que acostumbrados a la fusta de un indí­gena que los gobernó treinta años sin saber leer ni escribir, Rafael Carrera, se ven con gusto fustigados con menos frecuencia por una mano que sabe matar; pero que sabe por cálculo, en parte, hacer bien.» (O.C., Tomo 15: 13-14).

El programa educativo en Guatemala lo marcó el positivismo como doctrina oficial y se caracterizó por el fomento de la instrucción primaria, el establecimiento de institutos de educación media en las principales ciudades del paí­s y la modernización de la Universidad Nacional, con énfasis manifiesto en las profesiones liberales.

José Martí­ se trasladó desde Livingston hasta la ciudad de Guatemala, a donde llegó a principios de abril de 1877. Se incorporó al claustro de la Escuela Normal Central, gracias a la mediación de su director José Marí­a Izaguirre, también cubano.

Martí­ se relacionó con distintos actores polí­ticos. En el desarrollo de esos contactos oficiales, el gobierno guatemalteco le encomendó escribir una obra teatral que tituló Patria y Libertad (Drama Indio). Sobre el encargo, el prócer escribió: «Antonio Batres, de Guatemala, tiene un drama mí­o, o borrador dramático, que en unos cinco dí­as me hizo escribir el gobierno sobre la independencia de Guatemala». (O.C., Tomo 18: 129).

Se trata de una obra épica que denuncia el sometimiento y la explotación de los indí­genas por el sistema colonial español y la Iglesia católica. Es la primera obra teatral verdaderamente americana, en la que Martí­ refleja su permanente interés por independizar la cultura y los pueblos latinoamericanos de moldes e injerencias foráneas, y en el que ya emplea la expresión «Nuestra América».

El protagonista es Martino ?la representación del propio Martí­?, quien propugna por la independencia y se casa con Coana, personaje ficticio a la par de Indiana América y las figuras históricas de Pedro Molina, José Francisco Barrundia y José Cecilio del Valle. La pieza tiene carácter didáctico y al parecer, según el historiador guatemalteco Luis Luján Muñoz, Martí­ obtuvo la información para escribirla en las bibliotecas de Mariano Padilla y Batres Jáuregui, si bien situó erróneamente los hechos del primer acto en La Antigua Guatemala y no en la Nueva Guatemala de la Asunción. (1996: 11-12).

Esta vocación de lograr una expresión propia la plasmó Martí­ en su texto «Poesí­a Dramática Americana», escrito y publicado en Guatemala en febrero de 1878. Para el cubano es muy difí­cil definir la lí­nea que separa al teatro de la poesí­a. El teatro poético consiste en que el teatro y la poesí­a brillen de modo gemelo, sin que un lenguaje se anteponga al otro. La dramaturgia martiana propone un mestizaje afortunado entre la historia, las imágenes y la poesí­a, así­ como un trabajo actoral que rebase los lí­mites de la interpretación a secas. La escritura poética apuesta por un teatro que se sirva de los elementos esenciales del texto, los actores y el escenario: «Surjan y revivan en la América entera, en esta misma hermosa Guatemala […] surjan y revivan los olvidados elementos de que por la riqueza y nuevo color de los lugares, por los inagotables asuntos históricos, por la frescura y originalidad de las pasiones, por la épica sencillez de caracteres, por el continentalismo inevitable de que todo esto ha de revestir a nuestros dramas, está llamado a ser, en rí­tmica poesí­a o cadencioso verso, un imponente teatro nacional». (O.C., Tomo 4: 313-314).

En mayo de 1877 ingresó como profesor de la Universidad Nacional donde impartió las cátedras de Literatura francesa, inglesa, italiana y alemana, y la de Historia de la Filosofí­a. Esas cátedras las impartió en la Facultad de Filosofí­a y Letras de la universidad centroamericana más destacada del siglo XIX. (O.C., Tomo 20: 47).

Martí­ también se incorporó a la Sociedad Literaria «El Porvenir», en mayo de 1877, de la cual fue vicepresidente a partir del 25 de julio, después de un discurso que pronunció en el Teatro Colón alusivo a la fundación de la ciudad de Guatemala. Además, fue docente en la Academia de Niñas de Centro América desde el 17 de junio de 1877, donde conoció a la estudiante Marí­a Garcí­a Granados.

Una de las «leyendas literarias» en Guatemala relaciona a Marí­a Josefa Garcí­a Granados (1796-1848) con José Martí­, quien la habrí­a tomado como modelo de su famoso poema La Niña de Guatemala. Marí­a Josefa fue hermana del ex presidente Miguel Garcí­a Granados y falleció antes de que el cubano llegara a Guatemala en 1877. Marí­a Garcí­a Granados, la hija del ex gobernante, fue la conocida de Martí­; si bien era culta, no tuvo el talento literario de la tí­a.

Durante su estadí­a en Guatemala, desde marzo de 1877 hasta finales de julio de 1878, dictó diversas conferencias y escribió textos que lo anunciaron como uno de los precursores del modernismo, uno de ellos titulado Guatemala, publicado en 1878 en forma de folletí­n en el periódico mexicano El Siglo XIX. (O.C., Tomo 7: 111-158).

En esa crónica, Marí­a Josefa fue para Martí­ una «famosa decidora, que no dejó suceso sin comentario, hombre sin gracioso mote, defecto sin epigrama, conversación sin gracia» y quien «por mucho tiempo» fue «animación y para siempre gala de la literatura guatemalteca». Autora de un poema dramático con el que se burló de los facultativos que atendieron la epidemia de cólera de 1837 en Guatemala: «Anda casi en secreto un ’Boletí­n del Cólera’, ?de los tiempos en que el aire mefí­tico del Ganges sopló fuerte, y ella como Moliere la emprendió con los médicos, ?que es cosa de no dejar aquella ocurrentí­sima y castiza sátira, un solo instante de las manos.» (1998: 63).

La calamidad se dio en tiempos del gobierno de Mariano Gálvez, a quien sus enemigos lo acusaron falsamente de que la enfermedad era producida por el veneno que ordenó arrojar en el agua. El rumor provocó que los médicos nombrados para combatir la peste fueran mal recibidos y hasta quiso obligárseles a tomar los remedios para demostrar que no eran venenos. Debido a que los galenos no los ingerí­an, pues, no se encontraban enfermos, la gente creyó que era cierto lo del envenenamiento.

El gobierno nombró una comisión de médicos para atender las emergencias y emitió un «Boletí­n del cólera» en que informaba al pueblo de la marcha de la epidemia. Uno de los médicos, el doctor Cróquer, se negó a integrarse a las brigadas, pero, fue obligado a trabajar. Los muertos eran numerosos y las medidas sanitarias adoptadas resultaron inefectivas. Esta situación provocó la burla de Marí­a Josefa Garcí­a Granados, quien escribió la pieza satí­rica Boletí­n del cólera, que circuló «profusa pero subrepticiamente». (1971: 172).

Los sectores conservadores guatemaltecos percibieron como una amenaza la prédica, el pensamiento y las enseñanzas de Martí­. A la par se dio la adhesión del cubano a las reformas impulsadas por Barrios, convicción plasmada en un manifiesto público contra un intento fallido de magnicidio del caudillo en el cual condenó el intento golpista. La proclama se publicó en el periódico oficial «El Guatemalteco», el 11 de noviembre de 1877.

En Guatemala, Martí­ tomó conciencia de la misión que habrí­a de cumplir en la independencia de su paí­s, proceso que estarí­a aparejado a la liberación de los paí­ses latinoamericanos, como se desprende de la carta que dirigió a Valero Pujol el 27 de noviembre de 1877: «Vivir humilde, trabajar mucho, engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas, pagar a los pueblos el bien que me hacen: éste es mi oficio». (O.C., Tomo 7: 112).

Dos dí­as después de escribir la misiva, partió hacia la ciudad de México con el propósito de contraer matrimonio con su compatriota Carmen Zayas Bazán. El viaje lo efectuó por ví­a marí­tima desde el puerto de San José hasta el de Acapulco. En la capital mexicana se hospedó en la casa de su amigo Manuel Mercado, a quien entregó el manuscrito titulado Guatemala, para su futura edición. Después de la boda, la pareja viajó a nuestro paí­s, el 26 de diciembre de 1877. Ese retorno fue muy sentido para Martí­.

En marzo de 1878 tuvo la intención de marcharse de Guatemala debido a la hostilidad en su contra. En ese entonces tení­a 25 años. En una carta a Manuel Mercado, fechada el 30 de marzo de 1878, hizo el siguiente comentario:

«Aquí­, por celos inexplicables del Rector de la Universidad, hombrecillo de cuerpo y alma, a quien no he hecho más mal que elogiar en un discurso mí­o otro discurso-lectura suyo que no merecí­a elogio ?me he quedado siendo catedrático platónico de Historia de la Filosofí­a, con alumnos a quienes no se permite la entrada en clase; y sin sueldo. En cambio, se me anuncia que se me nombrará catedrático de la Ciencia de la Legislación. ?Se me abrirí­a con esto un vasto campo, y yo sembrarí­a en él la mayor cantidad de alma posible. ?Doy gratuitamente una clase de filosofí­a: el mejor sueldo es la gratitud de mis discí­pulos.» (O.C., Tomo 20: 46).

En abril de 1878, Martí­ renunció a sus cátedras en la Escuela Normal en solidaridad con su compatriota José Marí­a Izaguirre, destituido por Justo Rufino Barrios del cargo de director de ese plantel. El propio Izaguirre relató la actuación de Martí­ en la emergencia, episodio que muestra su altura moral:

«?Lo que han hecho con Ud. es una cosa indigna. Voy a presentar mi renuncia inmediatamente ?dice Martí­?.

?No haga Ud. semejante locura ?le contesté?. Si el sueldo de que aquí­ goza es el único recurso con que cuenta para mantenerse y mantener a su esposa ¿a qué queda Ud. atenido si lo renuncia?

?Renunciaré ?me respondió con firmeza? aunque mi mujer y yo nos muramos de hambre. Prefiero esto a hacerme cómplice de una injusticia.» (1977: 245).

La situación se hizo insostenible. Tras la muerte de Marí­a Garcí­a Granados, Martí­ pensó en emigrar a Honduras o al Perú. Ante la insistencia de su esposa y familiares decidió retornar a Cuba. Finalmente, el 27 de julio de 1878 abandonó suelo guatemalteco para penetrar en Honduras en su tránsito hacia La Habana.

Casi ocho décadas después de la llegada de Martí­, otro proceso revolucionario en Guatemala atrajo a Ernesto Che Guevara. Durante el esplendor de la Primavera Democrática (1944-1954) a Che le nació la conciencia, presenció los errores de la Revolución guatemalteca y concibió la Medicina Social. Esas experiencias después las aplicó en Cuba con el fin de evitar errores similares y realizar la revolución de salud dentro de la Revolución.

La interrupción violenta de la tentativa guatemalteca, en la que participó abiertamente el gobierno de Washington, condujo a una guerra interna que duró más de treinta años. Mientras, Cuba ha estado bajo asedio constante, pero el infame bloqueo no le impidió logros significativos en la equidad y la justicia social, alcanzándose una expectativa de vida nivelada con las perspectivas de vida de Estados Unidos. Los avances cubanos en las cuestiones de salud ?proyectado en su internacionalismo médico?, constituyen la respuesta histórica a la polí­tica de hostilidad en su contra.

La relación entre Cuba y Guatemala le toma el pulso a América Latina. En ese palpitar no descubriremos consecuencias sino dinámicas en proceso, expresadas en inconformidades vitales para hallar la unidad dentro de la diversidad. Cuba y Guatemala se convierten así­ en esferas sin centros y con lí­mites en cualquier parte. Las dos coinciden en una encrucijada central de América Latina, la cual puede convertirse en un puente auténtico más allá del recuento de las grandes contingencias del continente y lejos de los zigzagueos ideológicos. El reencuentro diplomático y la fraternidad expresada en la democratización de la salud representan el ejemplo de la nueva convivencia que espera a quienes sobrevivimos al sur de la frontera del Rí­o Bravo.

La presencia bienhechora de la Misión Médica Cubana en Guatemala, desde 1998, ha representado un impacto directo en la democratización de los servicios de salud en nuestro paí­s y nos obliga a reflexionar sobre el tipo de sociedad a la cual aspiramos. El Estado en Guatemala está lejos de ser un Estado de bienestar. Es urgente que pensemos la solidaridad para poder formular un modelo de Estado en términos de justicia y de responsabilidad con todos los seres humanos.

En Latinoamérica, los cubanos son quienes más se han tomado en serio la solidaridad. Su ejemplo en Guatemala conlleva la necesidad de contar con un modelo alternativo de relaciones interpersonales que esté más allá de la simplificación de elegir entre individualismo y colectivismo, caridad y justicia, universalidad y singularidad. La enseñanza cubana es que debemos optar por la solidaridad como el principio ético que permita regular y limitar el poder polí­tico.

José Martí­ estaba consciente que se requerí­a una nueva América, distinta a la de las repúblicas de «males nuevos» nacidos de «viejos males» coloniales. Para él, la América unida serí­a la «patria ansiada», en la que no existan divisiones ni luchas intestinas como ocurrí­a ?y aún persiste? en el seno de cada uno de los paí­ses que llegarí­an a conformarla. La fragmentación ha debilitado a América Latina, manteniéndola en una pobreza secular, con economí­as precarias y mentalidades colonizadas en sus clases dirigentes, más atentas hacia las metrópolis ?antes Europa y ahora Estados Unidos? que hacia el interior de sus propios pueblos. Los latinoamericanos podemos encontrar en el pensamiento martiano una fuente siempre renovada de identidad, como lo plasmó en el Periódico «Patria» del 11 de junio de 1892:

«Es cubano todo americano de nuestra América. Y lo es más si nació en un pueblo donde el cubano tuvo siempre consuelo y abrigo; donde la juventud abrió los brazos al maestro errante, al insurrecto herido, al poeta de las serenatas tejidas con hilo de oro; donde el agricultor trató de hermano, y dio casa y empleo, al que llamó a sus puertas, sin más caudal que la pobreza y el dolor; donde las señoras de abolengo adornaban con sus manos, como para hijas, el tocador de sus humildes huéspedes cubanas; donde nunca faltó cariño y pan para los cubanos agradecidos. Es cubano todo guatemalteco.»

Ciento treinta años después de que José Martí­ inició su etapa guatemalteca, trémulo de emoción, con el corazón en la mano, dejo mi testimonio de gratitud ya que la afirmación del prócer retorna al comprobar que es guatemalteco todo cubano.