José Manuel Caballero Bonald, el escritor disconforme


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A veces la mirada desde la narrativa es muy odiosa. Los escritores suelen dividirse – inútilmente – unos de otros. Los novelistas tienden a verse como hermanos mayores de las letras, dejando a un lado a una hermana coja que es la poesía.

POR VIVIAN MURCIA GONZÁLEZ

Dividir las dos formas de contar la vida puede ser odioso y erróneo, tal vez. Lo cierto es que encontrar un escritor que sea novelista y poeta, y que haga muy bien las dos cosas, es más bien difícil. Será que la división obedece a una selección profesional o, mejor, a una distribución que depende del talento.

José Manuel Caballero Bonald es uno de los pocos que lo logran. Une poesía y novela, eso sí no duda en confesar que a él le va más  la primera que  la segunda.

Según él “la poesía es música y matemáticas”, tal vez por eso es exquisitamente riguroso en la estructura de sus poemas. Un ejemplo:

Barranquilla la nuit

Cuerpo inclemente, circundado
por un vaho de frutas, desguazándose
en la tórrida herrumbre
portuaria,

¿no eran
los labios como orquídeas
mojadas de guarapo, no tenían
los ojos mandamientos de cocuyos
y allí se enmarañaban
la excitación y la indolencia?

Mórbida efigie de esmeralda
y musgo, entrechocan sus pechos
entre la mayestática cochambre
de la noche.

Desnuda
antes que alerta y disponible,
desnuda nada más, desmemoriada
sobre un cuero de res, el vientre
húmedo de salitre y en el cuello
el amuleto pendular de un dado
cuyo rigor jamás aboliría
los tercos mestizajes del azar.

Rauda la carne y prieta
como un sesgo de iguana, surca
los fosos coloniales, deposita
en las inmediaciones del marasmo
una aromática cadencia
a maraca y sudor y marigüana,
mientras cumple el amor su ciclo
de putrefacta lozanía
en el nocturno ritual del trópico.

Sí, lo escribió inspirado en la ciudad del norte de Colombia, país en el que vivió una temporada y en el que se desenredaron sus lazos con Latinoamérica.

A sus 86 años, José Manuel Caballero Bonald fue galardonado con el Premio Cervantes de Literatura 2012.

Es uno de los pocos premios importantes que le faltaban. Ya había obtenido el Nacional de las Letras (2005), el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2004), además de tres veces el de la Crítica, por los poemarios Las horas muertas (1959) y Descrédito del héroe (1977) y por la novela Ágata ojo de gato (1974).

“Lo mío es la vida contemplativa. Es mi vocación. Me gusta ver pasar la vida debajo de un árbol…”, contaba en una entrevista este poeta andaluz al que se le destaca por manifestarse rebelde ante la dictadura franquista. Pero no por querer ser contemplativa su experiencia de vida ha sido menos intensa.

“No tengo mucho que ver con la tradición del realismo de Galdós o Baroja. Me distancio del sencillísimo y escritura de vuelo rasante que es una copia de la realidad y le falta interpretación. Me siento más cerca de América Latina: mi padre era cubano, viví en Colombia, recorrí el continente, allí hice mis primeros amigos literarios y descubrí a esos autores que no temen explorar”, manifestó en una entrevista.

Así se descubrió desobediente de su tiempo y su país. En 1963, en pleno franquismo, publicó su famosa colección ‘Colliure’, descrita como “hermandad de la poética insurrecta” donde confiesa que “supe / que de verdad habíamos perdido” una guerra civil.

El pasado oscuro del franquismo fue descrito en su primer libro de memorias ‘Tiempo de guerras perdidas’, después llegó ‘La costumbre de vivir’, así completaba la mirada lóbrega de la España que le tocó. Tuvo que ver a su tierra y así mismo en grises; su identidad estaba marcada por una realidad que no quería y que le repelía, pero finalmente realidad y como tal inapelable.

¿Cabreo español? Sí, sí que lo tuvo con Franco y lo tiene ahora… Su país vuelve a caer en los enredos de la historia.

Su malestar mayor de los tiempos recientes fue el que lo condujo a escribir ‘Manual de infractores’, poemas, contra Aznar y la inmersión de este país en la guerra de Irak. Entonces aseguró que dejaría la escritura.

Dijo entonces: “Yo tengo intermitencias delictivas. Me suelo cabrear mucho con las cosas y a medida que observo lo que ocurre a mi alrededor me vuelvo más suspicaz, más consciente de que vamos cada vez peor”.

Es un poeta muy cabreado pero no menos contemplativo. No ha dejado de mirar la vida, de enfrentarse a ella. Su forma de describir el presente de España lo dice todo: “Son los umbrales de la catástrofe”.