José Luis Álvarez, el último de los grandes paisajistas


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Síntesis de un acucioso espíritu científico, observador y exacto, y una sensibilidad porosa que sabe absorber la húmeda nostalgia de nuestros más bellos rincones, José Luis Álvarez, maestro de la luz y el color, ha creado una obra plena de sutilezas. Objetivo y realista, su arte transparenta una mesura emocional y ostenta una perfección formal que bien podemos llamar clásicas.

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POR JUAN B. JUÁREZ*
Fuera, la luz era verde con gritos rojos en los sitios claros
R.M. Rilke

En sus cuadros, análisis de un instante luminoso, se detiene el fluir del tiempo y se eterniza un contraste fugaz de la luz y la forma.  Virtuosismo técnico y  meditada administración emotiva crean esa atmósfera apacible que se desprende de sus cuadros y que constituye el sello inconfundible de toda su obra.  Firme, estable y coherente, al igual que sus obras, es también el lugar que José Luis Álvarez ocupa dentro de la plástica guatemalteca.

Vivimos en el siglo de la crítica y esta característica de nuestra época se manifiesta sobre todo en el arte.  Las obras son no solo una invitación a la discusión sino también, y en primer lugar, los argumentos contundentes de una polémica que desborda el ámbito estético.  Al decir que la obra de un artista se impone (“es firme, estable y coherente”) se alude a los infinitos obstáculos —estéticos, morales, filosóficos y, en fin, ideológicos— que opusieron resistencia a su génesis y, por consiguiente, al poder —estético, moral, filosófico— que se presencia representa y ejerce.  Parecerá, sin duda, exagerado vincular la obra apacible y luminosa de José Luis Álvarez a esta polémica que a primera vista le resulta tan ajena.  Sin embargo, esa polémica es el motor del arte contemporáneo y solo dentro de ella adquieren las obras su plena significación.  Nacido en 1918, José Luis Álvarez es un artista difícil de encasillar.  Por su temática, el paisaje, pertenece, al igual que Hilary Arathon, Arimany, Miguel Ángel Ríos y Salvador Saravia, a la generación del 30 que, junto con los pintores de la generación del 20 les correspondió el descubrimiento de las posibilidades pictóricas de Guatemala.  Siguiendo las directrices del impresionismo y del neoimpresionismo estos artistas crearon, por su atención a nuestra naturaleza, las bases de una pintura nacional.  Cronológicamente, le correspondería pertenecer a la generación del 40, a la que pertenecen Franco, Dagoberto Vásquez y Grajeda Mena, que en su momento cambió la fisonomía de nuestra plástica al aplicar nuevos procedimientos que incorporaron a su obra elementos sociales, históricos y psicológicos de nuestra realidad.  Esta indecisión generacional, por lo demás totalmente accidental y que en su caso se resuelve por la generación del 30, es quizás la explicación del énfasis puesto por José Luis Álvarez en los aspectos técnico y científico, en la armonía cromática y en la contención emocional que sus obras manifiestan y que son sin duda los pilares de su perfección formal.  Si con él el paisaje guatemalteco alcanza una cima es porque, además de su indiscutible genio pictórico, defiende con vehemencia una tradición contra la cual la generación del 40 atentó violentamente.  Debemos recordar que las palabras de un pintor son sus pinturas.  En el caso de José Luis Álvarez, su lenguaje —lenguaje de la tradición— cobró, al sopesar reflexivamente la nueva situación, claridad y mesura, objetividad y realismo, estabilidad y coherencia, para oponerse a la oscuridad y desmesura, al subjetivismo y fantaseo, a la inestabilidad e incoherencia del nuevo y agresivo lenguaje plástico.  En esa polémica su obra definió su carácter reflexivo, seguro y apacible que lo distingue de la frágil y fresca espontaneidad de los otros paisajistas y que ofrece, por su clásica perfección, tan marcado contraste frente a las conflictivas realizaciones de los pintores de las nuevas generaciones.  Analicemos con detalle.

II

Los cuadros de José Luis Álvarez son ante todo la recreación de un espectáculo luminoso.  Su objeto no son tanto las cosas en sí sino la luz que las ilumina y que hace variar su apariencia a cada instante.  Su minuciosa y detallada realización es el correlato de una metódica y analítica observación de la luz y su sutil incidencia en la forma de los objetos.  La captación objetiva del instante es la finalidad del pintor y la ocasión de aplicar su técnica virtuosa y mostrar su dominio perfecto del color.  Así, los cuadros de José Luis Álvarez reclaman un espectador atento que pueda discernir las finas gradaciones de color que lo sustentan, pues de otro modo, para el observador superficial, la obra, aunque válida y agradable, parecerá convencional, despliegue gratuito de virtuosismo.  Sin embargo, hay tras ello un afán de apegarse no solo al modelo sino, más bien, a la hora exacta que expone a la luz una faz particular del mundo.  Consecuente al propósito espectacular que lo anima, la composición está en función de la organización racional de un escenario en el que la luz ha de mostrar sus maravillosas propiedades.  Una meditación rigurosa contiene los ímpetus espontáneos y el cuadro, coherente, gana en estabilidad lo que pudo perder en frescura.

La claridad del cuadro, su inteligibilidad, es la resultante de un distanciamiento analítico de su objeto —la luz—, de una observación mediatizada de la realidad, de una objetivación pura, exenta, hasta donde es posible, de elementos subjetivos.  Solo sobre estos presupuestos podemos ver la nostalgia de las calles, la imponente melancolía de la arquitectura colonial y de las tradiciones indígenas brillar primigeniamente y decir con propiedad que José Luís Álvarez las ha sacado a la luz.  Dicho de otro modo, la obra de José Luís Álvarez nos impone un distanciamiento de la realidad.  Realidad que en nuestra relación cotidiana y habitual —habitamos en ella— tendemos a obviar.  Sin embargo, este distanciamiento estético conduce a un reconocimiento que abre la posibilidad de una auténtica apropiación.

Así, objetivo, realista, consecuente, racional, estable y equilibrado —en una palabra, clásico—, el arte de José Luis Álvarez afirma la validez del paisaje como expresión plástica en una sociedad que no termina de conocer su realidad y que necesita identificarse y conciliarse con y en ella.  La opinión que ve en el paisaje un arte superficial, sin conflicto, decorativo y escapista encuentra en la obra de José Luis Álvarez una réplica brillante: se tiene que admitir que el camino de la conciencia empieza en el asombro ante lo familiar y habitual.  El lenguaje claro y abierto, exento de hermetismos  intelectuales, de José Luis Álvarez hace que su obra funcione, en la medida en que los canales de difusión del arte lo permiten, como un positivo elemento de identificación cultural, característica ésta que habla de su vigencia histórica.

III

Los aspectos técnico y polémico de la obra de José Luís Álvarez son los extremos de una dialéctica poética.  La nostalgia y la melancolía de la que hemos hablado anteriormente son los componentes de un prisma espiritual a través del cual el artista mira la realidad.  El mundo que se recrea en sus cuadros por medio de una virtuosa técnica pictórica y un exacto conocimiento del color es la evocación de un mundo ideal, vislumbrado, quizás por contraste, por una profunda sensibilidad.  La fina captación de la luz y sus sutiles matices es afán de capturar la eternidad del instante, es obsesión por detener el tiempo y de inmovilizar su flujo devorador, cuyo devastador efecto no es mayor sobre las cosas materiales sino en el espíritu de los hombres.  La armonía cromática es el barrunto de otra armonía que, a diferencia de la real, no es fugaz sino perdurable.

Con ese trasfondo de eternidad contra la que la realidad guatemalteca es confrontada por José Luis Álvarez brota de los cuadros una nostalgia tenue que no es otra cosa que el amoroso deseo de resguardar lo nuestro del olvido y de la indiferencia cotidiana.  Eternidad de la presencia: anulación del tiempo y del olvido.  Inmovilización del instante para la eternización de una armonía siempre fugitiva, solo vislumbrada en el amor.  Idealización de la realidad —nuestra realidad— como paradigma de paz y armonía: sugerente contraste de la obra del maestro José Luis Álvarez.

* En febrero murió José Luis Álvarez, el último sobreviviente de aquella generación de pintores que descubrieron para el arte y para la conciencia el territorio guatemalteco y, viendo con amor el paisaje que los envolvía pusieron las bases de un arte auténticamente nacional.  Del catálogo de la exposición retrospectiva que se realizó en 1982, organizada por Zipacná de León, en el vestíbulo del Inguat, recuperamos este artículo.