José Luis Abellán: El exilio filosófico en América


Entre los muchos méritos que ha tenido el Fondo de Cultura Económica está el de haber tomado ventaja de la presencia de intelectuales españoles exiliados en América Latina y publicado su pensamiento. Esto no es de poca monta. Gracias a esos españoles infatuados por el amor a la filosofí­a, por ejemplo, fue que se renovó el pensamiento y se gestaron nuevas formulaciones para entender un mundo que se avizoraba nuevo.

Eduardo Blandón

Para nadie es un secreto que en esta parte del continente hasta casi la mitad del siglo pasado predominaba un pensamiento tradicional, conservador y de poca imaginación para resolver los nuevos desafí­os que presentaba la ciencia y el mundo en general. El tomismo representaba una rémora que estaba condenando a una vida anquilosada y anclada en el pasado.

Esa vida aburrida y llena de teorí­as desgastadas provenientes del mundo medieval fue dejada atrás gracias a hombres (y mujeres) que vinieron a América como producto de la casualidad. La guerra civil española constituyó el milagro que hizo posible la asimilación de filosofí­as que se compartí­an abiertamente en el viejo mundo y que posiblemente despertó del sueño dogmático a más de algún tedioso pensador.

Vinieron muchos españoles y buenos. Raro, si pensamos que la primera conquista pareció ser todo lo contrario. Esos filósofos eran de todo tipo: jóvenes, viejos; hombres, mujeres; aristócratas y menos aristócratas? Habí­a para todos los gustos. Los unificaba únicamente el amor a su paí­s, pero especialmente, al saber. Muchos vinieron y pocos regresaron, la mayor parte quedó enamorada de estos confines y aquí­ fueron enterrados, según sus propios gustos.

El presente libro no sólo hace una descripción biográfica de los principales pensadores españoles, sino que se interesa también por los temas fundamentales de la filosofí­a desarrollada por ellos mismos. Voluminoso documento (461 páginas), alejado de toda superficialidad fácil, en la que el lector puede iniciar un estudio profundo de la contribución de esos intelectuales al mundo del saber.

¿Quiénes fueron esos hombres? El listado es amplio. Entre los más conocidos están: José Ferrater Mora, Eduardo Nicol, José Gaos, Marí­a Zambrano, Juan David Garcí­a Bacca y Francisco Ayala. Cada uno de ellos fue importante en su momento y su contribución quizá todaví­a hoy puede ser perceptible.

Esos académicos fueron entusiastas de la filosofí­a. Por eso se dedicaron a traducir obras, escribir, enseñar, dirigir universidades y dictar conferencias por distintos lugares del mundo. En el caso de Gaos, por ejemplo, su trabajo fue fundamental por haber introducido a pensadores desconocidos en el continente, como fue el caso de Heidegger y Husserl.

En cuanto a los otros autores, los menos conocidos, como es el caso de Joaquí­n Xirau, Fernando de los Rí­os, Eugenio Imaz y Manuel Garcí­a Pelayo, la deuda de América Latina hacia ellos no es inferior a los ya citados. Hay casos, como el de Joaquí­n Xirau, en la que el desarrollo de su pensamiento es notable y no carece de cierta imaginación. Por razones de interés y espacio a continuación expongo su pensamiento.

Joaquí­n Xirau es el mayor de los filósofos venidos a América. Nació en 1895 y emigró a estas tierras en 1939. Para ese entonces ya se codeaba con filósofos de la talla de Garcí­a Morente, Zubiri, Rubén Landa y Ortega y Gasset. Su fondo filosófico es el de Brunschwig, Bergson, Meyerson y posteriormente J. P. Landsberg y Ví­ctor Basch. Fue un crí­tico de su tiempo y observador desconfiado de un futuro que le parecí­a más bien negro.

«Nos hallamos en plena barbarie. El hombre actual posee medios poderosí­simos. Carece de fines claros, de ideales capaces de exigir la sumisión incondicional de la vida. Grave error es hablar de ’decadencia’. ¿Decadencia de qué? Difí­cilmente en ningún momento de la historia se ha manifestado una vitalidad más vigorosa. Podemos hacerlo casi todo. No sabemos, empero, qué hacer».

Ante ese mundo tenebroso y pérfido, Xirau toma como punto de partida de su pensamiento el tema del amor, a cuya luz va elucidando su concepción. Así­, declarará el vací­o de todo sin éste. «Si suprimimos el amor desaparece su historia. La literatura, el arte, la filosofí­a, la religión?, la cultura entera que impregna nuestra alma, tiene su raí­z más profunda y halla su última culminación en los anhelos de la vida amorosa».

Xirau sigue la evolución de la idea del amor desde la concepción platónica de los griegos y la cristiana de los Padres de la Iglesia, hasta su disolución bajo los efectos de la moderna ciencia positiva. En los tiempos modernos, dice, lo que existe es una actitud que reduce el amor a actividades sentimentales y apetitivas del hombre, se somete las pasiones a la investigación racional y eso es decadente y pernicioso. «En la filosofí­a racionalista el mundo ha dejado de ser obra de Dios para convertirse en un cálculo de la mente divina».

Los ataques de Xirau se dirigen, sobre todo, contra la abstracción naturalista y la tendencia reduccionista de la razón llevada a sus últimos extremos; por ello sus esfuerzos se dirigen a señalar los lí­mites de la legitimidad de la ciencia. El resultado de esta actitud, nos dice el Abellán, es una defensa de la realidad concreta tal como se ofrece a la mirada de la conciencia. «La ciencia positiva no nos ofrece garantí­as de verdad, puesto que la abstracción naturalista a que conduce es el producto de una abstracción inicial y metódica que condiciona todos sus hallazgos».

Xirau propone partir de la totalidad de la experiencia y de la vida que supone, a la vez, la aceptación de la conciencia y sus fenómenos. «La conciencia es lo único real e inmediato, y por ello, no admite, explicación; es pura presencia». Esto traerá como consecuencia la concepción de que el mundo se nos revela como un conjunto de perspectivas que aluden constantemente a realidades no presentes. «La conciencia se proyecta fuera de sí­ misma, en un anhelo de trascendencia muy caracterí­stico».

La realidad es que la filosofí­a según Xirau, afirma el autor, debe ocuparse de todo, negándose en redondo a las abstracciones que mutilan la realidad. El mundo de la filosofí­a es el de la totalidad de la experiencia, pues su aspiración no puede ser otra que hacernos vivir en una plenitud vital, donde todas las cosas hallan su lugar y todos los valores su jerarquí­a.

Lo invito a adquirir el libro y leerlo. Contribuirá sin duda al desarrollo de su pensamiento. Lo puede adquirir en el Fondo de Cultura Económica.