Por Juan B. Juárez
En diferentes oportunidades me he referido a la pintuar de José Colaj (San Juan Comalapa, Chimaltenango, 1959), sobre todo en los catálogos de sus exposiciones, señalando que la ciega sinceridad emotiva de su obra porviene de la intensidad de un complejo y doloroso conjunto de sentimientos que acompaña permanentemente a los sobrevivientes del conflicto armado que se ensañó con pertinaz persistencia y descarnada crueldad con esta comunidad cakchiquel de la región central de Guatemala.
En efecto, su pintura hace tema de ese nudo traumático siempre presente en los rotundos y graves personajes que habitan sus cuadros entre los colores violentos del fuego y de la tierra calcinada y que sólo se expresa en la piadosa resignación con que buscan a sus desaparecidos entre el humo del incienso y el rumo apagado de las plegarias. Se trata de la persistencia de la memoria, como tituló a una de sus últimas series.
Hasta ahora mi lectura no ha sido falsa, auqneu si notoriamente parcial e incompleta, sobre todo en lo que a la puesta en contexto de su obra se refiere. En cierto setnido se puede decir que una obra de arte es como una palabra que adquiere su significado preciso (logra decir exactamente lo que quiere decir) de los acentos que la marcan y del lugar que ocupa dentro de la oración de la cual forma parte y que seimpre va más allá de las definiciones del diccionario, en el caso de las palabras, y de las intenciones conscientes del artista, en el caso de las obras.
Mis limitaciones para una interpretación más esclarecedora de lo que dice su obra radican, en pate, en mi estrecha cercanía con el pintor, en lo relativamente reciente del hecho traumático que reflejan sus cuadros y, sin duda también, en cierta deformación profesional que me exige lecturas demasiado literales y urgentes de obras que tienen, en esencia, connotaciones más graves y profundas y que me afectan personalmente en mi identidad de ladino-capitalino-clase media-medio culto.
Hace poco tiempo, un detalle de su pintura -que en verdad no es detalle–, me llevó a cuestionarme ¿por qué los sobrevivientes y no las víctimas? y luego a ¿es que acaso los sobrevivientes no son siempre las víctimas? ¿Desde cuándo viene para la consciencia indígena el conflicto interno? ¿Cuándo empezaron a ser víctimas y sobrevivientes? ¿Cuándo empezó el despojo y la matanza? Y en fin ¿no ha sido siempre la agresión el contexto de las culturas indígenas desde la conquista? ¿No son los indígenas del presente los sobrevivientes -y no los prolongadores– de los indígenas del pasado? ¿No es, en el fondo, la persistencia de la memoria -el no olvido– la causa y el fin de su existencia individual y comunitaria?
Que sus personajes nunca miren de frente, que siempre estén dando la espalda, cubierta con autendos apergaminados y quebradizos, coronados no por una cabeza sino por un sombrero o una trenza, son a la vez otros tantos signos de una negación entendida ahora como respuesta a lamarginación, o como gesto evasivo ante una agresión que, por el grado de terribilidad con que se manifeista, no se puede afrontar sino es apartando la mirada que se refugia en el nudo traumático que constituye su memoria.
Situar en contexto la obra de José Colaj para entender lo que realmente dice es, pues, un peligroso ejercicio intelectual, sobre todo porque su obra no proviene de una imaginación fantasiosa y superficial que inventa sus temas al calor de las emociones cotidianas sino de un trauma antiguo y permanente y de una situación existencial extrema que se abren camino hasta el lienzo de una manera oscura e incosciente. Como en toda obra trascendente y en todo decir importante, no es el hombre el que habla a través del lenguaje sino que es el lenguaje el que habla por boca del hombre.
Y la obar de José Colaj está abierta a ese pronunciarse del lenguaje que articula un espinudo discurso histórico, ahora y a no resignado, sino sutil pero decididamente acusado que pone al descubierto la atrocidad de fondo en el concepto, en la actitud y en la práctica de una «cultura guatemalteca» que se ha empeñado desde siempre en exterminar a su componente más importante a la hora trágica de defnir su imaginaria identidad. juanbobras@gmail.com