Miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, Premio Nacional de Literatura en su país de origen, este prolífico narrador guatemalteco permanece, al menos en México, bajo un anonimato al mismo tiempo injusto y absurdo.
Autor, entre otras, de las novelas Los demonios salvajes, Señores bajo los árboles y Los que se fueron por la libre, en estos Jinetes en el cielo refrenda no sólo su exquisita eficacia a la hora de contar historias sino, igual de importante, su notable capacidad para llevar a la ficción, como si de radiografías se tratara, hechos y personajes emanados de la realidad analizados a fondo y sin concesiones. La presente novela se verifica “en los días previos a la firma de los Acuerdos de Paz de 1996” y habla “sobre la red de complicidades generada por la política y los intereses económicos”. En su “Advertencia oportuna”, el propio autor sugiere que “no resulta pertinente equiparar la ficción […] con los hechos y las personas que la inspiraron”, y menos aún “tratar de establecer grado alguno de veracidad histórica en las inevitables coincidencias” aunque, al final de la lectura, eso sea precisamente lo que el lector acabe haciendo, casi invariablemente, máxime si, como es el caso, el personaje que protagoniza la historia es, como en la realidad sucede tantas veces, un periodista, pero uno probo y con convicciones, quizá por variar.