No soy religioso practicante, pero me fascinan las tradiciones de este período tan particular y tan emblemático en símbolos de diferente tipo. En estos días me dejo llevar por la tradición, sin dejar de reflexionar, puesto que el contexto es pródigo en diferentes manifestaciones que impactan en el espíritu, apuntan al corazón y calan en el alma.
Sin duda, Jesucristo sigue siendo el ícono de la época, ese personaje que por la historia de vida mostró toda su humildad, toda su sabiduría y todo su amor. Sus muestras de humildad fueron diversas y múltiples, un espíritu fuera de serie, un ser humano más allá de sí mismo; y que se prodigó por los demás, no importando su condición social o económica, ayudando a muchos que la sociedad ya había rechazado completamente.
Justamente esta semana se recrea alrededor de la pasión, crucifixión y resurrección de Jesucristo y la misma concita a todas las personas a la reflexión, al llamado de la espiritualidad que todos necesitamos en momentos de la vida, en donde buscamos una luz, un apoyo, un resquicio de esperanza, ajenamente a las consideraciones y dogmas religiosos, representa siempre una tabla de salvación al espíritu, al alma, al corazón.
La Semana Santa siempre condensa una multiplicidad de expresiones que concitan a la reflexión, en un marco en donde confluyen la visión, el olor, el color, la música y el sabor. Los recuerdos de mi madre y mis tías, no deja de ser un retorno imprescindible en estos momentos. La vida en común de mis hermanos, con mis primos –Mancía Chúa y Velásquez Chúa-, viviendo en la zona 2, no deja de ser una reiteración agradable.
Las procesiones son un punto en donde confluyen todos estos símbolos y expresiones, tal como explicaba hoy a Mónica, en la salida de la Procesión de la Merced. La visión se enaltece con los vivos lilas de la época, empezando por los de las jacarandas que florecen increíblemente en consonancia con estos días; e igual es el caso de los matilisguates que en su frondosidad contribuyen a recrear unos colores y una vista tan particular, sumado a los lilas cuaresmales de cucuruchos, andas, lanzas, espadas y ornamento en las iglesias. Las imágenes de los diferentes nazarenos concitan atención, por las formas, los gestos, las expresiones de dolor y angustia que cada uno presenta en sus rostros, sumado a los colores de la tez que se presentan en tonos distintos.
El olor constituye una característica especial. Se inicia con el profundo y agradable olor al corozo, un aroma que se impregna en todos los sentidos; el olor a flores de diferente tipo es otra muestra particular de esa confluencia de olores tan especiales; el humo y el olor a incienso en las procesiones resultan imprescindibles en la época. Ni hablar del olor a aserrín mojado en las alfombras que también es sumamente característico y especial.
La música propia de este período es un baluarte. Me encanta la música, pero en lo que se refiere a música de Cuaresma soy un neófito, pero no dejan de admirarme las marchas de la época, son profundas y coincidentes con el ambiente de fe y dolor.
En cuanto al sabor, las manifestaciones son innumerables. Desde las empanadas de la época, los jocotes en miel, los mangos en miel, los molletes, el curtido, las enchiladas, el fresco de súchiles, las tostadas, el pescado a la vizcaína y otros que por falta de espacio no menciono.
Olor, color y sabor, elementos cruciales que presentan diferentes manifestaciones y usted lector sabrá y apreciar y disfrutar de distinta forma en la Semana Santa. Pero lo crucial es la figura de Jesucristo, ese personaje de la época y de la eternidad, esa figura excelsa que encierra en sí misma y contradictoriamente todo el dolor y todo el amor, esa representación de un ser humano más allá de la humanidad misma, esa sencillez de vida admirable, esa humildad de ser para todos.