Debo reconocer anticipadamente que no soy un buen practicante católico, que no asisto a la iglesia con regularidad, pero que soy un ferviente admirador de este personaje que hoy constituye el título de esta nota. Sin duda Jesucristo es el personaje de mayor impacto que ha tenido con el devenir de la humanidad, la historia contada por diferentes personas y estudios demuestran que constituía un ser más allá de la humanidad.
El hecho de haber aceptado el sacrificio que su Padre le requiere y el dolor y la humillación que el mismo implica, es un referente de calidad humana que desborda cualquier ser humano común y corriente y que incluso va más allá de las consideraciones religiosas.
Jesucristo fue un adelantado de los tiempos, una persona que visualizó el devenir de la humanidad y lo cambió con sus palabras, sus acciones, su vida y su sacrificio final. Jesucristo constituyó un ser que revolucionó las formas de ver el mundo, las condiciones de vivir de las personas y su influencia rebasa consideraciones de clase, diferencias étnicas e incluso las grandes diferencias religiosas, se encuentran amalgamadas alrededor de esta persona singular y extremadamente carismática.
Recuerdo que leyendo El Caballo de Troya, una novela de ficción de J.J. Benítez, que refiere un experimente científico que lleva a dos astronautas de regreso en el tiempo y se sitúan justamente en Jerusalén de esos años, había un pasaje en donde uno de los personajes de la obra, llega a una casa que coincide con amigos de Jesucristo y que justo ese día él llega a la casa. El astronauta formado con todas las concepciones científicas, resulta una persona más bien poco religioso, por lo que se muestra escéptico a la presencia de dicha persona; sin embargo, refiere la obra, cuando él lo ve llegar y lo dibuja como una persona de alrededor de 1.85, m. cuerpo atlético, barbado, sonriente y con un carisma extraordinario; siente la necesidad de evitarlo, pero Jesucristo lo busca y cuando posa su mirada sobre él lo pulveriza y cae en el encanto de su persona y se siente tan abrumado y apabullado ante su presencia, que empieza a llorar. Sin duda, comenta él, se encuentra ante un ser extraordinario y fuera de cualquier descripción.
Hoy que nos encontramos en la semana mayor me interno en varias de sus tradiciones y cabalmente cuando escribo este artículo, tuve la oportunidad de asistir a la salida del Jesús Nazareno de la Merced, de La Reseña y no pude dejar de emocionarme ante su belleza y ante el mensaje de buena voluntad, amor al prójimo y sacrificio total. Igualmente, me encanta ver el resto de procesiones, pero siempre me llama mayormente la atención el Santo Entierro Señor Sepultado de la Recolección.
La visita a los siete altares constituye una caminata obligada que hacemos con mis hijos, con quienes nos fascina esta oportunidad de caminar en el Centro Histórico junto a multitudes de personas que siguen estas tradiciones y que constituye una fiesta de devoción, de reencuentro con los principios de este revolucionario personaje que cambió a la humanidad por amor.
La Semana Santa fuera de constituir un espacio espiritual altamente significativo, debe conllevar la comprensión del sacrificio como factor de cambio, debe implicar el amor al prójimo ante todas las cosas y la convicción de un cambio de vida y de sociedad como Jesucristo quiso que fuera, una sociedad más justa, igualitaria, solidaria e incluyente para todos.
La semana mayor no me deja de admirar por varias facetas. Me encanta ver la disciplina de mi sobrino Mario Vicente, de mi hermano Luis, de mi primo Rolando quien viene de Los Ángeles, solo a cargar, al igual que Walter Chúa, el otro primo. Talvez la influencia de las tías fue uno de los factores que desencadenó este aprecio por las tradiciones de Semana Santa, cuando todavía vivíamos en la zona 2, un recuerdo imperecedero a aquellas que ya nos dejaron -mis tías Luz y Marta y mi tío Adolfo- y un sentimiento de admiración a quienes todavía disfrutamos en vida -mi mamá y mis tías Nora y Berta.
La semana mayor es también un ramo de apreciaciones lúdicas, que empiezan con las procesiones, pero más allá de ello está el color –el lila o morado de los cucuruchos, los crespones de Cuaresma y como casualidad preciosa el florecer de las jacarandas y los matilisguates-; también está el olor –el aroma delicioso del corozo, del aserrín mojado, del pino para las alfombras; y también el sabor, vaya si no existe variedad de comidas propias de la Cuaresma –curtidos, molletes, pescado a la vizcaína, el fresco de súchiles y otras variedades más.
Todo este mosaico de sentidos convergen en una sentida y estrecha relación con la figura de este personaje que va más allá de la humanidad y que hoy rememoramos: Jesucristo, un adelantado en el tiempo, un revolucionario de la vida y la sociedad.