Eduardo Blandón
El libro que ahora presento es una belleza hecha libro. Luego de buscar por aire, tierra, cielo y mar un texto que fuera sintético, claro, esquemático y completo, me topé con esta preciosura de papel que me ha hecho incalculables favores en el estudio de la historia de la Iglesia. Es, o debería ser, para usted lector, un vade mecum imprescindible para sus momentos de arranque intelectual en el conocimiento de la historia cristiana.
El libro editado por Dei Verbum cuenta con veinte capítulos en los que trata de abarcar la historia completa de la Iglesia. Empieza con el nacimiento del cristianismo en el siglo primero, pasando por los romanos, las persecuciones, Constantino y la edad moderna, hasta llegar en el último capítulo a Benedicto XVI, a quien llama «el papa teólogo». ¿Complicado?, ¿abrumador?, ¿aburrido? No, no, nada de esas palabras le hace justicia al libro. Es un trabajo de verdad esquemático y de gran utilidad para quienes son profesores de la historia.
La mayor parte de los capítulos del libro son muy buenos, pero como se trata de destacar en este espacio algunas de las ideas más interesantes (para enamorar al lector e inducirlo a formarse), me centraré en algunos elementos de la historia que me parecen apropiados. Para el efecto, vayámonos al capítulo cuatro titulado «La Iglesia en el Imperio cristiano (siglos IV y V)».
En este espacio, Comby afirma que fue Constantino en el año 313 quien ofreció la paz a los cristianos. Explica la importancia de ese emperador para la Iglesia (sin meterse a cavilar sobre si su conversión fue real o ficticia) y lo define como un verdadero mecenas para la comunidad cristiana del siglo IV. Fue bueno, dice, pero también pernicioso, por su constante intromisión en el quehacer de la Iglesia.
«Los cristianos le agradecen sus favores. Les concede edificios oficiales (basílicas) y palacios para un uso religioso. Hace construir hermosos lugares de culto, las basílicas de San Pedro del Vaticano, la de Belén, todas las iglesias de Constantinopla, etc. Hace importantes donaciones a los obispos. Las comunidades cristianas pueden recibir legados. La Iglesia logra conseguir así un enorme patrimonio. El clero obtiene privilegios jurídicos. Los tribunales episcopales tienen jurisdicción civil, y los obispos son considerados del mismo rango que los gobernadores».
A partir de aquella milagrosa conversión del emperador romano que ofrece la paz a los cristianos, la Iglesia deja de ser perseguida para convertirse de algún modo, en perseguidora. La conversión de los paganos tenía que suceder a como diera lugar. Esos primeros hombres eran unos apasionados por Cristo y no escatimaban esfuerzos para hacer bautizar a cuantos se podía y enrolarlos en la Iglesia. En este tiempo, dice Comby, no se dejaron de cometer algunos actos de injusticia.
No todo iba a ser color de rosa para los cristianos. Juliano, apodado «el apóstata», iba a dar la sorpresa y frente a una nostalgia del pasado trata de reinstaurar la antigua religión romana. Hace todo lo que está a su alcance, «enamorado de la literatura clásica, trató de revivificar la religión tradicional y denunció al cristianismo en su obra «Contra los galileos»».
De cualquier forma, el cristianismo había llegado para quedarse. Las conversiones se vuelven casi una costumbre y los misioneros invaden celosos el mundo antiguo. Así, surgen nuevas formas de consagración a Cristo y un monacato como símbolo de entrega radical. Vírgenes aquí, agrupaciones de viudas allá y hombres castos por todas partes van a darle un colorido nuevo a los próximos siglos.
«Igual que en el pasado, muchas vírgenes y ascetas consagrados a Dios continúan viviendo con sus familias. Algunos viajeros procedentes de Oriente, Atanasio, Jerónimo… hacen propaganda de la vida monástica. El gran número de vírgenes, los abusos y las posibles caídas, el ejemplo de Oriente, la tendencia general a desarrollas las instituciones, todo esto impulsa a organizar la vida consagrada. Hacia el 350 existen en Roma varias comunidades fundadas por mujeres de la buena sociedad. Se instituyó una liturgia de la consagración de las vírgenes o de la entrega del velo. Se inspiraba en el simbolismo del matrimonio. Ambrosio propuso a las vírgenes como modelo la Virgen María».
Mientras todas estas cosas bellas sucedían, el Credo, tal como lo conocemos hoy, se fue fijando empujado un poco por las herejías de aquellos tiempos: gnosticismo, montanismo, pelagianismo, arrianismo y un etcétera que va a ser la constante y motivo de muchas discusiones entre las altas autoridades de la época. Los concilios ecuménicos serán quienes definan la ortodoxia cristiana: el Concilio de Nicea, Constantinopla, í‰feso y Calcedonia.
Comby reconoce la contribución de los Padres de la Iglesia en la construcción de la institución eclesial. Habla de la importancia de esos personajes insignes (que también llama «escritores cristianos de los primeros siglos») y valora su función apologética, catequística y teológica. Los nombres que recuerda la historia de la Iglesia son variados: Eusebio, Tertuliano, Orígenes, Ireneo, Agustín, Atanasio, Justino? por mencionar sólo algunos.
«Un tanto arbitrariamente, la tradición considera que la época de los Padres comienza con los escritos que siguen al Nuevo Testamento y acaba en el siglo VIII. Esta fecha límite corresponde a un cierto oscurecimiento de la literatura cristiana, particularmente en Occidente. Al mismo tiempo, esta literatura evoluciona poco a poco. Tiende a especializarse y separarse del simple comentario a la escritura. Sin embargo, la ruptura no es clara: algunos han dicho que Bernardo de Claraval, que vivió en el siglo XII, es el «último de los Padres»».
El libro continuará hablando de la evolución de la Iglesia (y su involución en algunas circunstancias) y se referirá a la invasión de los bárbaros, el nacimiento del Islam y la división del imperio romano en su momento definitivo. Los cristianos continuarán haciendo camino, equivocándose, tropezándose y corrigiendo lo que se puede. Definitivamente, el estudio de la historia de la Iglesia es apasionante y, puede que una iniciación en esta disciplina, ayude a los cristianos a amar más a su Iglesia y a los extraños a tomar conciencia del desenvolvimiento de una Iglesia con gran capacidad de sobrevivencia. Puede adquirir el libro en Librería Loyola.