Javier Solana se despide de la UE


Tras diez años al frente de la diplomacia europea, que se han saldado con un balance modesto, el español Javier Solana entrega este martes el relevo a la británica Catherine Ashton, que asumirá un cargo con poderes reforzados.


Con 66 años, Solana, de talante discreto, «ha hecho todo lo posible en el marco institucional limitado que era el suyo», como Alto Representante para la Polí­tica Exterior y Seguridad Común, juzga Thomas Klau, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), un grupo de reflexión sobre polí­tica exterior europea.

Pese a haber permanecido en el cargo durante dos mandatos de cinco años, el ex secretario general de la OTAN ha sufrido los lí­mites de una polí­tica exterior de la Unión Europea (UE) todaví­a embrionaria, que se hicieron sobre todo evidentes con motivo de la guerra de Irak en 2003.

í‰l mismo llegó a considerar como «un fracaso» su incapacidad de conciliar a los partidarios y adversarios europeos de una intervención militar junto a Estados Unidos para derrocar al régimen de Saddam Hussein.

Para Klau, uno de sus mayores éxitos fue Macedonia, donde «su acción fue esencial» para el regreso a la calma en 2001, cuando el paí­s estuvo al borde de la guerra civil.

Pero después de Irak, «Solana practicó una polí­tica deliberada de no intervención en algunos dossieres», estima el investigador, destacando su discreto papel en las relaciones de la Unión con China o Rusia.

No obstante, el español tomó cartas en otros contenciosos internacionales, como el dossier nuclear iraní­.

Aunque las negociaciones de las grandes potencias con Irán para aplacar los temores de verlo dotarse de armas nucleares apenas han avanzado, Solana tiene el mérito de haber permanecido como «un interlocutor» válido para Teherán, según otro analista del ECFR, Daniel Korski.

Finalmente, «habrá logrado más progresos en materia de polí­tica de seguridad y defensa que en polí­tica exterior», destaca.

Solana lanzó durante sus mandatos 23 operaciones civiles o militares europeas en los Balcanes, ífrica, Georgia o Indonesia.

Algunas de estas misiones, critican sus detractores, fueron simples relevos de operaciones de la OTAN o la ONU, una vez disipado el peligro. Dos de las más importantes, en Chad y frente a las costas de Somalia, pueden ser consideradas no obstante éxitos puramente europeos.

Después de una década al frente de la diplomacia, Solana también será recordado por alguno que otro error.

El pasado octubre, por ejemplo, durante una conferencia en Jerusalén, juzgó que Israel era «un miembro de la UE sin ser miembro de sus instituciones», manteniendo con el Estado hebreo una relación «más fuerte que con Croacia», un paí­s que prepara su adhesión al bloque.

El español también deja Bruselas con el mal sabor de boca de no haberse convertido en el primer verdadero «ministro» de Relaciones Exteriores de la UE, un cargo que habrí­a asumido a fines de 2006 de no haber fracasado el proyecto de Constitución Europea.

A partir del martes, la británica Catherine Ashton heredará el cargo de Alta Representante, pero con prerrogativas reforzadas y con un verdadero servicio de relaciones exteriores, gracias a la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el texto que sustituyó a la Constitución.

Antes de su llegada a Bruselas, Solana asumió varias carteras ministeriales en España como miembro de los sucesivos gobiernos del socialista Felipe González (1982-1996).

Ex militante de izquierda e hijo de republicanos españoles, cursó parte de sus estudios en Gran Bretaña y Estados Unidos, tras haber sido expulsado de la universidad en Madrid por su oposición al poder franquista.