Mientras su gobierno y los pescadores luchan a brazo partido para mantener el derecho a cazar ballenas, el ciudadano japonés asiste con indiferencia a la polémica ecologista.
El gobierno japonés amenazó ayer con abandonar la Comisión Ballenera Internacional (CBI), que terminó una nueva reunión en Alaska, al no conseguir una derogación para la moratoria que protege a los cetáceos.
La batalla deja impasible a la mayoría de la población del país, que tampoco parece emocionarse ante las persecuciones en las heladas aguas de la Antártida entre los navíos balleneros japoneses y las canoas de las organizaciones ecologistas.
«!Ah!, vaya. ¿Así que hay una reunión anticaza en este momento? Lo ignoraba», explicó Mayumi Hotta, una trabajadora social de 36 años que no comió nunca carne de ballena.
«Lo único que sé sobre las ballenas es que mi padre comía a menudo su carne para cenar, cuando yo era pequeña. Pero creía que su caza estaba prohibida», añadió.
Japón esquiva cada año la moratoria internacional en vigor desde 1986 mediante motivos «científicos», que le permiten cazar un millar de ejemplares al año, pero bajo el acoso y las críticas de las asociaciones ecologistas.
Según un sondeo de 2001, sólo un japonés de cada cinco sabía que su país practicaba la caza de ballenas.
«Los tiempos han cambiado», estimó Mitsuo Matsuzawa, un pescador en el mercado gigante de Tsukiji, en Tokio, que vende bacon de ballena.
«La ballena era un importante recurso alimentario para las generaciones de la postguerra, cuando no había nada para comer. Actualmente la compramos por nostalgia de tiempos pasados, como un extra», explicó Matsuzawa.
«Si se quiere comer carne, se puede comprar buey, mucho menos caro. Comprendo que algunos sigan defendiendo la caza, pero personalmente no veo ninguna razón para continuar» practicándola, añadió.
La conferencia de la CBI en Alaska fue poco cubierta en los medios de comunicación nipones.
Solamente el diario Mainichi Shimbun anunció la reunión, con unas pocas líneas.
«Los medios de comunicación japoneses tienden a esconder el tema», explicó Takaaki Hattori, especialista de medios de comunicación de la universidad Rikkyo de Tokio.
El gobierno japonés insiste en defender la caza de la ballena, que considera como parte de las tradiciones culturales y culinarias del país, y no cesa de fustigar el «imperialismo» de los occidentales, algo que siempre atrae simpatías en la isla.
Para desembarazarse de las reservas de carne de ballena que no han sido vendidas, las autoridades no dudan en alentar su consumo en las cantinas escolares.
«El interés por la defensa de las ballenas es muy escaso en Japón. Muchos japoneses no consideran la caza como problema que afecte al medio ambiente», reconoce Keiko Shirokawa, una responsable de la organización ecologista Greenpeace en Japón.