Porque no les conviene. Aseguro que no hay un solo guatemalteco que no sepa que el transporte colectivo de pasajeros en el área urbana o extraurbana es uno de los problemas más serios que tiene el país desde hace ya varios años. A todos nos afecta, independientemente del sexo, raza, color o nivel social. Nadie se salva de las consecuencias de su anarquía, desorden, irregularidad e ilegalidad permanente. Es tan importante de resolver como el mismo combate al narcotráfico, más dañino tal vez, porque no hay día en que no se pierda tiempo, dinero, esfuerzos y sobre todo, vidas humanas.
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Ya es tradición que la asquerosa política criolla meta sus manos en el transporte colectivo a costa que el guatemalteco no pueda movilizarse con rapidez, seguridad y confort. En las áreas urbanas quienes lo utilizan, el peatón o quienes disfrutan de su propio automotor sufrimos el cúmulo de inconvenientes que provoca y lo mismo en las áreas extraurbanas, ante el olímpico desprecio de las instituciones encargadas de velar porque sea eficiente, llámense Ministerios, Municipalidades, Policías, Departamentos de Tránsito o de Transportes o Covial. Lo mismo da, el caos persiste a pesar del clamor insistente de la población por evitarlo.
¿Qué diferencia hay entonces entre los delitos cometidos por el narcotráfico y el transporte colectivo de pasajeros? ¡Ninguna! Haga números estimado lector. La danza de los millones es la misma. Las cifras monetarias que se manejan son astronómicas con las que se “salpica†a todo el mundo, desde el funcionario más encopetado, pasando por los siempre llorones transportistas, hasta el más humilde de los ayudantes. Ahora se habla de la pérdida de millones de quetzales en subsidios pero ¿cuánto se desperdició con el negocito de los “tomates y los gusanosâ€?; ¿de cuánto podríamos hablar de la compra y el manejo del mentado Transmetro? Y ¿de qué montos hablamos cada vez que comentamos el pastel armado con la creación del Transurbano?
El abuso y extorsión constante de los transportistas extraurbanos, sean de rutas cortas o largas, sigue en la misma situación, el usuario cuando menos se lo espera tiene que pagar el antojadizo precio del pasaje y se encarama al armatoste quiéralo o no, porque si no lo hace, ¡se queda!, igualmente, durante el trayecto se tendrá que agachar al grito del ayudante y sus bultos serán acomodados como mejor se les antoja. La política es la misma ¡si quiere, bueno y si no, se aguanta!
¿Cuántas víctimas se generan de la anarquía del transporte colectivo de pasajeros? Nadie sabe, nadie supo. Esa es la ventaja de nuestros burócratas que en nuestro país no existen estadísticas confiables y que solo dependamos de las “oficialesâ€, antojadizamente manejadas por el gobierno de turno y de ahí, que tampoco encontremos una respuesta precisa sobre: ¿cuántos victimarios están tras las rejas pagando su innumerable cantidad de culpas?