Dos casos de suma importancia desarrollándose en los tribunales de justicia de Suiza y Estados Unidos han acaparado la atención de los guatemaltecos durante los últimos días y han sido una amplia demostración de los dobles parámetros y la hipocresía social con la que se vive en un país en el que el dinero es el objetivo de la mayoría y en el que todo es válido para que “los mismos” sigan estando cabales.
El famoso soborno que hizo la corrupta misión diplomática de Taiwán y que aceptó Alfonso Portillo, ha dejado entre celebraciones y temores a muchos en el país. Por un lado, los que sienten que de alguna manera se le “cobró” a Portillo el atrevimiento de haberlos querido retar durante su mandato con la aplicación de decisiones que atentaban contra el statu quo de miembros de la cúpula económica. Otros, porque sienten que han cometido un terrible error ya que esta historia aún tendrá mucha cola y para cerrar la cuenta habrá que esperar a ver qué sucede en el retorno de Portillo a Guatemala.
Pero los hipócritas olvidan y exculpan al corruptor, Taiwán, en su mayoría porque alguna vez estuvieron en el mismo lugar de Portillo; es decir, recibiendo el soborno. Pero también se debe criticar los mensajes equivocados que en nombre de la Justicia se quieren hacer llegar con este caso: “Nadie es superior a la Ley”, dicen quienes han llevado el caso pero no han sido capaces de explicar cómo ha sido la magia con que otros Presidentes y sus funcionarios se han hecho millonarios. A ellos no se les investiga y no se les persigue. ¿Significa eso que solo Portillo ha sido corrupto?
Y la sociedad guatemalteca lo acepta y rinde, en la mayoría de casos, honores a los ladrones que ahora son “exitosos”.
En el otro caso, el de Erwin Sperisen, los mismos grupos que se congratulan de la condena a Portillo, parece que quieren justificar y defender las acciones que, según se va desarrollando en el juicio, son calificadas como ejecuciones en cualquier lugar del mundo.
Es importante recordar que la justicia guatemalteca ha jugado, en ambos, un papel de vergüenza cuando tuvo en sus manos los casos. La manipulación de los procesos quedó en evidencia y ha sido una demostración más de que hay formas eficientes para que la impunidad se imponga. Con estos dos procesos cabe preguntarnos ¿ahora qué? Porque estos dos casos nos han demostrado que nuestra justicia no alcanza y que, tal y como querían los enemigos de la CICIG, en nuestras manos queda la tarea de romper la impunidad.
Minutero:
Dos procesos extranjeros
desnudan que hay doble moral;
en un caso lisonjeros
pero el otro se ve mal