El humano se ha hecho preguntas sobre el tiempo y el espacio desde épocas inmemoriales y modernamente sueña con máquinas que puedan viajar a través de ellos. Sin embargo, sobre el tiempo no conocemos mucho más de lo que supieron los ciudadanos del antiguo Egipto. Aun a pesar de los avances en este campo en el siglo XX, la naturaleza del tiempo sigue siendo un concepto esquivo y abstracto. Einstein fundamentó su famosa teoría como: E=mc al cuadrado, lo cual significa que la masa de un objeto realmente puede convertirse en energía.
Calculó que en el espacio, el tiempo transcurre más lentamente en una nave espacial que viaje a una velocidad cercana a la de la luz, en comparación con el tiempo percibido por una persona que permaneciera inmóvil con respecto a la nave. Ésta también parecería más corta ante los ojos del observador fijo y, su masa aumentaría: sería infinita a la velocidad de la luz, y así ningún objeto podría alcanzar esa velocidad debido a que para lograrlo tendría que aplicarse una fuerza infinita.
La teoría del tiempo de Einstein fue probada en julio de 1977, cuando se colocaron relojes atómicos sumamente exactos a bordo de un satélite estadounidense que se puso en órbita. A su regreso se compararon los relojes con uno similar en el Laboratorio de Investigaciones Navales en Washington, D. C. En ese momento se vio que los relojes del satélite se habían retrasado un poco; por lo tanto, el tiempo había transcurrido más lentamente a bordo del satélite.
Se escucha decir que el tiempo fluye, pero nadie explica de dónde fluye, a través de qué fluye ni hacia dónde fluye. Nadie conoce su origen o su destino. Sin embargo el tiempo obviamente existe; allí está permanentemente caminando o pasando; nos envejece, nuestros sistemas vitales se deterioran con su paso y aún no se ha logrado descubrir cuál es su verdadera naturaleza o su fuente. El paso del tiempo no puede describirse más que con respecto a sí mismo. Platón, ilusamente creía que el tiempo era una ilusión.
Hay personas que aún esperan que aparezca “la fuente de la eterna juventud”. Quienes han tenido el suficiente dinero han sido congelados por medio de la Criopreservación. En los Estados Unidos ya existen compañías, como la Alcor, que se dedican a la Criopreservación de cuerpos o cabezas humanas por las que han pagado sus dueños o familiares, optando por la conservación de la base biológica, para luego, en tiempos donde el conocimiento científico sea el adecuado, los encargados de estas compañías los hagan «volver a funcionar» por métodos mecánicos o cibernéticos. Los encargados de estas compañías dedicadas a la criónica se comprometen ante la ley y los propios consumidores a cumplir los requisitos de los acuerdos iniciales.
Varios han sido engañados con estas creencias. Juan Ponce de León, conquistador y gobernador de Puerto Rico gozó de las maravillas del nuevo territorio conquistado, pero en las riquezas del Nuevo Mundo había algo que no le podían ofrecer: ‘La eterna juventud’. Según el relato del cronista Antonio de Herrera y Tordesillas, Ponce de León se dejó embelesar por los testimonios de indígenas que aseguraban la existencia de una fuente que rejuvenecía a aquellos que se sumergían en sus aguas. De esta forma, siguiendo las indicaciones de los testimonios recogidos se hizo a la mar en busca de la isla de Bimini, donde se hallaría la fuente.
Para nosotros humildes terrícolas, el tiempo simplemente pasa y no hay, para nosotros, algo que pueda detener su paso. En nuestra sumisa medida 2013 ya se fue y debemos dedicar 2014 a aprovechar el tiempo de una manera digna y eficiente para ubicarnos en otra dimensión de crecimiento espiritual y material, con la intención de cambiar nosotros para que las cosas cambien. Así como no podemos detener el tiempo, tampoco podemos esperar que las cosas cambien sin cambiar nosotros.
El tiempo, para Dios…es otra cosa.