¿Tradición versus modernidad en las novelas yukatekas contemporáneas?


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Mi lectura de X-Teya, u puksi’ik’al ko’olel/Teya, un corazón de mujer enfatiza cómo un discurso marcado por la inflexión del género representa una validación de la militancia política en esta comunidad. El texto se inicia afirmando: “Lo que jamás olvidaría Teya Martín es que el día de la muerte de Emeterio se quedó dormida. Para ella, dedicada íntegramente al cuidado de su hijo mayor, éste fue un desliz que le serviría como punto de referencia cuando sus recuerdos la llevaran por los caminos que marcaron el asesinato de mayor consternación en la región” (197).

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Por Arturo Arias

Por lo tanto desde el inicio un evento público -el asesinato de Emeterio- es articulado desde una perspectiva privada maternal/femenina. El texto procede a explicar cómo Teya prepararía el desayuno de su hijo y su ropa (197-198) antes de salir de casa y dirigirse hacia la Corte local en la cual trabajaba como abogado. Ella lo despertaría dándole un beso en la cabeza (198). En el segundo capítulo describe la oficina de su hijo en la propia casa, empezando por el escritorio, una magnífica pieza de caoba en la cual “los relieves labrados en el frente del mueble retrataban el martirio que sufrió Jacinto Canek a la hora de su muerte” (203-204). Esta descripción inmediatamente evoca la política activista desde dentro del mismo seno del hogar, además de subrayar la identidad indígena. Jacinto Canek (Jacinto Uc de los Santos) es un revolucionario histórico maya del siglo XVIII quien luchó contra los españoles en la península de Yucatán en 1761, en una insurrección similar a la de Tupac Amaru en el Perú. Luego de la fallida revuelta, Canek fue condenado a muerte. Fue torturado, desmembrado, quemado vivo y sus cenizas arrojadas al viento. En 1847 cuando se inició la guerra de castas, una rebelión inter-étnica contra los occidentales de la península, el nombre de Jacinto Canek fue su grito de batalla. Los mayas estaban determinados a expulsar a los mestizos al mar, revelando así el importante papel de la memoria histórica en la visión que Ceh Moo articula. Por dos años avanzaron hacia Mérida, tomando pueblo tras pueblo hasta ponerle sitio a la misma capital. Esta rebelión continuó hasta 1901 cuando Chan Santa Cruz (actualmente Felipe Castillo Puerto) fue tomada por el Ejército mexicano. Por lo tanto, desde una perspectiva doméstica, tenemos en las primeras 7 páginas del texto una genealogía de la lucha indígena por la liberación y los precedentes del martirio, una lista de violencia retórica reconfigurando los términos de la memoria histórica regional en la cual ya sabemos que se inscribirá el nombre de Emeterio Rivera Martín, rearticulando la indigeneidad como sujeto político. La lectura de Ceh Moo localiza la narrativa de Emeterio en relación a la metáfora de Canek como figura liberadora prevalente durante la guerra de castas contra la opresión racista, sobre la cual construye un palimpsesto de las transformaciones de la memoria histórica de la indigeneidad en una dirección pre-decolonial. Sin embargo, la movilización política de la guerra de castas no condujo a la emancipación política de las mujeres.

En esta perspectiva, Ceh Moo subraya la opresión social sufrida por las mujeres indígenas subalternizadas en el contexto de su lucha étnica y de clase. Ceh Moo problematiza no solo la definición masculino-céntrica de la clase trabajadora en los partidos comunistas latinoamericanos, herencia del marxismo clásico europeo, sino también la vinculada a la lucha indígena propiamente dicha: desde Canek a su hijo Emeterio hasta Indalecio Uitzil Peba, quien hereda el liderazgo del anterior y se convierte al fin de la novela en “el primer diputado comunista en el Congreso estatal” (361). Es una situación que casi parecería estarle respondiendo a la afirmación de Spivak según la cual “desde el punto de vista de la maternidad como trabajo (la lucha política) ignora a la madre como sujeto” (Spivak 1987: 258).

Al mismo tiempo, el texto también levanta dudas acerca sobre el agenciamiento político o gestión de poder de Teya al afirmar que ella “…conocía los pormenores de la historia del martirio de Canek no porque los aprendiera en la escuela, sino porque su hijo disfrutaba en contarle, de tarde en tarde, las historias de los personajes que adornaban las paredes del despacho” (204).

Por lo tanto el agente de conocimiento es su propio hijo, quien también le enseña sobre Carrillo Puerto, a quien adora porque hablaba maya a pesar de no serlo y murió por su causa. Esta referencia, a la vez de reconocer la genealogía previamente establecida con Canek, agrega dirigentes mestizos que murieron por la causa maya, abriendo el espectro referencial y nuestra comprensión como lectores de las luchas mayas en Yucatán. Teya luego procede a limpiar la oficina de su hijo. La voz narrativa describe sus simpatías por las fotos del Che, Salvador Allende, Julio Jaramillo, Emiliano Zapata, Rogelio Chalé, Tamara Bunker, Lucio Cabañas, Raúl Sendic, Marx, Lenin y otros que “ella no identifica” colgando en la pared. Al hacerlo ubica a su hijo dentro de esa tradición revolucionaria y de la genealogía articulada, una emergiendo del marxismo y acogiendo las causas socialistas, conduciendo hasta su hijo, quien está a punto de morir en ese momento del relato. Al mismo tiempo, además de admirar al Che y poder recitar de memoria su testamento, Teya murmura que todos están muertos. Siente empatía por sus esposas y madres, aludiendo al terrible dolor sufrido por la madre de Pavel en La madre de Gorki, alusión intertextual enmarcando esta narrativa. En el texto de Gorki la madre se radicaliza luego del arresto de su hijo. Por lo tanto, desde el inicio tenemos no solo un motivo expiatorio en el texto de Ceh Moo, sino también la promesa de una futura radicalización política por parte de Teya, aspecto no contenido en la trama del texto sino circunscrito a un futuro a realizarse en una topografía post-textual. Es en este capítulo en el cual Teya se enterará por medio de Reina Mendizábal que Emeterio ha sido asesinado.

Tenemos entonces a la víctima, a Emeterio, como un regalo, la figura de un regalo. La discursividad textual sacraliza la victimización, articulando una tensión entre los límites legítimos del Estado (concebido eurocéntricamente) y el acto de transgresión representado por el asesinato de Emeterio, el cual aparece a su vez como una grotesca práctica carnavalesca, como una apertura para elucidar la práctica abisal de la racialización del Estado. Esta transgresión transforma a la víctima en la figura del regalo, un diferendo simbólico postulando a Emeterio como emblema por medio de quien los mayas—y especialmente sus mujeres—podrán en algún futuro intangible llegar a una conciencia decolonial y desafiar a las autoridades de la élite mestiza gobernante. Es una figuración de lo posible si la literalidad de este texto es seguida de manera responsable; pero es insondable a su vez, precisamente por su potencial imposibilidad. Este gesto se convierte en una posible aporía como lo es sugerido en el mismo final del texto cuando Indalecio Uitzil Peba, el primer representante comunista (maya) en el Congreso de Estado, es incapaz de obtener los votos suficientes para colocar a Emeterio en la lista oficial de héroes locales. Las últimas palabras del texto indican que esta iniciativa “fue desechada por improcedente” (361). Por lo tanto, la implicación desprendiéndose del mismo es que para obtener éxito político los mayas tienen que dedicarse a una justicia cognitiva. Para lograr el éxito su lucha requiere de un nuevo tipo de pensamiento, uno post-abisal en el sentido desarrollado por Boaventura de Sousa Santos. El texto en su conjunto se posiciona desde la interioridad de la conciencia política de la violencia y opresión estatales, tal y como éstas son percibidas por una mujer maya subalternizada. No se posiciona en la perspectiva más educada y privilegiada, empapada del conocimiento de la semántica legal castellana, en la cual se ubican su propio hijo y sus compañeros. El último gesto de Teya al enterarse de la muerte de Emeterio es revelador:

El dolor es inmenso pero ella no se doblega. Con movimientos firmes se levanta del sillón. Sus vecinos presentes la siguen con la mirada, como esperando el momento en el cual se doblará. Ella los mira y, en un acto de coraje e ira contenida, toma con una mano la vasija donde remojaba la pasta de pepita de calabaza, con la otra las tortillas y las arroja con furia en el bote de basura. Voltea ver a todos y les grita con coraje de fiera herida, pero sin lágrimas.

— ¡Vayan y vean que les entreguen el cuerpo de Emeterio para que vengan sus desarrapados a llorarlo, al menos que hagan eso! ¡Yo aquí lo esperaré! (210)

Con anterioridad nos habíamos enterado que Teya preparaba papadzules, el plato favorito de Emeterio y la especialidad culinaria de ella, un plato típico yucateco compuesto de tortillas rellenas de pasta de pepita de calabaza. El tirar estos elementos se convierte en gesto simbólico de regar las semillas mayas de la vida así como del desperdicio implícito en la muerte de su hijo hecho de maíz; no un Junajpú, el héroe gemelo del mito clásico del Popol Wuj, sino un Vucub-Junajpú, su padre, cuya semilla muerta generó con posterioridad a Junajpú y Xbalanque. Su gesto puede leerse como proclama marcando la noción de género en la lucha política. El sujeto femenino, de manera análoga a Xmucané, la madre de Vucub Junajpú y abuela de Junajpú en el Popol Wuj, es la portadora de las raíces de la cultura maya. Ella acarrea los elementos manteniendo unida a la colectividad en la fase del paradigma socio-político de la modernidad occidental fundado en la tensión entre regulaciones colonializadas y emancipación decolonial. El suyo es un baile fantasmal solicitándole a todos los aspirantes a revolucionarios reconocer los elementos femeninos de la comunidad maya atravesando su historia de lucha para comprender mejor la naturaleza de la colonialidad.

Luego de tirar la comida, gira la focalización de la narrativa. Primero hacia Indalecio Uitzil Peba (210). Nos enteramos que fue reclutado por Emeterio, quien lo celebró como ejemplo de “sangre nueva” (211). Lo último que sabemos de Teya es que odiaba el olor de los cigarrillos (216). A partir de este punto se transforma en figura silenciosa operando tras bambalinas. El resto de la novela será acerca de y sobre los hombres. Pero Teya ya jugó el papel de desplazar el sentido desde el inicio mismo del texto. El montaje del asesinato y sus secuelas será una función del sentido articulado por Teya. Su silencio y su no aparición en el plano de representación no es una ausencia. Tiene su propio sentido. Garantiza la perspectiva determinando la aprehensión del sacrificio de Emeterio por parte del lector y su expiación/sacralización como emblemática de la trayectoria genealógica de la lucha política maya desde Canek hasta el propio Emeterio. Lo no dicho por Teya es también una estrategia importante de representación textual. El silencio señala los límites del discurso, la ruptura en la comunicación. El silencio marca el espacio liminal entre lo dicho y lo no dicho. El silencio de Teya se convierte en una retórica no comunista, una retórica anclada en los valores colectivos de la mayanidad. Ella es lo que será. Emblematiza el cruzar ese espacio liminal de la eurocentricidad comunista a la decolonialidad maya. Es un espacio que continúa siendo innombrable si bien es señalado, impreciso precisamente por su falta de descripción. Lo que Teya no dice es lo contenido en U yóok’otilo’ob áak’ab/Danzas de la noche de Isaac Esaú Carrillo.

Antes de proceder a este análisis sin embargo, quisiera anunciar que la novelista Marisol Ceh Moo estará en la Feria del Libro de Guatemala (Filgua, en el Parque de la Industria) para presentar su última novela, un texto histórico sobre el inicio de la guerra de castas en Yucatán en el siglo diecinueve titulada T’ambilak men tunk’ulilo’ob/El llamado de los tunk’ules, el viernes 27 de julio, a las 18:00 horas.