Las últimas noticias económicas divulgadas indican que Guatemala se convirtió, en tiempo récord, en un paraíso para la inversión extranjera y que nuestros cambios en los procedimientos para iniciar negocios hacen que los inversionistas tengan a nuestro país en el tope de su lista de probabilidades. Tanto así que escalamos vertiginosamente puestos en las listas elaboradas sobre competitividad y nuestras autoridades reciben premios por sus éxitos captando inversión extranjera.
Los ciudadanos guatemaltecos, mientras tanto, pecamos de poco perspicaces y observadores porque seguimos creyendo que nuestra economía se mantiene por la inyección vigorosa de las remesas familiares que han desplazado a los principales productos de exportación como fuente principal del ingreso para mejorar nuestra balanza de divisas.
Creemos, además, que las facilidades para las empresas que vienen a invertir son únicamente cuando ocurren tratos como los que se hicieron entre Puerto Quetzal y la empresa española de contenedores que encontró todas las facilidades para hacerse con la operación de parte del puerto sin que pareciera una concesión, sino simplemente como un arrendamiento. O las empresas mineras que saben cómo aceitar debidamente al Ministro de Energía y Minas para lograr licencias en tiempo récord, con garantía de que hasta los estudios de impacto ambiental salen favorablemente a como dé lugar.
Pero, evidentemente, lo que pasa es que somos un país de malpensados porque otras personas piensan diferente y nos ven como un sitio seguro y atractivo. Mientras nosotros nos quejamos de la inseguridad, los inversionistas no le ponen coco a esa nimiedad o la ven como algo normal y natural en todo el mundo, tanto así que ello no constituye un factor para atraer o ahuyentar inversiones. Tampoco lo es la infraestructura que nosotros vemos precaria y que se derrumba cada invierno, porque los inversionistas sienten que el clima que hay en el país, de negocios por supuesto, compensa todo lo que pueda haber en contra.
Y nosotros nos quejamos porque nuestro pueblo todo lo aguanta, pero eso tiene un valor enorme a la hora de atraer inversiones porque nadie quiere meter su pisto donde hay pueblos revoltosos que por todo alegan y que andan demandando que se cumplan las leyes. Un pueblo aguantador y sacrificado, como el nuestro, es ideal porque aquí nunca saldrá a luz un clavo de corrupción ni habrá nunca un proceso en el que una empresa privada, peor si es de capital extranjero, resulte vinculada a un proceso penal por corrupción administrativa. Todo eso tiene un enorme precio y por supuesto que así, vistas las cosas con más perspicacia, entendemos por qué somos tan atractivos para la inversión extranjera.
Minutero:
No es expresión lisonjera
ni mucho menos una frase pajera;
la mera verdad verdadera
es que atraemos inversión extranjera