Si alguien tiene el interés de revisar lo que han dicho todos los presidentes desde 1986 para nuestros días, al cumplir el primer año de su gestión, vería que se repiten casi al calco los mismos argumentos, las mismas calificaciones y autoelogios por los logros de esos doce meses de ejercicio del poder. Por ello vale la pena preguntarse si será que todos ellos, los que han sido presidentes, tienen razón al ver las cosas color de rosa o si será que los ciudadanos somos los equivocados cuando emitimos nuestro juicio sobre el papel desempeñado por cada uno de ellos.
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Lo cierto del caso es que nadie ha salido de la presidencia con los niveles de popularidad que ellos creen tener, pero todos, sin excepción alguna, se califican como verdaderos estadistas que han librado batallas inmensas para transformar al país en el plano social, económico, cultural y, sobre todo, para combatir la corrupción y eliminar la impunidad, así como reducir los índices de violencia que nos agobian.
Hay una verdadera constante, como si todos los que llegan a la presidencia empezaran a utilizar los mismos anteojos que les obligan a ver las cosas con esa peculiar perspectiva que todo lo pinta color de rosa. Creo que vale la pena el esfuerzo para el ciudadano común y corriente de buscar las declaraciones que dieron en su momento Cerezo, Serrano, De León Carpio, Arzú, Portillo, Berger y Colom y compararlas con las que ahora da Pérez Molina. Pero mucho más útil sería que ese mismo ejercicio lo hiciera el mismo Presidente para darse cuenta que está cayendo en los mismos argumentos que usaron quienes le precedieron y que, a juzgar por las condiciones en que él mismo encontró la administración pública. Y nada mal sería que aquellos que están ya arrancando sus campañas electorales en contra de la ley, también dieran una hojeada a los archivos de los distintos medios de comunicación para darse cuenta de cuán fácilmente se cae en ese autoengaño y autobombo.
Lo que más molesta, sin duda alguna, es que nos quieran ver la cara de babosos al hablar con tanta desfachatez de sus “esfuerzos por la transparencia”, cuando todos sabemos que los que han llegado al poder únicamente se encargan de participar en el saqueo de la cosa pública para cumplirle a sus financistas y para convertirse en millonarios. No hay en realidad el menor esfuerzo de ninguna autoridad, incluyendo a la Contraloría de Cuentas y al Ministerio Público, no digamos al ejecutivo mismo, que realmente hagan algo serio para combatir la depredación de los recursos del Estado.
Especialmente ofensivo es el tema cuando se habla, por ejemplo, de cuestiones como las de Puerto Quetzal en donde se acomodaron procedimientos y se diseñó todo un esquema legal para cubrir apariencias a fin de hacer el trinquete de otorgar en concesión la terminal de contenedores. Y tras eso todavía se nos viene a decir que hay un esfuerzo serio por transparentar la gestión pública, cuando todos sabemos que nuestras autoridades han amasado enormes fortunas sin que pueda darse una explicación lógica de cómo es que incrementaron sus capitales en forma tan asombrosa.
Si fuera verdad un veinte por ciento de lo que los presidentes dicen que han hecho, seguramente que el país sería una maravilla y nuestras perspectivas de futuro serían de lo mejor. No digamos si efectivamente hubieran hecho lo que dicen que han hecho. Pero todos sabemos que Guatemala es un país que necesita de mucho trabajo y empeño precisamente porque todo está por hacerse y porque hace falta un verdadero cambio que siempre se ofrece y nunca llega.