Entre impotencia, tribulación y vergí¼enza, tales nuestras primeras reacciones, el hecho sencillamente nos dejó sin palabras. El asesinato de Facundo Cabral nos hizo mantener la piel eriza por horas, al sentirnos tan desprotegidos, tan vulnerables y acosados, por un crimen que en efecto está organizado y muy bien organizado. Recién la semana anterior publicaba en este mismo espacio que parecía que el destino de nuestro país, está marcado por un luto en aumento y una impunidad cada vez más enseñoreada. Reitero que en tanto como colectivo, como sociedad, nos resistamos a visualizar los problemas de fondo, las causas reales del actual estado de cosas, tal situación, no cambiará.
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El fatídico suceso ocurrió poco después del “Trébol†al inicio del denominado “Bulevar Liberaciónâ€. Un nombre mediante el cual se recuerda el movimiento invasor promocionado por los Estados Unidos de América y que dio por concluido el régimen democráticamente electo del coronel Jacobo Arbenz Guzmán. En una de sus horrorosas secuelas, desde aquel 1954, se constituyó un partido político que además se autoproclamaba como el “partido de la violencia organizadaâ€, vaya mérito. Por suerte para las generaciones actuales, esa organización como tal es cosa del pasado, aunque visto está que la tal violencia organizada sigue, para nuestro pesar, muy presente, muy sangrienta, muy activa.
Entonces es valedero preguntarse si ¿Será posible superar nuestra indolencia, nuestra indiferencia, nuestra apatía, nuestra aparente conformidad con el actual estado de cosas? ¿Cuántos guatemaltecos también murieron marcados por la tragedia de la violencia campante ese mismo sábado 9 de julio? Aquí, en Guatemala, donde el poder económico nos arrebata el futuro y nos secuestra las oportunidades, ¿cuántas personas murieron de hambre ese fatal sábado del criminal atentado que le costó la vida a Facundo Cabral? Por supuesto que es dable sentirse avergonzado como guatemaltecos ante ese despliegue de arrogancia y prepotencia armada de la que hicieron gala los sicarios. Pero también hemos de sentirnos avergonzados por ser tan displicentes, cuando son nuestros connacionales las víctimas de una sociedad tristemente acostumbrada a resolver sus diferencias por la vía violenta, con el uso las armas y la prepotencia. En palabras del cantautor asesinado, del “ignorante que recurre al terror por carecer de medios inteligentes de persuasión.â€
¿Se podrá marcar un antes y un después de este magnicidio? Si ante esta serie de atentados en contra de la vida, en contra de la elemental y armoniosa forma de convivir, no somos capaces de gestar un movimiento que procure la cultura de la denuncia, la cultura del respeto a las leyes, del cese de la impunidad, habremos de asumir que en efecto estamos sumidos en un fango que es alimentado por nuestra cómplice pasividad y silencio como actitudes predominantes. Si no se produce, entonces sí que habremos de acostumbrarnos a vivir bajo las reglas de la ley de la selva y después no podremos, no tendremos derecho a quejarnos. Si este hecho tan solo hace que nos sonrojemos, y callamos, y nos escondemos, si simplemente nos ocultamos, entonces sí que mereceremos ésta y las otras desgracias que estarían por producirse ante esta errónea actitud colectiva. Nosotros tenemos la palabra, hoy… aquí y ahora.
Cuando ya no hay personas guatemaltecas a quienes seguir o imitar como el finado prohombre Alfonso Bauer Paiz, cuando no vislumbramos un auténtico liderazgo político que además está desperdiciando la actual y deslucida contienda electoral, perdiendo su propia oportunidad de acentuarse como guía. Entonces sí que estamos obligados a marchar, a unificarnos para decirle al mundo que en efecto estamos avergonzados, pero que deseamos ponerle un fin a este estado de cosas que nos tiene sumidos en el luto, el dolor y la incertidumbre de todos los días. Impulsemos una marcha, el primer paso, para expresar nuestro repudio ante tanta inseguridad. Digamos no a la impunidad, no a la injusticia en todas sus expresiones. No a la indiferencia. Hagamos nuestro propio movimiento de inconformes. Presionemos a los políticos para que en realidad ofrezcan algo más que frases preñadas de reiteraciones vacías. Exijamos que haya compromisos serios, serios de verdad. Segundo paso. Hagamos algo. Algo más que agachar la cabeza y expresar un rostro de agonía que alienta aún más a los secuestradores del futuro, a esos soberanos del improperio y del despotismo. Lo que viene será aún más terrible si no marcamos un HASTA AQUí.