De forma individual, dependerá de cada quién y de sus prioridades en la vida el determinar si el año que hoy despedimos será mejor o peor que el 2014. Cada persona mide su satisfacción con una vara distinta y para algunos la familia y el bienestar podrán ser lo más importante y quizá para otros el dinero y los medios para vivir serán la forma en que midan el éxito de su vida y al pasar de los años habrá algunos que mezclarán esos dos factores, pero esa es cosa de cada ser humano en base a la forma en que se ha querido o tenido que llevar la vida.
pmarroquin@lahora.com.gt
Colectivamente hablando yo esperaría que el 2014 no pueda ser, al menos, peor que el 2013 porque nadie puede querer tapar el sol con un dedo y decirnos que hoy, 31 de diciembre, estamos mejor que como empezamos el 1 de enero de este mismo año. Y es que no podemos pretender estar mejor cuando siguen tan presentes y latentes los vicios estructurales de un sistema que premia al corrupto y castiga al honrado.
Y digo que mi expectativa es que al menos no estemos peor porque siento que de alguna manera no hemos tocado fondo y eso es fácil visualizarlo en la indiferencia de la gente. La muerte sigue estando a la vuelta de la esquina y no desaparecerá por la mano dura, sino en la medida en que nuestro sistema sea capaz de darnos certeza del castigo para quienes hagan de las suyas y también disminuirá cuando tengamos programas bien estructurados y transparentes para combatir la pobreza, que además se basen en la educación, salud y capacitaciones para los adultos.
El sistema de salud sigue siendo un perfecto reducto para los negocios de las compras de medicinas y es también un perfecto calvario para los ciudadanos que seguramente le piden a Dios que no les pase nada, no solo por la enfermedad en sí, sino porque caer en manos de ese sistema puede llegar a ser fatal para los enfermos porque puede que el día necesario no hayan insumos (desde camas hasta medicamentos).
La educación mejoró, pero solo en términos de los salarios para los maestros aliados a Joviel que se dedicaron a negociar un oscuro pacto colectivo para desactivarlos como una herramienta política de choque contra el oficialismo y luego, lo importante, como la afamada reforma educativa, es tan improvisado como muchas cosas de este Gobierno porque a la fecha no sabemos los detalles de la misma.
¿Qué decir de la corrupción? Si la medimos en base a resultados, podremos decir que éste como todos los años pasados desde el año 85 a la fecha, fue un año exitoso porque los pícaros aumentaron sus caudales o tenemos más “nuevos ricos” y, además, fue un buen año, porque los congresistas (elegidos por la gente, pero apadrinados por esos mismos corruptos), aseguraron que el financiamiento electoral no sufriera ninguna modificación y con eso garantizan que el vicio que termina fabricando millonarios no correrá ningún peligro.
En conclusión, la esperanza para este 2014 está en el ciudadano y la clave pasa porque deje a un lado su indiferencia. Guatemala nunca será un mejor país y nosotros no podremos ejercer bien nuestro papel si no aprendemos a ejercer una ciudadanía responsable. Si nuestros migrantes fueran indiferentes, Guatemala ya hubiera colapsado y creo que podemos aprender un poco de ellos, para luchar con tenacidad, alma corazón y atributos por la Guatemala que soñamos para nosotros y nuestros hijos.
Nuestro futuro como país es gris, pero se aclarará u oscurecerá no solo en la medida que la voracidad del corrupto aumente o disminuya, sino en la medida que los ciudadanos lo permitamos. Ojalá para usted, estimado lector, el 2014 sea mejor que el año que hoy termina y ojalá juntos podamos trabajar por la Guatemala que soñamos, misma que tanto nos necesita. ¡Feliz año!