Como cada año, el Congreso de la República se ubicó en el ojo del huracán por sus escándalos y no por su trabajo. Si bien el proceso electoral contribuyó a desviar la mirada hacia otro sentido, este organismo político por excelencia, no dejó de dar de qué hablar.
La indemnización de los diputados fue la prueba fehaciente que los intereses personales de los legisladores prevalecen sobre el beneficio de la ciudadanía. Pero más desgarrador aún, resultaba pensar que algunos diputados podrían llegar a recibir más de 90 mil quetzales cuando muchos guatemaltecos no tienen ni siquiera para el pan de cada día y miles de niños divagan descalzos implorando por un mendrugo de pan.
Pero más allá, el trabajo del Congreso, mismo que se centra en la aprobación de leyes, fue cumplido, si no a cabalidad, por lo menos, con mejores resultados que otros, pero cabe preguntarse de qué sirve aprobar casi 80 decretos anuales si el hambre, la pobreza y la violencia continúan y se enraízan cada vez más en la sociedad. De qué sirven tantas leyes si el Estado es incapaz de ponerlas en práctica.
La campaña electoral fue el vivo despilfarro de dinero a manos llenas, el mismo que cada cuatro años se recuerda de sus electores, pero que los abandona por más de mil días. Los pequeños poblados, los más lejanos, deberán esperar el próximo proceso electoral para que los víveres y las ilusiones vuelvan a aflorar.
Mientras tanto, los aires del nuevo gobierno traen la ?Esperanza? de un Congreso diferente, aunque en realidad sólo se cambia el nombre, pero no la actitud de 158 diputados. La oposición deberá tener un papel importante, sin afán de protagonismo, sino de fiscalizar, a conciencia, el gasto público, pero sobre todo, el gasto social.