La muerte del padre David Donis Barrera como consecuencia de una discusión por un problema de tránsito es una muestra de lo poco que se valora la vida humana en nuestro país porque así como al sacerdote le costó la vida un pleito callejero, hemos visto la cantidad de víctimas mortales de la violencia intrafamiliar, de asaltos en los que por un celular matan a una persona o excesos como los que cometen agentes de Policías privadas que operan sin control ni responsabilidad y son más rápidos para disparar que el viejo Tim McCoy.
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Ciertamente el tema de la violencia y la inseguridad fue factor determinante en el comportamiento de los guatemaltecos en la última elección y el mandato fue claro y categórico. Pero en general, es evidente que la mayoría de nosotros mantenemos una actitud de resignación, cuando no de indiferencia, frente al dolor ajeno causado por esa violencia insensata. Y no bastará ninguna acción de gobierno si nosotros no asumimos también un papel más proactivo en cuanto al combate de la inseguridad y la violencia, puesto que no puede ser que persista esa actitud de querer resolverlo todo a punta de bala y que sigamos perdiendo vidas inocentes en un baño de sangre que resulta devastador.
Diariamente ocurren en nuestro medio muchísimos incidentes de tráfico, especialmente como resultado de que somos un país en el que no hay respeto a las normas ni educación vial. Cada quien hace lo que se le ronca la gana y lo hace en forma abusiva y temeraria, lo que nos pone a todos en el filo de la navaja, puesto que basta un bocinazo para recibir como respuesta una andanada de tiros. En todos lados nos topamos con agentes de Policías privadas de seguridad que son arrogantes y prepotentes por el arma que portan y no es extraño ver la forma en que acarician la pistola cuando están hablando con algún particular, en un gesto tan intimidatorio como precursor que puede ser de un ataque irracional porque se trata de gente que no tiene ninguna preparación ni práctica ni emocional, para manejar adecuadamente un arma de fuego, pero se ganan la vida ostentándola públicamente sin que el Estado se digne en regular su comportamiento.
Yo pienso que los guatemaltecos tenemos que inculcar en nuestros niños una cultura diferente, puesto que desafortunadamente a muchas generaciones nos tocó formarnos en ese contacto permanente con distintas formas de violencia y aprendimos que era una cosa natural ver muertos todos los días. Somos una sociedad extremadamente violenta quizás porque nuestros líderes nos demostraron durante décadas que los problemas se resolvían eliminando vidas, matando a quienes nos parecían peligrosos. Lo mismo aplicaba para cuestiones ideológicas que para enfrentar el problema de la delincuencia común. Matar ha sido la respuesta favorita de mucha gente que ha llegado a creer real y firmemente que no hay otro camino y que es moralmente justificado hacerlo con quien nos coloca en posición de riesgo.
Ciertamente tienen que ayudar los planes del gobierno para enfrentar la criminalidad, pero mientras los guatemaltecos no aprendamos a valorar la vida, a respetar a nuestros semejantes y abandonemos esa salvaje tendencia de querer enfrentar cualquier problema con el arma en la mano, de nada servirán los esfuerzos de las fuerzas de tarea porque no habrá nunca una fuerza tan grande como para contener lo que es un comportamiento social demasiado extendido.
Buscar seguridad con justicia es un camino complejo y puede ser lento además de tortuoso, pero es el único que nos puede llevar en serio a vivir en un país diferente, donde cualquier diferencia se someta a la majestad de la Ley y no al capricho de alguien armado.