Estamos en época de encuestas, cuando se nos presenta cada cierto tiempo el resultado de mediciones que se hacen sobre el comportamiento de la gente de cara a la oferta electoral, pero lo que tendría que ser un fiel reflejo de las tendencias termina siendo motivo de confusión dado que existen notables disparidades entre los resultados de una y otra de las que se realizan. Se entiende que tiene mucho que ver no sólo la forma en que se escoge a los encuestados y su ubicación, sino también la forma en que se hacen las preguntas, pero si se trata de estudios serios, uno supondría que se tienen que respetar elementales criterios para buscar la mayor exactitud y veracidad.
Ocurre, sin embargo, que las encuestas cumplen otro fin distinto al de medir la situación en un momento determinado. Son también instrumentos muy útiles para que los candidatos puedan asegurarse fondos para impulsar su campaña.
Ya sabemos que en esta pistocracia, donde lo que cuenta es la cantidad de recursos disponibles para hacer campaña, el papel de los financistas es muy importante, tanto así que literalmente se les vende el país a cambio de sus aportes. Pero siendo tanto el dinero en juego, éstos no se van a repartir su inversión a tontas y a locas, por lo que se usan las encuestas como medios para apostar con relativo conocimiento de causa.
Con tanta plata en juego y dependiendo de tal manera de las encuestas, no se puede dejar de pensar mal porque, al fin y al cabo, a estas alturas del partido lo que desvela a los candidatos es la necesidad de tener suficiente dinero para mantenerse en la lucha y si París bien vale una misa, un aporte millonario lo vale más. El problema de los candidatos que salen mal parados en las encuestas no es puramente electoral, puesto que en tres meses se le podría dar vuelta a una situación adversa con un buen planteamiento y una oferta seria, pero para hacer el planteamiento y divulgar la oferta, hace falta algo más que cascaritas de huevo y eso es lo que al final les queda a los que aparecen en posiciones marginales en las encuestas. En otras palabras, una encuesta en Guatemala puede ser decisiva para que una plataforma política disponga de recursos para optar con reales posibilidades, o termine languideciendo por falta de dinero para participar en un juego en el que poco o nada cuenta la organización de los partidos, la lealtad de las bases (que son inexistentes) o aun el carisma de un candidato, porque sin pisto nadie llega a ningún lado. Y, además, si tanto está podrido y hasta la justicia se vende al mejor postor, ¿Por qué no se va a manipular una encuesta?