Los estadounidenses, cansados de la guerra, sabrán en las próximas horas si sus soldados comenzarán a volver pronto de Irak o si su presidente les pedirá unos meses más de paciencia.
George W. Bush anunciará antes del fin de la semana próxima una decisión que hará ruido en un debate político centrado en Irak. Dispone hasta el 15 de septiembre para presentar un informe en el que se evalúa la situación militar y política en Irak y aclarar qué ajustes se necesitan.
Deberá informar entonces si estima que el aumento de los efectivos de Estados Unidos, que ahora ascienden a unos 168.000, creó en un país al borde de la guerra civil las condiciones para retirar a una parte de ellos o si se debe proseguir con el empeño.
Alrededor de 60% de los norteamericanos, según sondeos realizados este verano, quiere que al menos se inicie el retiro. Dos de cada tres estadounidenses se oponen a la guerra y desaprueban la manera en que Bush la condujo hasta ahora.
Más de cuatro años después de la invasión, creen que un Irak sumergido en la violencia, el comunitarismo y la corrupción está lejos del modelo que su presidente prometía para la región. Y que una guerra que se quiso justificar con argumentos desacreditados y varias veces modificados le costó la vida a 3.700 de los suyos y se devoró centenares de miles de millones de dólares.
Un año antes de la próxima elección presidencial, la cuestión iraquí consume las energías de la pulseada entre la Casa Blanca y una oposición demócrata que alcanzó la mayoría en el Congreso a causa de la guerra y que presiona para un retiro de las tropas.
Los demócratas han logrado que Bush tenga que rendir cuentas de su estrategia.
Es lo que el general David Petraeus, comandante de la fuerza multinacional en Irak, y Ryan Crocker, embajador estadounidense en Bagdad, harán el lunes y el martes ante comisiones de las dos cámaras del Congreso, y lo que el propio Bush hará en el informe que le seguirá.
El presidente no dio la menor pista de lo que piensa hacer. Algunos de los más destacados líderes republicanos, como el senador John Warner, lo han presionado para que anuncie al menos un retiro simbólico antes de Navidad.
Las «decisiones se basarán en una evaluación serena» de las condiciones en el terreno, «no sobre la reacción nerviosa de los políticos en Washington» ante los sondeos, dijo Bush el lunes en Irak.
Durante esa brevísima visita, realizada según algunos para responder a una creciente presión, el presidente hizo referencia a lo que consideró «avances logrados» y a la posibilidad de mantener el mismo nivel de seguridad con menos fuerzas estadounidenses.
No dijo, sin embargo, cuándo podría tener lugar un retiro.
El presidente ignoró las expectativas de los norteamericanos cuando anunció el envío de cerca de 30.000 soldados suplementarios. Se trataba de garantizar la seguridad y crear «el espacio necesario para la reconciliación entre las comunidades iraquíes y el progreso político.
Incluso los demócratas reconocen algunos progresos en el terreno militar. Pero extraerán argumentos de los controvertidos informes que demuestran la incapacidad de los dirigentes iraquíes para gobernar y de las fuerzas iraquíes para garantizar por sí mismas la seguridad antes de un año como mínimo.
Con las elecciones de 2008 a la vista, la batalla entre el Congreso y Bush corre el riesgo de intensificarse cuando el Parlamento discuta el financiamiento de la guerra, por ejemplo.
No obstante, los expertos señalan que Bush está a tal punto en una posición de fuerza que es improbable que los demócratas logren captar suficientes votos republicanos en el Congreso como para superar un veto que el mandatario ya interpuso en 2007 a un calendario de retiro.