¿Qué será más sangriento?


Editorial_LH

Hay temas que obligan a profundos debates y más serias reflexiones, y el del narcotráfico con todo y los problemas que representa para la humanidad entera es uno de esos. Es el problema de nuestro tiempo porque tiene incidencia y ramificaciones en todos los órdenes de la vida, no sólo en el daño que sufren los consumidores, sino en todo el perjuicio colateral que sufren países enteros y las víctimas de la violencia provocada por ese nefasto negocio.

 


Uno de los argumentos esgrimidos por la Embajada de Estados Unidos en Guatemala es que en ese país casi la mitad de los crímenes que ocurren tienen que ver con drogadictos, pero si vemos lo que ha significado para México, Guatemala y Colombia la guerra contra los cárteles de la droga, las cifras se vuelven pavorosas. Obviamente es mucho más sangrienta la guerra contra los narcos que la violencia que la Embajada atribuye, sin fuente que respalde la información, a drogadictos.
 
 Se habla también de los millonarios gastos en que incurre Washington para reducir el consumo de drogas de distinto tipo, pero los efectos no parecen tener correlación con lo que ocurre aquí, porque cada vez aumenta más el lavado de dinero, el trasiego de drogas, la presencia corrupta y violenta del narcotráfico, enseñoreándose en estos países donde la debilidad institucional sigue siendo una invitación para que se asienten aquí negocios ilícitos.
 
 Algunos ven la despenalización de la droga como una rendición incondicional ante el narcotráfico, pero hay que entender los antecedentes históricos para asumir cuáles pueden ser los efectos. Y no hay antecedente más importante que el de la prohibición dispuesta como una enmienda a la Constitución de los Estados Unidos. Estudiar sus causas, sus efectos y, sobre todo, lo que ocurrió cuando voces sensatas aconsejaron terminar con la absurda idea de que la adicción al alcohol se iba a terminar por decreto, declarando ilegal su consumo. Entender esos tres momentos, el de la reforma que prohibió el licor, los años que se vivieron bajo tal prohibición y lo que sufrió la sociedad con el comercio ilegal de las bebidas, y posteriormente todos los efectos que tuvo para el país el fin de la medida, constituye una lección importante que tendríamos que tomar en cuenta.
 
 En el caso de nuestros países el problema principal no está en el consumo, aunque sea un problema serio, sino en la falta de apoyo de quienes con desfachatez nos piden que nosotros pongamos tres por cada uno que ellos ponen, como les dijo la señora Clinton a los empresarios guatemaltecos en la lucha contra la pobreza. En la guerra contra la droga la proporción es más dramática, la exigencia más brutal porque hasta nos califican y el apoyo deleznable. En ese contexto, hay que buscar alternativas.

Minutero:
 Postergar la decisión
 de aprobar urgentes reformas
 es asegurar que siempre hay formas
 de seguir la corrupción