¿Por qué justificamos la violencia?


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Desde amenazar e insultar, hasta agredir y matar se ha convertido en algo común para algunos guatemaltecos que con su actitud o su silencio aprueban y toleran esta situación que afecta a la sociedad. Expertos consultados explican las causas por las que Guatemala no ha logrado construir una cultura de paz y algunos aún insisten en “justificar la violencia”.

POR MARIELA CASTAÑÓN
mcastanon@lahora.com.gt

Según los profesionales, a medida que hay “justificaciones sociales”, la violencia se convierte en una espiral que no termina; es un mecanismo muy sutil que incluso se encuentra arraigado en los propios hogares.

Algunos de estos ejemplos pueden evidenciarse con los acontecimientos recientes, como el del pasado 6 de enero, día en que ocho futbolistas del Deportivo Xelajú Mario Camposeco se entregaron a las autoridades, tras ser sindicados de agredir física y sexualmente a un adolescente de 15 años.

Esas acusaciones se originaron en el contexto de un “bautizo”, que es una práctica común que se realiza en los clubes de futbol –aunque también en algunas universidades–, la cual consiste en someter a vejámenes, golpes y abusos a los nuevos integrantes de un equipo. 

Las redes sociales, que se han convertido en un canal de intercambio de información, reflejaron las ideas de algunos usuarios que se pronunciaron tras la detención de los sindicados; peyorativamente insultaban al joven agredido y justificaban que el “futbol estaba hecho para hombres” o que “el respeto se ganaba a golpes” y por eso, “no era suficiente ser buen deportista”.

Algo similar ocurre en las escenas del crimen, cuando los “curiosos” se acercan a observar el cadáver que yace en el suelo y refieren entre sí, aún sin conocerse, que la víctima “en algo estaba metida”, o “ya las debía”, intentando justificar el asesinato.

En tanto, en otros casos, se justifican las muertes de mujeres, por “problemas pasionales”, cuando hay féminas que han sido asesinadas por otras razones que se enmarcan en un contexto totalmente distinto.

También sucede cuando existen sospechas de que una persona es delincuente –aún sin tener argumentos– que algunos ciudadanos expresan “qué bueno que lo mataron”, o “ahora hay uno menos”.  Las conclusiones fluyen, sin detenerse a analizar las causas por las que se adopta esa actitud frente algo que no debería ser tolerado.

¿POR QUÉ JUSTIFICAR?

A criterio de Leslie Sechel, presidente de la Asociación Guatemalteca de Psicología (AGP), la justificación viene de la tolerancia, que es aprendida en los diferentes entornos donde se desenvuelve una persona, principalmente en el hogar.

“Esto viene de la tolerancia que se enseña, se aprende y precisamente de lo que carece Guatemala es de educación, no solamente en las aulas, escuelas, sino una educación en valores, en límites que empiezan en el hogar”, refiere.

Por otro lado, Marco Antonio Garavito, director de la Liga de Higiene Mental, dice que  en el tema de violencia convergen cuatro actores: el hechor, la víctima, las razones y el contexto en el que se origina un suceso, donde se ha comprobado que para que la violencia “tenga sentido” hay que crear justificaciones.

“En esta sociedad nuestra, históricamente se han creado justificaciones porque en la medida que socialmente se aprueba que violentar no genera un proceso de daño en el ejecutor o victimario, la sociedad lo acompaña o lo comparte”, indica.

De acuerdo con el psicólogo, aprobar acciones violentas conlleva un crecimiento del problema y es por eso que resulta urgente identificar estos actos y revertirlos.

“En la medida que hay justificaciones sociales, la violencia crece, por eso una estrategia muy importante para detenerla es identificar las justificaciones que existen en los distintos tipos de violencia y empezar a ‘desjustificarlas’ bajo distintas estrategias”, explica.

El profesional señala que esta situación tiene un antecedente en el pasado, donde el Estado era el principal represor y aprobador de la violencia, que no era vista como algo anormal.

“Durante el tiempo de conflicto había una justificación desde el Estado, es decir, hay que reprimir, hay que masacrar porque es la defensa del país contra el comunismo.  En fin, esa era una justificación, de tal suerte que el torturador podía torturar a un ciudadano en la tarde y en la noche estaba tranquilamente con su familia cenando, porque la justificación a ese hecho permitía que no se traumatizara por ejercer la violencia”, reitera.

Garavito coincide con Sechel sobre cómo la promoción de la violencia y la tolerancia surge en el mismo hogar, donde los padres justifican los golpes a sus hijos –sin dialogar– diciéndoles que esas palizas “algún día se las van a agradecer”, o “te pego porque te quiero”, enfatiza.

FRUSTRACIÓN

Carlos Seijas, sociólogo independiente, explica que la actitud de los guatemaltecos corresponde a la frustración que se acumuló desde la niñez, se convierte en una cotidianidad donde no vale la pena exigir soluciones.

“Lo que sucede es que somos una nación muy frustrada porque no hemos tenido espacios en los cuales podemos manejar este tipo de situaciones en el sentido en que somos agredidos desde la infancia y lo vamos viendo como normal, toda esa frustración se va acumulando y cuando no importa qué gobierno esté de turno nuestras demandas de seguridad, bienestar, de salud, no se cumplen”, explica.

El experto dice que la sociedad ha perdido la sensibilidad, mientras la violencia es vista con normalidad, por tanto no vale la pena exigir o indignarse ante determinado suceso.

“Como cultura hay un concepto que tienen los psicólogos que se llama ‘desensibilización aprendida’ que si lo ponemos en términos chapines es que ‘le salió cayo y ya no siente’; estamos tan acostumbrados a la violencia que ya ni siquiera la vemos, nos preguntamos ¿cómo así que violencia? Si siempre ha sido así, es decir estamos desensibilizados, por lo tanto lo que nos tocaría como cultura, como sociedad es empezar a sensibilizarnos”, explica.

¿QUÉ HACER?

Seijas propone que el sistema educativo, la familia y los medios de comunicación aporten desde el espacio que les corresponde, construir una mejor sociedad y evitar la desensibilización, pues cada uno puede concienciar sobre el problema.

“Es necesario empezar a ver lo que realmente importa, identificar cómo llegar a sensibilizar al guatemalteco que está desensibilizado en el tema de la violencia, para que ellos mismos se vean en ese espejo y encuentren otras formas de manejar ciertas situaciones porque no siempre debemos pensar si me violenta yo lo violento, ahí es donde empezamos a crear la cultura de paz”, expone.

Por otro lado, Garavito dice que para marcar una hoja de ruta y modificar conductas y acciones violentas en la sociedad, es importante conocer cuál es el origen de las mismas y en qué contexto se originan.

“Son distintas estrategias, uno no va a encontrar la solución mágica en una sola cosa, si hiciéramos un esfuerzo de identificar las justificaciones a la violencia intrafamiliar, habría más oportunidad para identificar qué hacer para minimizar el problema.  No hay justificación única para todo, las justificaciones políticas son de otro tipo, las de la delincuencia son otras.  Es una gran tarea identificar esas justificaciones”, afirma.

El director de la Liga de Higiene Mental añade que la familia, la escuela y las iglesias también juegan un rol importante, pues esos lugares constituyen la principal formación y aprendizaje de la niñez.

El entrevistado concluye en que la violencia es una espiral, que debe detenerse a través del combate a la impunidad y con la búsqueda de los argumentos para cesar esas justificaciones.

“La violencia gráficamente es una espiral, como un caracol y en la medida que ese caracol encuentra espacios para la impunidad, para no alcanzar castigos, para justificar, se va abriendo y por eso todos podemos ver que hace 30 años la violencia no era como hoy, esto porque se ha ido ampliando en la medida que los hechores de violencia pagan fianzas tontas para no ir a la cárcel, o tienen cuello político y no les pasa nada”, puntualiza.

AGRESIÓN

Tras la entrega de ocho futbolistas sindicados por agresión sexual con agravación de la pena contra un menor de 15 años, usuarios de las redes sociales se refirieron con términos peyorativos hacia el menor de edad, justificando que “el fútbol estaba hecho para hombres” o que “el respeto se ganaba a golpes”.

En las escenas del crimen es común escuchar la interacción de personas que ni siquiera se conocen, al referir que quienes fueron asesinados de determinada forma “en algo estaban metidos”, o “ya las debían”.

En la cobertura de crímenes violentos, se evidencia cómo se justifican los asesinatos de personas que se sospecha pueden ser “delincuentes” aún sin tener una hipótesis clara.  Las frases usuales de los guatemaltecos son “qué bueno que lo mataron”, “ahora hay uno menos”.

Las muertes de mujeres usualmente son enmarcadas en el término “problemas pasionales”, cuando ni siquiera se ha iniciado con una investigación que arroje indicios reales del acontecimiento.

Los linchamientos se han convertido en una práctica común no sólo en el interior del país, sino también en la capital, donde la conclusión principal es “se lo merece”.

El 6 de marzo de 2013, el conductor Julio René Cotzal Pirir utilizó la bocina de su vehículo en la 6ª. avenida y 4ª. calle de la zona 10 y otro automovilista lo hirió con un arma de fuego. Mientras que en enero del mismo año, un hombre murió tras ser herido en el bulevar Los Próceres, zona 10, pues otro conductor le disparó por una discusión en la carretera.

“Esto viene de la tolerancia que se enseña, se aprende y precisamente de lo que carece Guatemala es de educación, no solamente en las aulas, escuelas, sino una educación en valores, en límites que empiezan en el hogar”.
Leslie Sechel
Asociación Guatemalteca de Psicología