Guatemala ha sido un país, dicen, que estuvo gobernado durante muchos años por dictaduras de corte militar. Es a ellos que se debe mucho de lo que sucede ahora en el país, se protesta. Sin embargo, aun aceptando eso, es necesario reconocer también que desde 1986 el país ha estado en manos de dirigentes civiles, la mayoría profesionales, algunos con carrera política y otros pocos provenientes del ámbito de los negocios. Entonces, ¿Por qué se ha continuado fallando en las políticas para sacar al país del agujero donde hasta ahora se encuentra? ¿Por qué más bien se ha continuado profundizando el subdesarrollo del país?
Estas son preguntas, me parece, difíciles de responder. Los que llegan al poder, y el próximo no será la excepción, han recurrido a la cantaleta de siempre para justificar su fracaso en el logro de cosas sustantivas: «son demasiados años de injusticia, el desarrollo no se alcanza de la noche a la mañana. El proceso es lento, pero vamos por buen camino, nosotros sembraremos la semilla». Y así continúan pasando los años dejando que el país se hunda sin hacer más que una que otra cosa de poco valor.
El fracaso, sin embargo, no ha sido sólo de quienes han gobernado desde el Ejecutivo, sino también de quienes han participado de los otros poderes del Estado. Ni el Congreso con todos los partidos políticos incluidos, ni el Judicial han sido la excepción para que la historia los recuerde como paradigma de efectividad, de eficiencia y de logros soberbios. En nuestro país los únicos que han dado muestra de valentía, perseverancia y audacia han sido los que trabajan desde el área de los derechos humanos y la prensa en general, salvo excepciones. Sólo éstos parecen ser los rescatables de la historia en los últimos tiempos.
O sea, digámoslo claro, los gobiernos civiles de los últimos años no han sido sustancialmente diversos a los anteriores. «Pero al menos hay paz», dirá alguno. Bien, es cierto, pero una paz relativa. Todos sabemos que vivimos en psicosis permanente, encerrados bajo cuatro candados en casa y agradeciendo a Dios cada día que regresamos sanos con nuestros hijos. La suerte de sobrevivir cada día en Guatemala es casi un milagro. Las políticas fundamentales que debieron haberse implementado desde hace 20 años hoy no son una realidad porque los políticos de todos estos años, los gobiernos, los poderes del Estado, se han dedicado quizá al «dolce far niente», o quizá a cosas de cosmetología.
Alguno dirá que es una visión muy negativa y que ciertamente ha habido cambios. Lo admito, es cierto, pero también es verdad que en materia de pobreza, seguridad, salud y educación seguimos si no igual, quizá peor. Los recursos escasos se siguen gastando con los pies, se dispersa como el agua por la corrupción y las prioridades suelen seguir dirigiéndose por donde no se debe (como cuando se ha dado generosamente al Ejército, por ejemplo).
No intento decir que todos no tenemos algún grado de responsabilidad en el rumbo que ha tomado el país, sino que los políticosque son quienes más protagonismo han tenido en el accionar de la nación se han equivocado, no han hecho bien las cosas y más bien se han aprovechado del poder que han ejercido. «Â¡Pero ha habido excepciones!», seguramente, pero pocas como para que Dios (si se comparara el caso con aquel pasaje bíblico) se compadeciera de no destruir ese triste pasado del cual hoy vivimos los resultados. Pero no se asuste, las cosas del mañana parecen ser muy parecidas a las de ayer. O sea, seguimos con pie seguro para atrás.