En general, como se pudo comprobar la semana anterior con el caso del licenciado Héctor Andrés Corzantes Cabrera, subdirector de Migración, el tema de la ética en el manejo de la información es sumamente delicado y requiere de un balance que cuesta mucho alcanzar. Esa situación se vuelve extrema cuando los medios quieren manejar supuesta investigación periodística con fines puramente comerciales para mejorar sus ventas y recurren a artimañas que no sólo afectan la honra de alguien, sino que aun en casos más graves puede significar riesgo para la integridad de las personas.
El ejercicio del periodismo implica enormes responsabilidades que los comunicadores no siempre llegamos a entender en su justa dimensión. Una cita incorrecta puede dañar el prestigio y la honra de alguien o puede provocar venganzas que en nuestro país son sangrientas, pero el periodista que hizo la cita sin la precisión adecuada queda tan tranquilo, sobre todo cuando se puede escudar en el anonimato que significa atribuir la supuesta investigación a un grupo no identificable. En otras palabras, los «investigadores periodísticos» pueden protegerse cubriendo su identidad, pero si no tienen cuidado para hacer bien su trabajo y van poniendo en boca de otra gente declaraciones no emitidas pueden causar daños irreparables.
Actualmente estamos viendo en la llamada supercarretera de la información, como algunos califican a Internet, una sarta impresionante de acusaciones y señalamientos realizados en forma anónima con el propósito de destruir la vida y la honra de quienes se meten a política. Ello demuestra lo fácil que es destruir a una persona y acabar con toda una vida de honestidad y decencia, puesto que basta un plumazo, como decimos corrientemente, para destruir la honra de alguien o para colocarlo en la picota y hasta casi al pie del cadalso.
Suficiente es ese daño colectivo provocado por tanto anonimista como para que un ejercicio poco cuidadoso de la profesión periodística venga a contribuir a incrementar esos problemas. Tanto en los anónimos vía Internet como en algunas publicaciones, se observa que alrededor de unas cuantas verdades se puede construir toda una serie de falsedades y los periodistas tenemos que redoblar el esfuerzo por evitar daños colaterales derivados de ligerezas en el ejercicio de nuestro oficio.
En la medida en que tengamos presente que nuestras publicaciones tienen siempre consecuencias, en uno u otro sentido y pensemos en ellas, estaremos reduciendo la posibilidad de hacer daño como resultado de comportamientos poco meditados o, peor aún, que tengan la finalidad de promovernos como producto informativo en este cada vez más competitivo mercado. En toda profesión los errores dejan secuela, pero en el caso nuestro las secuelas generalmente se vuelven irreparables, no sólo porque no se puede recoger el agua derramada, sino porque podemos comprometer muchas cosas simplemente si actuamos con ligereza irresponsable en el manejo de las informaciones, en los señalamientos o en el trato a las fuentes.