Julio Donis C.
La formación de los valores y principios que rigen la vida de cada persona se forjan más o menos de la siguiente forma: inicialmente en la familia, se afianzan muchos en la escuela y en el sistema de educación formal y se confronta en la calle con el «otro». Dichos valores representan un conjunto de ideas que se empiezan a formar en la relación que cada uno de nosotros establecemos con padres y madres, de hecho de ellos depende gran parte de las malformaciones psicosociales que nos perfilan como individuos. Corre a la par de este proceso de moldeo ideológico, el desarrollo de la noción de la realidad que desde la condición de ciudadanos vamos forjando en la vida. De esta forma, los intereses que manifestamos o demandamos de tipo cultural, político, social, económico etc., requieren de una determinada intermediación política, relación que se establece entre lo social y la política, entre lo público y lo privado, y entre el Estado y la sociedad.
La hora chapina
A donde apunto en esta entrega es a la comprensión de lo que está detrás de la actuación cotidiana de los chapines, de su acción política o de su interacción social. Desde ya expongo que no es casual que se haya instalado una forma del tiempo que se conoce como «hora chapina», eso implica llegar a los compromisos con más o menos quince y hasta media hora de retraso. El colmo es que ya se asume socialmente este retraso y muchos eventos son programados de esa manera, asumiendo que la gente llega tarde. En mi opinión llegar tarde implica prepotencia, desinterés, falta de compromiso y respeto.
Esto tiene que ver con los valores que rigen a los chapines que en mi criterio, de manera general son conservadores. Pero además tiene relación con el imaginario social y político de los guatemaltecos, con la forma en que han elaborado y acuñado una referencia de lo social o de lo público y de lo privado. Tiene que ver con la forma en que se dirime la intermediación política de los ciudadanos guatemaltecos como la relación social que permite observar de manera aproximada, la salud de una sociedad. Pero además esto tiene la ventaja de poder sintetizar los rasgos de elementos como el Estado, la familia y otras formas de organización social.
La violencia como lenguaje
Los chapines están cohesionados por valores y prácticas que son paradojas o antinaturales. Una de ellas es la violencia en todas sus formas que ha logrado permear cosas como el lenguaje, las relaciones humanas, las relaciones económicas y en general el intercambio cultural. Dicha violencia incorporada hasta casi de forma natural se ha convertido en la forma de percibir la realidad.
La violencia como leguaje para la intermediación social y política, impone dedicar unas líneas especiales puesto que no es coyuntural ni es superficial, es esencial, es síndrome, es histórica y es impune. Para estos párrafos la acotación me sirve como argumentación que ilustra la atrofia de lo que llama arriba la relación del chapín con el otro. Por el momento remato una puntada de este tejido con la paráfrasis de Orantes Trócoli sobre la violencia, que sume a este país. Por un lado a la élite política que con una expresión atrofiada del poder ni siquiera han constituido un Estado, y a los chapines del mundo civil con la imposibilidad de constituir una sociedad nacional; ya Gustavo Arriola expresaba en reciente entrevista, los números que marcan la terrible inequidad de Guatemala y que abren un barranco de contrastes entre ricos y pobres.
Retomando, más allá que las nuevas formas de locura que impone la modernidad y las infinitas formas de consumo que producen lógicas de cosificación y fetichización del todo y del otro, los chapines se conducen bajo diversas subjetivaciones que expresan frustraciones o insuficiencia de métodos para regular la vida. De manera superficial se podría adjetivar de mediocridades pero es más profundo que eso. Afino, por ejemplo la imposibilidad sistemática de decir «no» intercambiado por el «fíjese…» escondido con un ciño de humildad, bien puede denotar un cúmulo de represiones sociales que nos sitúan en la imposibilidad de asumir una posición ideológica. Preferimos expresar mil disculpas o excusas antes de expresar un simple no.
De estados de humildad a arranques de violencia. Se percibe como una forma artesanal de la intermediación social y política puesto que muchas cosas están mal terminadas y no manifestamos la inconformidad, la asimilamos y la aguantamos o la guardamos en la caverna de las insatisfacciones. El chapín transita de estados de humildad a desbocados arranques de violencia. No hay un estadio intermedio que permita las relaciones de confrontación plena y horizontal y que permita expresar un no o un si. El chapín «no se mete en líos», evita el diálogo consigo mismo, habla calladito que no es miedo sino desconfianza y amasa culpa.
Dicha lógica prepolítica de las relaciones sociales da como resultado que se favorezcan valores que respaldan la doble moral y otras aberrantes expresiones como el desinterés o la falta de iniciativa y el conformismo. Quitar la pintura en la Casa Ibargí¼en de dos perros fornicando es en mi criterio, un acto de parte del autor de sana irreverencia que le hace bien a este pueblo; y de las autoridades sean ediles o encargadas del evento cultural específico, un acto de censura conveniente. Otro ejemplo, tener un número telefónico para reportar baches en la ciudad es tan simplista e irrespetuoso como reportar errores en vez de corregir de una vez el problema que es un buen diseño y reconstrucción de la red de calles en la ciudad.
En fin creo que hay una herida profunda de tipo psicosocial y cultural con efectos en la dimensión política y social que fracturó varios vasos de comunicación, mermó la presión dialogante y asimiló valores que encasillan la posibilidad de imaginar un futuro que se construya a partir de resolver en conjunto cada uno su pasado.
Julio Donis.
Sociólogo.