Debido a preocupaciones ligadas con la inseguridad ciudadana, la corrupción política y el creciente endeudamiento público, una serie de temas de naturaleza económico-social, han venido siendo postergados en su tratamiento, y los mismos son abordados cuando la cresta de la ola ya está en la playa de la devastación e inunda las noticias de prensa.
Uno de esos temas postergados, y poco abordados en la reciente disputa electoral ha sido el referente al deterioro del poder adquisitivo del quetzal, y es que se tiene la falsa creencia, debido a la influencia persuasiva de las políticas antiinflacionarias oficiales, que el quetzal se ha deteriorado poco, quizás porque las variables macroeconómicas de raigambre tradicional permanecen estables para las grandes transacciones públicas y privadas.
Y es que resulta ser que los informes oficiales tan sólo hablan de promedios, los cuales son las cifras más mentirosas que este escribiente haya conocido, cuando se trata de analizar la situación de la mayoría de hogares, de consumidores, de prestamistas o depositantes.
Dígame usted si no es una gran mentira oficial que la diferencia entre las tasas que los banqueros nos dan por nuestros depósitos y a la que nos prestan el pisto es tan sólo de ocho puntos, como lo afirma el Banco de Guatemala. He hecho el ejercicio en algún taller o reunión poblada de gente común y corriente y les pregunto: ¿cuánto están recibiendo en su libreta de ahorros o en sus cuentas monetarias, y a cuánto les dan los bancos un crédito de consumo, o tarjetero?: las respuestas empiezan con la exclamación ¡uhhhhhhhhh!, seguidas de la respuesta habitual: ¡la diferencia entre ambas tasas es abismal!
Igual sucede con una transacción en dólares. Vaya usted a venderle los dólares al banco en alguna oportunidad, y vaya luego a comprarle la preciada divisa, y se dará cuenta que las brechas no coinciden, ni por asomo, con las olímpicas y pulcras cifras oficiales de los tecnócratas de turno.
Y eso también sucede con la dinámica de precios, como nos lo comienza a ilustrar muy bien un reportaje publicado en Prensa Libre del pasado domingo, bajo el título “Precios no dan tregua en el paísâ€, elaborado por el periodista Leonel Díaz. En el mismo se subrayan las mentirillas de las cotizaciones de precios del Instituto Nacional de Estadística, al promediarlas, aislando así las más recurrentes y altas, que recaen, como suele suceder, en los más pobres quienes son la mitad de la población.
Al carecer de efectivo para grandes compras, una familia pobre debe realizar más frecuencia de compras, afectando ello de diversas maneras su índice inflacionario, el cual es más alto que el reportado como “índice General†por el instituto estadístico nacional, que además pareciera no estar ponderando de manera adecuada el actual impacto de la escalada de los precios mundiales y nacionales de la comida.
Puedo apostar lo que quieran a que en los últimos años ha estado cambiando de manera dramática el patrón de consumo de la gran mayoría de guatemaltecos, siendo que el peso del gasto en comida ha venido aumentando, encogiendo así los gastos en otros menesteres, relacionados con el confort de los hogares.
El tema debe ser abordado, tanto por los empresarios privados, como por el sector oficial de la política económica, principalmente el Ministerio de Economía, el de Agricultura y el Banco de Guatemala por supuesto. ¡Seguiremos con el tema!