Intríngulis político irresoluble


Eduardo_Villatoro

Desde hace lustros, aun antes de que yo me incorporara a las páginas de opinión de La Hora, leo con deleite e interés los artículos del colega Francisco Cáceres Barrios -Don Paco, para sus amigos-, quien tiene la cualidad de expresar sus pensamientos de una manera directa, sencilla y amena.

Eduardo Villatoro


Sin embargo, advierto que no siempre estoy de acuerdo con los planteamientos de don Francisco, lo que también es normal entre personas medianamente cultas y habituadas a discrepar de las posiciones ideológicas de sus semejantes; pero debo reconocer que no se anda por las ramas cuando expone sus criterios sobre diversos asuntos.

Después de esta justificada introducción, me aboco a lo que Cáceres Barrios enfocó en su espacio del pasado martes 12, con el título “No más falsas expectativas”, refiriéndose a las reiteradas promesas de funcionarios del Organismo Ejecutivo, específicamente del Misterio de Salud Pública, y de diputados al Congreso, en lo que atañe a que solucionarán los problemas que enfrentan; pero que sólo son capaces de hacer “buenos negocios” bajo la sombra de sus cargos, y de ahí que originan “inconformidad, frustración y descontento popular”.

Lo que más me interesó de ese artículo es cuando se refiere al sistema electoral y político, que implícitamente impide que ciudadanos capaces, eficientes y honorables sean elegidos diputados, porque la ruta para llegar al Congreso está asfaltada de billetes con que se compran las candidaturas, y de esa cuenta es que el Organismo Legislativo rebosa de individuos ignorantes, deshonestos y comprometidos con sus financistas, cuyo propósito fundamental radica en pagar facturas y convertirse en millonarios, sin importar que sus reputaciones se deslicen por el suelo y que sus perversidades salpiquen a sus familiares y ensucien más la grasienta envoltura de los partidos que los postularon.

Como decenas de miles de guatemaltecos, don Francisco ha perdido la esperanza de que se proceda a reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), en un frustrado intento de adecentar la actividad de los diputados, sobre todo, como lo he repetido hasta el cansancio, porque la mayoría de los políticos carecen de la noción de lo que significa respeto y dignidad, pero su incompetencia no llega al extremo de que sean ellos mismos los que pretendan modificar la normativa que los rige, porque sería como si decidieran ahorcarse al unísono colgándose de una misma rama.

De esa cuenta, coincido plenamente con Cáceres Barrios en el sentido de que como es imposible reformar la LEPP, por las razones esgrimidas, tampoco es factible que por ese camino se modernice al Estado, y en vista de ello la única opción a la que podríamos aspirar los guatemaltecos es cambiar las actuales estructuras legales en las que se columpian los políticos y sus organizaciones partidistas.

Sin embargo, vuelve a presentarse un obstáculo casi insuperable respecto a quiénes serían los actores que protagonicen esa anhelada, escurridiza y lejana transformación, que pueda conducir al establecimiento de una verdadera y efectiva democracia representativa, plural y participativa, que permita a los guatemaltecos elegir lícita, legítima y transparentemente a sus representantes en el Congreso de la República e incluso en la cúspide del Organismo Ejecutivo.

Es el meollo de este intríngulis irresoluble.

(El columnista Romualdo Tishudo parafrasea este proverbio judío: -No te acerques a una cabra por delante, a un caballo por detrás y a un diputado porfiado –¿pleonasmo?- por ningún lado).