El tener qué, el sentir constante, esa búsqueda de?, el hablar? amor, decepción, tabaco, noche; palabras que aparecen entre los versos, sentimientos que explotan en una pantalla, en papel impreso o boceteado con letra gomosa; poemas, palabras sueltas, desencanto redactado, Marré y Bromo, dos artistas, dos momentos y una página, para usted.
cnavasdangel@yahoo.es
Tenés
que abofetear a la muerte,
bailar tango mientras cantás la de Perales;
usurpar el vino más caro de la alacena de tu chula novia,
tintamanchar con dos o tres dignas copas
el mantelito que cubre la mesa de roble de la salita del fondo.
Tenés que trabajar en campañas antitabaco,
salir a la salita de espera, ser creativo,
liar con Dios o con el diablo;
tenés que fumarte la mitad del sueldo.
Tenés que escuchar música fina
para que no digan que sos incauto.
Tenés que saber de yoga, instituciones políticas,
derechos neoliberales, prosas famosas, programas de TV.
Tenés que saber de memoria el menú de Mcdonald’s.
Tenés que hacer dietas, ir al gimnasio, saber de yoga,
lustrar los zapatos, lavarte la sucia boca diez veces al día.
Tenés que ignorar la injusticia, pagar las cuentas al día,
hacerte sabio en un cursillo de superación dos o tres veces por semana.
Tenés que practicar el I Ching, facturar honorarios, saber de yoga.
Tenés que desvestirte y pretender que no te gusta.
Tenés que desvariar y ponerte intelectual en las mesitas redondas.
Tenés que masturbarle la mirada a la tristeza y encender un habano,
tomar un caro Scotch, pedirlo en botella, pagar la cuenta,
para que no digan que sos hueco, cursi o aprovechado.
Tenés que dirigir una revista, pasear al perro, comer mierda de lujo,
abastecerte con las mejores drogas de diseño, asesinar al puto olvido.
Tenés
que hacer la cama, colgar los cuadros, compartir el sueldo.
Tenés que repetir la historia y darle vuelta
para que el acetato de la indiferencia no se repita
y luego recriminen con ’ahí viene éste cerote con la misma historia’.
Tenés que ir a los bares, juntarte con la suegra, impedir que te asalten,
tenés que viajar cuarenta minutos y hacer cola otros veinte.
Tenés que pretender que sos culto, que fumás marihuana,
que sos un escritor cool con gustos serios,
pero que no te gusta nada tan ’serio’, tan ’serio’ cómo los beatniks.
En todo caso,
tenés que hacer llamadas sinceras para que no te olviden.
Juntar la basura, olfatear las minifaldas de tu amiga, escribir poesía.
Tenés que pagar las cuentas, pregonar ante el silencio, saber de yoga.
Conocer de Jung, cantar al Buki o José José, pero bailando la Lambada.
Tenés que asaltar a los dioses de la buena poesía,
impedir que te espanten los años, no sucumbir ante el día a día.
Tenés que escuchar Mozart, Chopin, Wagner o Brahms
para que no digan después, que sos reguetonero.
Tenés que aprisionar los miedos,
derretir la sangre, invertir en lujos; en fin, jugar con fuego.
Tenés que invertir en la bolsa, saber de yoga, ahorrar la renta.
Pagar los peajes que conducen al infierno, envenenar al mundo,
crucificarte solo, enderezar los clavos, tragarte tu propia cicuta.
Tenés que confesar, tomar el ascensor, pagar los gastos de tu entierro,
firmar con tinta china legible, tu triste y blanco epitafio.
Tenés que beber vino, si te ofrecen vino.
Tenés que beber agua, si te ofrecen agua.
Tenés que engañarte, un domingo sin tristeza, diciéndole al espejo:
’Vendrán nuevos rostros, vendrán nuevos días.
Tendré recuerdos, seré olvidado’.
DE ALEJANDRO MARRí‰
Digo yo soy
y el cosmos responde
con una pólvora de instantáneas gratuitas,
me gano la vida sonriendo,
llorando,
diciendo que sí
cuando todos dicen que no.
Escribo un poema simple,
lleno de agua clara y cigarrillos,
caricatura de un tiempo otro, distinta la retina que captura.
Escribo palabras suaves, minerales o tardes de sol rojizo,
silencios entre letras y comas azarísticas
que nos plantean corredores, estancias,
momentos para tomarse un café y no hablar al respecto.
Escribo un poema simple,
uno lleno de frutas y gente que no muere,
uno que se queda sentado al final del día,
con el sol de las cinco de la tarde,
uno de madrugada sin empleo, sin hambre.
Uno de bodegones pastel aunque los odie
Escribo y no pienso nada,
solo escribo cosas sencillas,
lo gratuito del silencio,
dios en las alcobas de arriba,
el espacio abierto de un campo que no es de nadie,
y nadie nos molesta de mañana.
Dormirse, abrir la boca y mascar tabaco,
esperar a una señorita en un café,
respirar el perfume de un fantasma.
Escribo las cosas sencillas que caben en mi hoja,
una arrancada de los libros que no tengo que comprar,
ni extrañar, ni leer, ni escribir.
De otros poemas está hecha la historia,
de las palabras sueltas que no cabían en los libros,
de silencios entredichos o de condenas migratorias
que se volvían tachones o memorias elucubradas
sin sentido en una noche sin trama.
Amarte es una pelea de cocodrilos mansos
que matan con la boca apretada,
el río terco que prosigue,
las víctimas que no regresan.
Amarte es una noche de tráfico
y lentejuelas de chicas groseras
que vienen a pedirme fuego
con la nariz chorreando.
Amarte es tan solo
un eco de fantomas grises desvaneciéndose por momentos.
Es eso que persigue a mi sombra
que se ha muerto ya
desde que no volteo de noche
con las luces encendidas.
Amarte tiene ganas de morir,
o de nacer en otros vientres,
con otros nombres,
con otros amartes menos transitorios.