Interrogantes por intransigencia papal


Renuncia. Una fuerte conmoción ocurrió esta semana en el interior de la Iglesia Católica, para la renuncia de Stanislao Wielgus, arzobispo de Varsovia.

El Papa Benedicto XVI mostró esta semana una intransigencia inédita al aceptar la renuncia del arzobispo de Varsovia, Stanislaw Wielgus, por haber colaborado con la policí­a comunista polaca, lo que suscita interrogantes en medios vaticanos sobre el peso del pasado que regresa en numerosos paí­ses.


Wielgus, que convirtió la ceremonia de entronización programada para el 7 enero en la catedral de la capital polaca en un acto dramático al anunciar su dimisión, es la primera ví­ctima polaca de ese pasado cargado de secretos.

La dimisión fue el fruto de intensas negociaciones entre autoridades polacas y la Santa Sede, a la que le exigieron el cese del arzobispo tras haber reconocido públicamente el «error cometido en su pasado» de haber colaborado con la policí­a secreta del régimen comunista.

Si bien el religioso recalcó que habí­a sido forzado y que nunca habí­a actuado con maldad, el caso del obispo confidente del odiado organismo represivo abrió una fractura en la poderosa iglesia polaca, que fue un factor clave en el proceso que precipitó la caí­da del comunismo.

Lo que ha sido definido como una «caza de brujas» lanzada por los ultracatólicos presidente de la República Aleksander Kaczynski y su hermano primer ministro, Jaroslaw Kaczynski, abrió heridas profundas en ese paí­s y podrí­a repetirse en otros paí­ses, con otras realidades.

El vaticanólogo Sandro Magister recordó en la revista Espresso las palabras pronunciadas por Benedicto XVI durante su visita a Polonia en mayo del 2006: «humilde sinceridad» para admitir los errores del pasado y «magnanimidad» para juzgar las culpas cometidas en otros tiempos.

El pedido no sólo fue desoido, sino que devela las fallas y carencias en los trámites que suele seguir la jerarquí­a de la iglesia para designar un prelado.

Han sido pocos los obispos relevados de sus funciones en los últimos años. Entre ellos figuran el francés Jacques Gaillot (1995) y el cardenal estadounidense Bernard Law (2002), el primero acusado de indisciplina y el segundo de mala gestión del escándalo sobre los sacerdotes pedófilos.

«Â¿Por qué el Papa no ha adoptado la misma severidad para impedir la carrera episcopal de candidatos que mantuvieron ví­nculos estrechos con las dictaduras latinoamericanas, y que todos conocen?», se interrogó el vaticanólogo Giancarlo Zizola en un editorial publicado en el diario Il Sole 24 Ore.

Varios prelados latinoamericanos y hasta representantes de la Curia Romana fueron denunciados por organismos de defensa de los derechos humanos por mantener relaciones con la dictadura argentina (1976-1983).

Observadores latinoamericanos se preguntan por qué razones el Papa mantiene en su cargo al controvertido vicario castrense argentino, monseñor Antonio Baseotto.

El religioso es conocido por la defensa pública de los militares y hace dos años echó mano de una cita bí­blica según la cual «los que escandalizan a los pequeños, merecen que se le cuelgue una piedra de molino al cuello y se los tire al mar», lo que fue interpretado como una aprobación de los años negros cuando los militares arrojaban al mar desde aviones a prisioneros polí­ticos.

Para Zizola, teólogo y autor de varios libros sobre el Vaticano, el pontificado de Benedicto XVI intenta aplicar en forma clara y tajante la división entre lo espiritual y lo polí­tico.

Una tarea difí­cil de cumplir y que puede desatar muchos revolcones en muchos paí­ses e inclusive dentro del Vaticano, donde por cerca de un decenio, bajo el pontificado de Juan Pablo II, autoridades como el cardenal Angelo Sodano, entonces Secretario de Estado, se aliaron con sectores polí­ticamente identificables.

«Pensamos que el rigor se va a generalizar y que serán excluidos de los nombramientos figuras con implicaciones o relaciones con partidos y regí­menes de cualquier sistema, inclusive no comunista», comentó Zizola.

La independencia de todo lo polí­tico y custodia de la espiritualidad fue defendida por el pontí­fice alemán en su primera y única encí­clica, y será puesta a prueba en su primer visita a América Latina, cuando viaje en mayo a Brasil, paí­s donde muchos sacerdotes se han comprometido con las luchas de sus pueblos.