Interés: ¿Cuánto valés?


Editorial_LH

La vieja expresión chapina cae como anillo al dedo cuando se juzga el papel de nuestros diputados al Congreso de la República de cara a las cuestiones fundamentales del país. Así como se despiporraron por aprobar las reformas a la Ley de Telecomunicaciones cuando les llegaron al precio, se hicieron los babosos a la hora de conocer la ley de desarrollo rural en la que, en todo caso, si algo de raja pueden sacar está entre quienes no quieren la ley y por lo tanto no sería remoto que ya estuviera en marcha el mecanismo del chantaje que es tan corriente en nuestras legislaturas.


Porque no vaya a creerse que los diputados sólo reciben dinero por aprobar leyes. ¡Qué va! Ellos saben cómo hacer las cosas y también cobran por no aprobar algunas leyes. Hubo “representantes” que se especializaron en formular proyectos que afectaban intereses de ciertos sectores poderosos y una vez presentados, negociaban con ellos para evitar su aprobación, en un acto de chantaje de lo más burdo que pueda haber. Ahora, cuando los mismos empresarios se asustaron a sí mismos con el petate del muerto de que la ley de desarrollo rural es una ley de reforma agraria, no sería raro que ya estuvieran algunos diputados ofreciendo sus buenos oficios para engavetar para siempre la iniciativa a cambio de algo de “incentivo”.

¿Hasta dónde y hasta cuándo podrá el país continuar con un sistema político tan perverso que únicamente sirve para que los pícaros hagan su agosto y se enriquezcan en el desempeño de las funciones públicas? Hasta dónde y hasta cuándo usted y nosotros, estimado lector, lo vayamos permitiendo porque si los políticos actúan de manera tan desfachatada es precisamente porque no encuentran freno para sus ambiciones ni castigo para sus ilegalidades.

Es más, somos nosotros, los electores, los que hemos vuelto a enviar con nuestro voto a muchos de ellos a ese antro en que han convertido al Congreso. Somos nosotros los que nos pasamos reeligiendo alcaldes inútiles, ignorantes y ladrones para que sigan mangoneando los municipios en su propio beneficio. Somos nosotros los que hemos otorgado la máxima investidura política del país a personajes que ni siquiera se ruborizan cuando defienden un trinquete burdo y descarado.

En ese contexto es que tenemos que decir que ciertamente tenemos una deprimente clase política, pero tenemos también un electorado que hace justicia a la frase de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, porque con nuestra indiferencia y tolerancia a la sucia corrupción, al final de cuentas somos nosotros los que alentamos y estimulamos comportamientos como ese de nuestros diputados.

Minutero:
Aquí ya no tenemos remedio
pues si no hay pisto de por medio
jamás el interés general
estará en la agenda nacional