Por mandato constitucional el Estado de Guatemala es un banco con tres patas que son los Organismos Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Si alguna prueba hace falta de que nuestra institucionalidad está paticoja y en postura insostenible, baste ver lo que ocurre con el Organismo Legislativo que a lo largo de este período no ha cumplido en absoluto con sus funciones y que ni siquiera puede dar la apariencia de trabajo normal.
Si a ello sumamos las enormes deficiencias que hay en nuestro sistema judicial, con fallas tremendas que dan pie a la impunidad, y las carencias en el Ejecutivo que salen a luz con crisis como la del Hospital Roosevelt que quieren tapar a como dé lugar, tenemos que entender que estamos realmente en trapos de cucaracha y que nuestra institucionalidad es realmente una ficción.
El problema, desde luego, no se resuelve a punta de reformas constitucionales porque con o sin reforma, si los actores y responsables siguen actuando de la misma manera, el país continuará a la deriva sin perspectiva de lograr un desarrollo sostenible. No puede ser, definitivamente, que durante prácticamente seis meses un país tenga que subsistir sin Poder Legislativo porque la actividad parlamentaria se paraliza en medio de acciones de filibusterismo más entendidas y carentes de otro objetivo que el de entorpecer por entorpecer. Es cierto que en otros países la práctica parlamentaria permite que en ocasiones grupos de oposición que no disponen de mayoría puedan recurrir a esas prácticas para detener la aprobación de leyes por la mayoría parlamentaria, pero cuando se detiene toda la actividad legislativa simplemente con el objetivo de que nada se discuta, de que no pasen leyes como las de transparencia ni se discutan cuestiones como la necesaria supresión de fideicomisos, lo que vemos es un filibusterismo al servicio de la corrupción que ha minado la institucionalidad democrática.
Es un problema de actitud el que tenemos los guatemaltecos. Una mala actitud de nuestros “representantes” y de los políticos en general, pero también una mala actitud de los ciudadanos que no atinamos a demandar que los oficiales electos cumplan con sus obligaciones como corresponde. Se ríen de nosotros todos los días y el Congreso sirve para payasadas, para transas de variado tipo y, en el peor de los casos, para que las computadoras que les entregan a los diputados se conviertan en medio para que los viejitos se entretengan viendo mujeres desnudas o con muy poca ropa mientras que los otros diputados se gastan la saliva en discursos tan prolongados como faltos de contenido.
No les gusta que se hable de Estado Fallido, pero ver a un Congreso como el nuestro se convierte en prueba palpable.
Minutero:
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