Insensibilidad y falta de atención


Estamos anestesiados.  Esta es a la única conclusión que llego luego de observar nuestra capacidad de reacción frente a la muerte que nos desborda a diario.  Eventualmente, claro está, nos escandalizamos por uno que otro asesinato, pero quizá se deba más a la fuerza de los medios de comunicación social que a los méritos propios de nuestra dermis. Esto es del todo evidente y no se necesita ser un cientí­fico para enterarse.

Eduardo Blandón

En dí­as pasados, por ejemplo, se masacró a toda una familia y poco o nada se ha dicho al respecto. Las notas de prensa dicen que un grupo de asesinos primero tiró una bomba a los habitantes del hogar, esperaron que salieran los aturdidos o mal muertos y, caso digno de estudio, los malhechores acabaron con ellos con machetes y azadones.  Los medios informaron así­:

«Al hospital Nacional de Jalapa fueron referidas una niña de10 años con trauma cráneo-encefálico, otra de 3 y una de 8 meses con heridas causadas por las esquirlas de la granada.   Un paramédico que recibió la emergencia dijo que además de las heridas, las menores presentaban shock nervioso que les impedí­a hablar ya que presenciaron la masacre de sus familiares».

Increí­ble, ¿No?  Sin embargo la población parece mantenerse impertérrita.  De vez en cuando hay escándalos «fuertes», pero como el tiempo todo lo borra, la gente suele olvidarse de ellos.  Casos paradigmáticos son, por ejemplo, el asesinato de Myrna Mack, la del obispo Juan José Gerardi o, para ponernos más actualizados, el del recién ejecutado Rodrigo Rosenberg Marzano.   Aquí­, en nuestro paí­s, para que una muerte llame la atención tiene que ser no sólo espectacular, sino cometida contra alguien «importante».  De lo contrario, olví­dese.

Esto es igual a los secuestros.  Quizá todos los dí­as se cometen esta clase de fechorí­as, pero la gente, como se dice comúnmente, no le pone mucho coco.  Para que un secuestro capte la atención de la población tiene que ser ejecutado contra alguien de familia de poderosa: Un Novella, un Gutiérrez o un Bosch, pero nunca sobre un «pedro de los palotes».  Como he dicho desde el principio, esto se debe quizá a nuestra enorme insensibilidad.

Yo estimo que hemos llegado a tener esta enorme deficiencia como un recurso de sobrevivencia.  La insensibilidad quizá nos protege contra el dolor, la desesperación y hasta del estrés.  Somos insensibles a fuerza de palo y garrote.  Se nos ha herido tanto la piel que ya no sentimos.  Necesitamos de experiencias fuertes para experimentar el dolor.  Pero también esta insensibilidad nos ha provocado un efecto secundario que consiste en la falta de atención.

A la par de la falta de sensibilidad padecemos de déficit de atención.  No nos concentramos y la verdad no se sabe si es por desinterés o indiferencia o por otro recurso de sobrevivencia.  El caso es que necesitamos de atención profesional.  Es esta falta de atención la que nos induce a cometer errores.  Por esto, cada cuatro años volvemos a lo mismo. 

Cualquiera dirí­a que somos una sociedad enferma, pero yo preferirí­a «eufemizar» las cosas y decir simplemente que somos un grupo humano con algunos pequeños problemas.  Por eso he puesto a su consideración dos de ellos: la falta de sensibilidad y el déficit de atención.  Por algo tenemos que empezar.