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Recién regreso de vacaciones y, luego de una semana entera de desconexión total, vuelvo para hundirme nuevamente en la tenebrosa cotidianidad local. De entrada me encuentro con algunas noticias ya comentadas por los periodistas nacionales, la más importante quizá el referido al cambio de Ministro de Gobernación. ¿Qué se puede decir que no se haya dicho? Intentaré aventurarme sin presumir absolutamente originalidad.

Eduardo Blandón

En primer lugar, el pensamiento inmediato que genera un cambio en la cartera de gobernación, es el de cierta sospecha de desesperación gubernamental. No tengo la menor duda que el clima de violencia diaria y la crí­tica feroz de la población tienen contra las cuerdas al Señor Presidente. A estas alturas don ílvaro Colom, si no lo sabí­a, ahora está enterado que la criminalidad nacional es casi irresoluble y que su gobierno está prácticamente impedido de solucionar un problema demasiado enmarañado y complicado.

En cuatro años, ahora lo sabe bien, no resolverá ni por asomo la anarquí­a en que estamos envueltos a nivel nacional y que recoge la pésima siembra que por años nuestros polí­ticos se han empeñado en regar y abonar. Nuestro Presidente, desesperado, hace lo que los anteriores gobernantes han hecho: cambiar de Ministros para intentar atajar las pelotas que jugadores profesionales en el crimen meten a montones en un arco (y con arqueros) débiles y mal nutridos. La idea es (psicologí­a elemental) que la población con los cambios de figuras se sienta confiada y se observe un empeño en la tarea por el rescate de la seguridad.

El efecto, sin embargo, es todo lo contrario. La población experimenta en cada cambio de Ministro de Gobernación, más inseguridad, incerteza y temor y temblor al percibir que en realidad no hay planes y que se está bateando al mejor estilo de un beisbolista de grandes ligas. Vamos, como se dice, «del timbo al tambo», de un profesional de la filosofí­a a un ex guardaespaldas y mal geniado salido de las filas del abominable Partido de Avanzada Nacional, liderado en aquella época por el humilde Alcalde Capitalino. Salimos de un equilibrado y sensato ministro a un fanático renacido evangelista.

El cambio en esa cartera del Interior revela también improvisación. En realidad, para nuestro infortunio, ahora se confirma lo que muchos sospechaban, que nuestro, muchas veces, candidato a la Presidencia no tení­a mayores planes para garantizar la seguridad ciudadana. Era mentira y demagogia barata lo que decí­a, el montón de datos que manejaba y la sinceridad que aparentaban sus palabras, la realidad era otra: no se conocí­a con certeza cómo entrarle al problema y apenas se sospechaba la dimensión de las cosas. Ahora no queda sino tapar hoyos y hundirse en un estado que parece más un agujero negro.

Así­ las cosas, don ílvaro Colom tiene dos grandes retos en el 2009: devolverle cierta tranquilidad al ciudadano de la calle (algo casi imposible si nos atenemos lo realizado hasta ahora) y velar para que la economí­a del paí­s no se hunda con la crisis mundial. ¿Acaso no hay razones para comenzar pesimistas, desde ya, el nuevo año que estrenamos?