Ingrid Betancourt cuenta su martirio


«Diciembre de 2002. Habí­a tomado la decisión de escaparme. Era mi cuarta tentativa»: así­ comienza «No hay silencio que no termine», esperado libro de la franco-colombiana Ingrid Betancourt, rehén de las FARC durante seis años y medio, que el martes sale a la venta en Europa, América Latina y Estados Unidos.


La vida cotidiana en cautiverio, los altos y bajos, y la intervención polí­tica del presidente venezolano Hugo Chávez y de su homólogo francés Nicolas Sarkozy, que determinan su feliz desenlace, recorren las 700 páginas de este libro cuyo tí­tulo surge de un poema de Pablo Neruda.

Entonces candidata presidencial del partido Oxí­geno Verde, Ingrid Betancourt fue secuestrada el 23 de febrero de 2002 cerca de San Vicente del Caguán (sureste) por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxista) en plena campaña electoral.

Desesperación, humillación, impotencia y brutalidad llenan las páginas de «No hay silencio que no termine», que Ingrid Betancourt empezó a escribir en febrero de 2009, a mano y en francés porque ese idioma le dio la «distancia necesaria» para relatar lo que habí­a vivido.

Los abruptos desplazamientos bajo lluvias torrenciales en una selva «abominable» plagada de bestias, las diferencias que surgen con Clara Rojas, su encuentro con el senador Luis Eladio Pérez -con quien «nos volvimos inseparables», afirma- las conversaciones con algunos comandantes guerrilleros, los libros y la radio, van completando los capí­tulos de un relato sobrio, sin golpes bajos ni revelaciones inesperadas o escandalosas.

La llegada de los tres rehenes estadounidenses marca un cambio en las relaciones entre los cautivos: el tiempo pasa y crecen la tensión, el resentimiento y la cizaña que alientan los secuestradores hacia la «franco-colombiana», a quien culpan de que las FARC estén en la lista de organizaciones terrorista de la Unión Europea (UE).

Ingrid Betancourt, ahora de 48 años, a quien algunos llamaban «doctora» o también «cucha» (vieja), describe cómo descubrió «otra dimensión» de sí­ misma durante las noches en vela, gracias a una Biblia que le permitió alimentar su fe religiosa.

«Si Dios habí­a decidido que no fuera libre, tení­a que aceptar la idea de que no estaba preparada para la libertad», dice Betancourt tras narrar su intento de evasión con el senador, en julio de 2005, tras lo que sus secuestradores la encadenan a un árbol.

«Podí­a moverme para ir de mi hamaca hasta las letrinas, pero me estrangulaba para llegar hasta la fuente de agua», explica Ingrid Betancourt, siempre acompañada por la imagen de su padre, a quien nunca más volverí­a a ver con vida.

Su salud se deteriora y al agotamiento se suma el aislamiento al que la obligan los jefes guerrilleros, hasta que en agosto de 2007 empieza a caer en la depresión.

El primero que le brindó la «esperanza» en su liberación fue el ex primer ministro francés Dominique de Villepin durante una visita a Bogotá en 2002 en la cual reclamó por los rehenes.

«Ahora sé que Francia nos nos abandonará nunca», afirma la ex rehén.

Octubre de 2007 trajo una tercera «prueba de vida» -las imágenes y una carta a su madre dieron la vuelta al mundo- en el marco de los «esfuerzos del presidente (venezolano) Hugo Chávez», que intentó «vender a las FARC la idea de que nuestra liberación podrí­a serles ventajosa polí­ticamente. Uribe lo habí­a entendido», afirma Betancourt.

Sarkozy fue quien «convirtió el caso de los rehenes colombianos en un asunto mundial», agrega.

La muerte de Raúl Reyes y de Manuel Marulanda, máximos jefes de las FARC, echan por tierra sus esperanzas hasta la jornada del 2 de julio de 2008, cuando la obligan junto a otros rehenes a subir a un helicóptero en la incruenta «Operación Jaque» del ejército colombiano, cuando un supuesto guerrillero gritó en vuelo «Â¡Somos el ejército de Colombia! ¡Están libres!».

«Un largo, muy largo y doloroso grito surgió de lo más profundo de mi ser y llenó mi garganta como si vomitara fuego hasta el cielo», dice Betancourt al rememorar la incruenta operación del ejército colombiano bautizada «Jaque».

«Lejos del peligro (…) me he dado cuenta de que la serenidad de haber recuperado mi libertad, no podrí­a ser comparada en nada con la intensidad del martirio que conocí­», reflexiona Betancourt en el libro que dedica a sus «hermanos rehenes», a sus hijos Melanie y Lorenzo, y a su madre.