Indignante visita del presidente Bush


Cualquier persona medianamente informada entiende que la influencia de Estados Unidos en Latinoamérica es de suma importancia, pero también comprende que durante los recientes lustros ese predominio ha ido en descenso, especialmente porque varios pueblos de la región han optado por plataformas polí­ticas que tienden a sacudirse la descarada injerencia de Washington en los asuntos internos de cada uno de estos paí­ses y repudiado las recetas neoliberales impuestas por el imperio y organismos financieros internacionales, con su estela de pobreza, exclusión y explotación.

Eduardo Villatoro

Sin embargo, la diplomacia internacional propugna por el acercamiento de naciones y gobiernos con percepciones polí­ticas y económicas si no antagónicas, por lo menos disí­miles, en un plano de respeto mutuo en aras de una real o supuesta amistad, o para limar asperezas entre sí­.

Tal el caso de Brasil, por ejemplo, cuyo presidente Ignacio Lula da Silva recibió con honores de jefe de Estado al presidente norteamericano George W. Bush, pese a la tendencia centro izquierdista del gobierno brasileño y los cercanos ví­nculos de aquel mandatario con su homólogo Hugo Chávez, el presidente de Venezuela que fue elegido mediante el voto popular por una ostensible mayorí­a, que reconoció la propia oposición interna.

No obstante, el presidente Bush se ve obligado a respetar las decisiones de polí­tica doméstica e internacional del gobernante Lula Da Silva, siendo difí­cil imaginar que el mandatario norteamericano pretenda imponer sus fórmulas o sus atrabiliarios criterios respecto a sus relaciones con terceros paí­ses.

En otras palabras, aunque Brasil dista mucho aún de ser una potencia mundial, su presidente y su pueblo son respetados en la comunidad internacional porque el presidente Lula Da Silva ha actuado con seriedad, dignidad y revestido de ropaje de estadista en las reuniones y cumbres a las que ha asistido.

Por supuesto que no hay punto de comparación entre Brasil y Guatemala en lo que atañe a sus pesos en la polí­tica interamericana e internacional, pero sí­ hay alguna semejanza entre nuestro paí­s y Uruguay, donde el señor Bush no se encontró con escandalosas genuflexiones del jefe de Estado de esa nación, el también centro izquierdista Tabaré Vásquez.

Mañana arribará a la capital guatemalteca el mandatario de Estados Unidos, cinco dí­as después de la más reciente de las últimas redadas de compatriotas nuestros en Estados Unidos. Esos 138 guatemaltecos, de los cuales 50 mujeres, no fueron capturados por habérseles encontrado en flagrante delito, sino que son otros esforzados compatriotas que estaban trabajando honradamente en una fábrica de New Bedford, Massachussets.

De nada han valido las aguadas e hipócritas protestas del gobierno de Guatemala por las masivas deportaciones de miles de compatriotas que se fueron del paí­s huyendo de la persecución polí­tica de los gobiernos militares armados, protegidos y alentados por Washington, o por la falta de oportunidades para enfrentarse a la vida, o temerosos de morir en manos de mareros o policí­as.

Naturalmente que entre los guatemaltecos deportados se incluye a jóvenes delincuentes que son repudiados en cualquier paí­s del mundo, pero el gobierno del presidente Bush no ha tenido escrúpulos en capturar, vejar y encerrar en condiciones infrahumanas a guatemaltecos honestos, diligentes y fervientes trabajadores que han dejado buena parte de su vida en una nación que se ha olvidado de sus raí­ces de inmigrantes (y del exterminio de los indios propietarios legí­timos de las tierras de aquel paí­s), y que expulsa ignominiosamente a quienes contribuyen a la economí­a norteamericana con su fuerza laboral y el pago de sus impuestos.

Me cuesta entender la falta de dignidad del gobierno de Guatemala, cuyo presidente no tiene ningún pudor de recibir con aplausos y abrazos a un mandatario tan presuntuoso, ignorante, desagradecido y perverso como el señor Bush.

Es falta de la más insignificante muestra de decencia estrechar la mano de un hombre que no tiene ningún cargo de conciencia ni de autorrespeto moral, como para venir a insultar con su presencia a los familiares de decenas de miles de guatemaltecos expulsados de Estados Unidos sin contemplación alguna.

Para mí­, y sospecho que para muchos más, la permanencia del señor Bush en nuestra patria es una afrenta. Si es repudiado por un elevado porcentaje de sus compatriotas, a causa de las falsedades en que se basó para invadir y ocupar Irak, con cauda de cientos de miles de jóvenes norteamericanos muertos u mutilados, también es despreciado por la mayorí­a de los latinoamericanos, aunque hay gobernantes sin asomo de vergí¼enza y de dignidad que lo adulan hasta la veneración masoquista.

El supuesto hijo del norteamericano Romualdo Estain, inmigrante chapí­n, le pregunta a su madre, admiradora del presidente Bush:- Mamá, como es posible que siendo tú blanca y mi papá mestizo, yo soy de piel amarilla. La señora responde: -¡Ay, hijo, si supieras la fiesta que hubo ese dí­a de la convención del Partido Republicano, deberí­as alegrarte de no ladrar!)