Los pueblos indígenas -desde los Inuit del Artico hasta los Aymaras del Altiplano- son duramente golpeados por un mal silencioso que los diezma: la tuberculosis. Hoy estos pueblos ya no se resignan y quieren asociarse a la lucha contra la enfermedad.
«Hay unos 370 millones de indígenas en más de 70 países que han sido marginados de los programas de lucha contra la tuberculosis», declaró el martes en Rio de Janeiro Wilton Littlechild, indígena Cree de Canadá, experto de Naciones Unidas.
La tasa de incidencia de esta enfermedad contagiosa que se transmite por vía aérea, como un resfrío común, es mucho más elevada en estas comunidades: «29 veces más en los indígenas de Canadá que en el resto de la población y 90 veces más en los Inuits. En Groenlandia, es 45 veces más», subrayó Littlechild, que lucía un peinado tradicional.
Por su parte, Mirtha del Granado, experta de la Organización Panamericana de la Salud, afirmó que «no se sabe siquiera la tasa exacta de casos de tuberculosis» entre los 40 millones de indígenas de América Latina, que representan 10% de la población. Según ella sería de «20 a 30 veces superior al resto de la población».
La experta subrayó que «pobreza y tuberculosis van juntas», principalmente a causa de las precarias condiciones sanitarias en que vive la población pobre.
Los representantes de los pueblos indígenas participan en el tercer Foro «Stop TB» (Alto a la tuberculosis) organizado en Rio en asociación con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que reúne a 1.300 participantes de 110 países.
La asociación público-privada «Stop TB» prevé invertir, entre 2006 y 2015, 56.000 millones de dólares en programas de investigación, vacunas y campañas de prevención y control de la tuberculosis con la esperanza de salvar 14 millones de personas. Pero no ha incluido a los pueblos indígenas en sus planes.
Para paliar esto, los pueblos indígenas proponen la creación lo antes posible de una secretaría especial dedicada a los pueblos autóctonos en la OMS, en Ginebra, lo que les permitiría recolectar fondos para establecer sus propias estrategias.
«El tercer Foro de Rio nos cedió un espacio en el cual pudimos discutir y profundizar nuestras estrategias autóctonas mundiales. Esto nos dio más visibilidad», declaró a la AFP la experta boliviana Elisa Canqui, representante de las comunidades indígenas en la ONU.
Esta indígena Aymara recordó que el artículo 42 de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos autóctonos, aprobada en 2007, defendía el acceso a los servicios de salud para todos, pero que «en la práctica, hay discriminación».
También defiende la prevención y curar la enfermedad en las mismas comunidades.
«Los indígenas no tienen los medios para ir a las ciudades. Y cuando van chocan con la barrera del idioma, de la cultura y de la discriminación», señaló.
«El tratamiento de la tuberculosis dura seis meses y no se podrá controlar la epidemia sin la participación de la sociedad civil autóctona, sin informarla y educarla», concluyó.
Seis nuevas vacunas preventivas contra la tuberculosis están siendo estudiadas y la más avanzada clínicamente podría estar en el mercado en 2016, anunció el miércoles en Rio de Janeiro Peg Willingham, de la Fundación por la Vacuna contra la Tuberculosis (Aereas Global).
«Tenemos seis vacunas en nuestro portafolio: una para reemplazar a la BCG, que data de 90 años atrás, y otras cinco que permitirían extender la protección de la vacuna actual», declaró a la AFP Willingham, directora internacional de Aereas Global, en ocasión del III Foro «Alto a la Tuberculosis».
Este foro ha sido organizado en Rio en asociación con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y reunió a 1.300 participantes de 110 países durante tres días.
«Estamos en la fase de los ensayos clínicos en humanos para cuatro vacunas. Para las otras dos -entre ellas la nueva BCG-, comenzaremos este año», precisó Willingham, quien recordó que la turberculosis aún mata a cerca de dos millones de personas por año en el mundo.
«La vacuna más avanzada clínicamente es la que ha sido desarrollada por la Universidad de Oxford. A partir del año próximo deberemos seguir a 40.000 bebés y adolescentes durante cuatro años para ver si funciona. Si lo hace, estará en el mercado en 2016», indicó la resposanble.