No tienen uniformes deportivos pero sí pintura facial. Corren y saltan sin necesidad de zapatos de alta tecnología, pues con sus pies descalzos les basta. Compiten pero no les importa tanto ganar.
Se trata de los XII Juegos Indígenas, que se celebran en una región de la Amazonia brasileña y que se perfilan como un evento tanto deportivo como cultural. Comprenden, según sus promotores, una alternativa «holística» ante los grandes eventos que Brasil organizará en los próximos dos años, el Mundial de Futbol del 2014 y las olimpiadas dos años después.
«La idea no es coronar campeones ni hallar atletas extraordinarios», aclaró Carlos Terena, organizador del evento, quien como muchos indígenas brasileños usa como apellido el nombre de su tribu. Agregó que «no se trata de competir sino de celebrar. Competir es algo más común en las culturas occidentales».
Más de mil 500 indígenas de 48 grupos autóctonos brasileños, además de más de una docena de otras naciones, se congregaron esta semana en Cuiaba, la capital del estado de Mato Grosso, para los juegos, que concluyen hoy. Todos los que participen recibirán una «medalla» hecha de madera, ramas y semillas.
Como es tradición entre las tribus, los juegos de realizan más como exhibición y no tanto como competencia. Uno de los eventos más populares es la carrera de relevo con troncos de árboles, en que unos nueve corredores atraviesan unos 500 metros (550 yardas) de tierra rojiza y se turnan cargando troncos de árboles que pueden pesar unos 100 kilos (220 libras).
Para ganar sólo se necesita llegar a la meta. Otro deporte se llama «xikunahity» y se parece al futbol, pero los jugadores deben arrastrarse por el suelo y sólo pueden pasarse el balón a cabezazos. También hay un estilo autóctono de combate, que se asemeja a la lucha libre o al judo.
También hay juegos que simulan actividades comunes para indígenas, como la arquería, aunque aquí los atletas van con el torso desnudo y sus arcos y flechas son más rudimentarios. Apuntan hacia el enorme retrato de un pescado, a unos 36 metros (40 yardas) de distancia, que sirve de blanco.
«Es la cuarta vez que participo en estos juegos y para mí representan un renacer cultural más que cualquier otra cosa», expresó Yakari Kuikuro, quien vive a orillas del río Xingu en la Amazonia y participa en la competencia de jalar la cuerda. «Muchos en mi familia ya no se pintan las caras, ya no danzan en aldeas. Cuando vengo aquí, veo puro indio, con caras pintadas, danzando. Es importante que todos los indígenas vean esto y se lo lleven de vuelta a sus aldeas».
El cacique Willie Littlechild de la tribu Cree de Canadá, exparlamentario en su país, dijo que participar en estos juegos «es realmente una bendición, ver que existe una cultura tan rica, entre todos los pueblos indígenas alrededor del mundo».
Añadió que para los presentes que no son indígenas, los juegos deberían «permitirles sumarse a nosotros en esta celebración de la vida, a sumarse a nosotros en emplear esta cura holística para llegar a un bienestar, físico, mental, cultural y espiritual».
Los juegos se celebran en una zona de un parque de siete hectáreas (17 acres), donde unas enormes carpas sirven de estaciones para la exhibición de artefactos de artesanía local como tazones, estatuillas, textiles e instrumentos musicales de viento que simulan el trinar de los pájaros.
En otras mesas hay semillas para una gran variedad de plantas comestibles. La alimentación es uno de los temas principales en los juegos de este año, y se les ha animado a las tribus a intercambiar semillas e intentar sembrarlas en sus respectivos terrenos.
Amelia Reina Montero, de la tribu Nahua de México, resumió el objetivo del evento: que las tribus de las Américas que suelen estar desconectadas del mundo exterior, puedan intercambiar ideas y aprender de las experiencias de los demás. «A pesar de que nuestro idioma es distinto, de que nuestro color de piel es distinto, compartimos el corazón indígena», expresó.