El aumento en el precio del diésel, que esta semana llegó a los 30 quetzales por galón, plantea un serio problema para el país y para las autoridades, puesto que el efecto que ello tiene en la estructura de costos del transporte de personas y mercancías es tremendo toda vez que es el derivado del petróleo que utilizan prácticamente todas las empresas dedicadas a esa actividad económica.
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Los transportistas urbanos de pasajeros tienen actualmente el beneficio de un subsidio que ha servido para que se mantenga el precio del pasaje, pero también ha servido para mantener el sistema deficiente e inseguro que tenemos, puesto que para los llamados «empresarios del transporte» lo rentable es mantener su chatarra en las actuales condiciones sin realizar inversiones de ningún tipo que no son exigidas ni por el usuario ni por quienes otorgan el subsidio.
Pero el resto de transportistas tienen que cubrir en los expendios el valor del galón de combustible a precio de mercado sin ayuda de nadie y eso significa que las tarifas no pueden permanecer estáticas. Hace un año el diésel no llegaba a 20 quetzales el galón y ahora el precio ha superado los 30, con el agravante de que nadie puede predecir cuál será el futuro energético porque todo apunta a que continuarán las alzas que tienen muchas causas y que benefician a varios carteles, lo que hace que se mantenga la carestía a sabiendas de que es un producto del que no puede prescindir la humanidad misma.
En estos momentos se está discutiendo seriamente entre los transportistas sobre los ajustes que tendrían que hacer a sus precios y tarifas, mismos que en muchos casos tienen que ser aprobados previamente por autoridades competentes. Pero dentro de una elemental lógica y de la simple y sencilla aplicación de las matemáticas, tiene que entenderse que el aumento de más del 50% del valor del diésel tendrá repercusiones muy graves en la estructura de costos de las empresas y lo mismo ha de ocurrir con algunos generadores de electricidad justo en el momento en que se anuncia que las reservas de las represas para la generación hidráulica están peligrosamente bajas.
Desde el año pasado escribí varias veces respecto a las necesarias previsiones que debieran tomarse de cara a una crisis económica mundial que se veía venir, pero la reacción de las autoridades entonces, como ahora, fue que no había motivo de tanta alarma porque el país estaba «mejor preparado» para no sufrir severas consecuencias. Estamos apenas empezando a sentir los coletazos de la crisis económica mundial y en el tema del transporte, tan sensitivo políticamente, veremos en los próximos días complicaciones importantes porque no se puede negar que muchas cosas pueden subir de precio, pero el valor de los pasajes siempre ha sido un serio problema, además de la repercusión que el transporte tiene en el valor general de cualquier mercancía.
Cierto es que no tenemos mucha capacidad para defendernos frente a una crisis que es importada, pero es urgente definir al menos elementales políticas propias para paliar las consecuencias y ello no se observa por ningún lado. Lo más probable es que deberemos esperar un paro de transporte para que se tomen medidas porque así es como funciona el sistema nacional. Sin medidas de hecho, nadie se anticipa a atajar los problemas.