¡Inaudito! Conduce un bus mientras desayuna


 Si usted es de los pocos lectores que ha seguido con alguna frecuencia la lectura de mi columna aquí­ en La Hora, probablemente se acordará que durante los recientes cinco años he publicado más de una decena de artí­culos de opinión alrededor de accidentes de tránsito ocurridos en carreteras del paí­s, como consecuencia de la irresponsabilidad de pilotos de unidades del transporte colectivo al conducir en estado de ebriedad o a excesiva velocidad, o a causa de desperfectos en el sistema de frenos de destartalados armatostes.

Eduardo Villatoro

 Pero lo que le voy a contar es realmente inaudito, y conforme usted avance en la lectura arribará a la conclusión que se tratarí­a de una costumbre inveterada de los pilotos de la empresa Galgos, cuyo ampuloso nombre comercial es nada menos que Trans Galgos Inter., que recorre la ruta de Tapachula (Chiapas, México) a la ciudad de Guatemala y viceversa.

 La mañana del 24 de octubre, una prima hermana de mi mujer y su hija, que residen en la mencionada ciudad mexicana, conjuntamente con su hijo Roberto, quien llegó de Cuernavaca (también en México) donde reside, abordaron un autobús de transportes Galgos con destino a la capital guatemalteca. Vení­an a compartir con nosotros la Navidad.

 El viaje trascurrí­a normalmente, tan sólo alterado por el anuncio de la asistente del piloto, que advirtió a los pasajeros que desearan utilizar el servicio sanitario que sólo podrí­an hacerlo en el caso de eliminar residuos lí­quidos, pero no para expulsar restos alimenticios -dicho con otras palabras, por supuesto-, y que si se presentara alguna emergencia intestinal, el usuario tendrí­a que apretar las nalgas hasta una eventual parada.

 A la altura de Coatepeque, Roberto -quien vení­a sentado en primera fila en compañí­a de su madre y su hermana- observó que la sobrecargo extrajo de una bolsa de plástico con aluminio huevos revueltos, frijoles parados, piezas de pollo, tortillas  y café, además de platos y cubiertos desechables. Comida para disfrutar de un desayuno tí­pico formal. Mi sobrino veí­a con atención los movimientos  de la asistente del piloto, de suerte que no pudo dejar que se escapara de sus labios una leve exclamación cuando observó que la señora o señorita -vaya usted a saber- acomodó uno de los platos ya servidos sobre el timón de la camioneta.

 Estupefacto y sobrecogido por el temor de que ocurriera un trágico accidente, Roberto le dijo a la sobrecargo: -Oiga, señorita, ¡cómo es posible que el piloto vaya a desayunar en plena marcha del autobús! La asistente, muy segura de sí­ misma, le indicó al joven que se lo dijera al chofer. -¿Usted acaso no trabaja para la misma empresa en la que labora el piloto? replicó mi sobrino. La sobrecargo repuso: -Yo no tengo la obligación de trasladar esas preguntas del cliente.

Roberto soltó nerviosa carcajada y volteó a ver a su madre y a su hermana que dibujaban en sus rostros muda preocupación. Entonces mi sobrino se acercó al chofer y le dijo: -Buenos dí­as y buen provecho, señor piloto; le quiero sugerir que pare la marcha, desayuna tranquilo y después continuamos el viaje; pues creo que es una manera arriesgada e irresponsable de conducir y comer al mismo tiempo.

 El piloto, enojado y confiado murmuró: -Es que vamos atrasados, usté… Mi sobrino optó por sentarse y al hacerlo escuchó a  la asistente del piloto decirle a éste: -Es que es la primera vez que el joven viaja en buses de la empresa Galgos… Y se sentó en las gradas de acceso a desayunar, también.

 Roberto me dijo: -Mira, tí­o, yo mejor me persigné y le pedí­ a Dios por mi mamá, mi hermana, por mí­ mismo, por los demás pasajeros y hasta por el piloto y su asistente.

 (Un muchacho transportista le dice a Romualdo Tishudo: -Yo quiero morir dormido como murió mi papá. -Para no sufrir -repone mi tí­o- ¿Y cómo falleció tu padre?  -Manejando una camioneta de pasajeros, pero se quedó dormido porque estaba medio bolo).