La masacre de Virginia Tech (Virginia, este) forzó a las escuelas y universidades estadounidenses a reforzar las medidas de seguridad, pero a excepción de unas pocas medidas de prevención, es casi imposible impedir que una persona provoque una tragedia similar.
Tras la tragedia del lunes, las escuelas de casi todo el país intentaron asegurar a los padres que sus hijos no corrían peligro. Varias escuelas del condado de Montgomery, en las afueras de Washington, enviaron a los padres una carta en la que detallaron la colaboración estrecha que mantienen las instituciones con la policía local.
El problema es que generalmente en estos casos todo sucede de forma tan repentina y rápida que cuando llega la policía al sitio ya es demasiado tarde.
En octubre del año pasado, un camionero fuertemente armado asesinó a cinco niñas de una pequeña escuela de Nickel Mines en Pensilvania (este). En 1999, dos adolescentes mataron a trece personas -doce estudiantes y un profesor- en el liceo de Columbine, Colorado (oeste).
Ahora el país se encuentra conmocionado por la peor masacre contra un centro educativo en Estados Unidos, perpetrada por el joven estudiante surcoreano Cho Seung-Hui.
El lunes, primer día de la semana escolar, dos incidentes cambiaron para siempre la vida de esa universidad. En un primer incidente a las 07H00 dos personas murieron, y dos horas más tarde el joven mató al menos a 30 personas.
Luego se suicidó, al igual que lo hicieron los otros asesinos.
Algunos establecimientos instalaron un sistema de tarjetas magnéticas para limitar y controlar el ingreso de personas a sus instalaciones. Pero esas tarjetas no hubieran impedido que un estudiante como Cho detonara su macabro plan.
Algunos padres pidieron a las autoridades que las entradas a los centros sean reforzadas, con guardias de seguridad y detectores de metales. Pero esa medida parece totalmente irreal en un campus como el de Virginia Tech, con un enorme predio que aloja a varios edificios. Tampoco fue muy eficaz en los liceos que intentaron la medida.
La Asociación de Defensa de las Libertades recientemente publicó un informe que denuncia las molestias a las que son sometidos cerca de 93.000 estudiantes neoyorquinos: largas filas de espera para asistir a los cursos, guardianes que tienen poca o ninguna formación, que resultan muchas veces agresivos, y al final lo único que se logra es aumentar el sentimiento de hostilidad.
Es más, muchos casos han demostrado que la presencia de guardias de seguridad es casi ornamental.
Así lo demuestra el caso de Red Lake (Minnesota, norte) en marzo de 2005, cuando el joven Jeffrey Weise, de 16 años, mató al guardia de su liceo antes de asesinar a seis personas. Luego, se suicidó.
La «Liga de defensa de ciudadanos de Virginia» sugirió poner fin a la interdicción de portar armas de fuego, en vigor en la mayoría de los campus.
«Â¡Basta de ineficacias elitistas por parte de la Universidad!. Si tan sólo una de las víctimas hubiera estado armada, todo hubiera sucedido de una manera diferente», aseguró la asociación en su sitio en internet.
Para Catherine Bath, directora de la asociación Seguridad en el Campus, «debería haber un sistema que le permita a una persona escribir un mensaje, pulsar un botón y enviarlo a todo el mundo. Es fácil, rápido y barato de ejecutar».
El lunes por la mañana todos los celulares de los jóvenes en Virginia Tech deberían haber recibido este mensaje tras el primer ataque: «Alerta roja. Dos muertos en Ambler Johnston Hall. Asesino libre, armado y peligroso», aseguró Bath.
James Alan Fox, profesor de justicia criminal de la Universidad de Boston (noreste), explicó el miércoles en una conferencia de prensa, que la falta total de riesgos es imposible de lograr. La única manera, opinó, sería «monitoreando constantemente el salón».
Y en algo están de acuerdo la mayoría de los expertos: los asesinos locos no son las peores amenazas de un campus.
«El alcohol y la droga matan a muchas más personas que los tiroteos en los campus», advirtió Fox.